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17 de septiembre de 2024

'Don Quijote (1868) de Honoré Daumier

'Detalle de Don Quijote (1868) de Honoré Daumier

¿Por qué El Quijote es la mejor España y el espejo del mundo?

Lo han reconocido como maestro los grandes novelistas clásicos. Para Stendhal, «mi encuentro con Don Quijote fue la época más grande de mi vida». Para Galdós, es «el libro que expresa con más perfección las grandezas y debilidades del ser humano»

Cuando Cristóbal Halffter estaba buscando un tema literario para componer una ópera, no dudé en recomendarle Don Quijote. Es, sin duda alguna, la mejor novela de todos los tiempos: la más viva, la que sigue emocionando y conmoviendo más a los lectores actuales… En eso consiste de verdad ser un clásico: usando la frase de un torero, Rafael el Gallo, «lo que no se puede hacer mejor».

Me hizo caso Cristóbal Halffter: compuso él la música sobre el libreto que yo hice, «inspirado libremente en el mito cervantino» . Me hubiera gustado a mí que la ópera se llamara Nuestro Quijote, porque eso pretendía ser: un Quijote que habla directamente al hombre de hoy. Simbólicamente, quisimos que se estrenara a comienzos del año 2000, como faro y orientación para el nuevo siglo: en eso, no parece que hayamos tenido mucho éxito…

La genialidad creadora

Le comenté yo a Halffter la repercusión que, en el mundo anglosajón, había tenido el título del libro de Ian Kott, un profesor polaco: Shakespeare, nuestro contemporáneo. Exactamente lo mismo debemos decir nosotros: El Quijote, nuestro contemporáneo. Si queremos conocer la literatura contemporánea, debemos comenzar con Cervantes.

Muchos eruditos se siguen afanando por descubrir un nuevo dato de su biografía. Con todos los respetos, no me parece lo esencial. Sigue siendo una gran incógnita la enorme distancia que existe entre su biografía y su obra: ¿Cómo pudo aquel soldado de Lepanto y recaudador de impuestos escribir El Quijote? Pero lo mismo sucede si comparamos las biografías de Shakespeare o de Bach con sus obras: a eso se llama, sencillamente, la genialidad creadora.

Don Quijote y Sancho (1955) de Picasso

Don Quijote y Sancho (1955) de Picasso

No es extraño que se tardara en entender adecuadamente El Quijote. Durante los siglos XVII y XVIII, se leyó como una obra cómica, nada más. Fueron los románticos europeos (alemanes, ingleses y rusos, sobre todo) los que descubrieron su valor trascendental.

Lo han reconocido como maestro los grandes novelistas clásicos. Para Stendhal, «mi encuentro con Don Quijote fue la época más grande de mi vida». Para Galdós, es «el libro que expresa con más perfección las grandezas y debilidades del ser humano». Hace poco, decía Nélida Piñón: «No se puede escribir sin haberlo leído».

Vemos hoy claramente que El Quijote es la primera novela moderna porque se anticipa a muchas técnicas contemporáneas. Por ejemplo, el carácter problemático de la realidad : «Dios sabe si hay o no Dulcinea, o si es fantástica o no es fantástica».

El yelmo de Mambrino

Las técnicas del manuscrito encontrado y el narrador no fiable: Cervantes inventa al narrador; éste, a Alonso Quijano, que inventa a don Quijote, que inventa a Dulcinea…

El perspectivismo: «Eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino, y , a otro, le parecerá otra cosa».

El «realismo de almas, no de cosas: las almas se desnudan hablando» (Dámaso Alonso).

La metaliteratura: «Es el primer ejemplo de novela que realiza la crítica de la creación dentro de la misma novela» (Carlos Fuentes).

El humor como «técnica literaria de la libertad» (Pedro Salinas), porque salva los valores de lo mismo que ve con piadosa ironía: «Yo he dado en Don Quijote pasatiempo / al pecho melancólico y mohino…».

Don Quijote en la playa de Barcelona

Don Quijote en la playa de Barcelona de Ferrer Dalmau

La bajada a lo subconsciente, siglos antes de Freud: «La cueva de Montesinos».

Los distintos niveles de lectura: «Los niños la manosean, los jóvenes la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran».

En El Quijote está la raíz de todas las novedades de técnica narrativa que nos han sorprendido en Unamuno, en Joyce, en Faulkner, en Virginia Woolf, en Borges, en Cortázar, en Torrente Ballester…

Pero mucho más importante que la técnica es el espíritu. Llamamos todos «quijotismo» a la defensa de los principios morales más elevados. Es fácil enumerar algunos.

Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro hombre si no hace más que otro

El heroísmo: «¡Leoncitos a mí!», clama don Quijote, cuando se enfrenta a un feroz león.

La libertad: «Libre nací y en libertad me fundo», dice la pastora Gelasia. (Un grueso tomo escribió Luis Rosales sobre la libertad en Cervantes).

La dignidad de cualquier ser humano, sólo por el hecho de serlo: «Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro hombre si no hace más que otro».

El cristianismo interior, de raíz erasmista, de don Diego de Miranda, un «santo a la jineta» (laico, diríamos hoy).

La ética – tan española – del esfuerzo, no del éxito: «Bien podrán los encantadores quitarme la ventura pero el esfuerzo y el ánimo, será imposible».

Sancho y Don Quijote, ilustración de Dalí

Sancho y Don Quijote, ilustración de Dalí

Al final, la dignidad para afrontar esa «hora de la verdad» que a todos nos llegará: «En los nidos de antaño, no hay pájaros hogaño».

La gran literatura – y, en general, el gran arte – no sólo nos dan placer y consuelo; también, nos enseñan a entender mejor el mundo y a entendernos a nosotros mismos.

Lo resumía Antonio Machado: «Leyendo a Cervantes, me parece comprenderlo todo». Lo mismo dice Alejo Carpentier: «Todo está ya en Cervantes». Toda la infinita complejidad de la realidad y del ser humano.

Es la novela más universal que se ha escrito. Lo proclamó el ruso Dostoievski: «La última y más sublime palabra del pensamiento humano». En la escena final de la película que proyectaba el norteamericano Orson Welles, una bomba H aniquilaba a la humanidad entera, sólo se salvaban don Quijote y Sancho Panza…

Es la fe de España. Él es EspañaDámaso Alonso

A la vez, para orgullo nuestro, es español y así ha sido visto siempre. Para el cubano Alejo Carpentier, «no tuvo España mejor embajador, a lo largo de los siglos que don Quijote».

Define Azorín: «Es nuestro símbolo, nuestro espejo». Lo sintetiza Dámaso Alonso, mi maestro: «Es la fe de España. Él es España».

Es verdad, El Quijote es la mejor España: la de Velázquez y Galdós, Goya y San Juan de la Cruz, Manuel de Falla y Jorge Manrique, Quevedo y Valle-Inclán, Antonio Machado y Tomás Luis de Victoria, Unamuno y Santa Teresa, Zurbarán y Mompou, Jovellanos y García Lorca, Juan Belmonte y Paco de Lucía… La que nos consuela de tantas miserias actuales.

Un detalle más: los españoles han vuelto siempre sus ojos al Quijote; sobre todo, en las etapas de crisis, en los momentos difíciles. Debemos volver a él para conocernos, para encontrar nuestras raíces, para recuperar la esperanza…

Frente al reino actual de la mentira y a la degradación de la vida pública, que amenaza con ahogarnos, Don Quijote nos da la lección permanente: «Aún hay sol en las bardas». Sólo de nosotros dependerá que no prevalezcan las tinieblas.

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