El capote se pone de moda: la pesadilla de los antitaurinos en sus 'Tardes de soledad'
La película de Albert Serra gana la Concha de Oro en San Sebastián y las redes se llenan de grabaciones de las verónicas de los toreros del momento, Ortega y Aguado, con permiso de Roca Rey
Enrique Ponce mencionó el pasado sábado en Las Ventas, después de cortar las dos orejas del cuarto toro de la tarde y saber que iba a salir a hombros por la Puerta Grande de Madrid por quinta vez, «la despaciosidad». Dijo que había toreado con ella. La despaciosidad existe hasta en la RAE, la cualidad de despacioso (lento, pausado) o «la cualidad de dar el muletazo con el ritmo sereno y lento para lucir y educar la embestida del toro».
La despaciosidad es el quid (o uno de ellos) del toreo y de la vida, porque en el toreo está representada la vida entera, desde el nacimiento a la muerte. Parece que ha vuelto la despaciosidad como si se hubiera ido. Como todo lo verdaderamente bello, lo despacioso es efímero. Es la propulsión del «olé», la interjección graciosa que sale por la boca al inundarse el alma después de que el torero la llene.
Es un instante y ahora parece que se están dado muchos instantes, menos efímera la belleza en los capotes sevillanos de Juan Ortega y Pablo Aguado que buscan y encuentran con ahínco y fe y atavismo torero la esquiva despaciosidad que dijo encontrar Ponce en Madrid por momentos. Y por momentos fue cierto.
Las redes se llenan de grabaciones de las capas de Ortega y Aguado en La Maestranza. Y la despaciosidad se hace grandiosidad en su profusión, en su cascada imposible. Es el Duelo a capotazos, en vez de a garrotazos, que hubiera pintado Goya de haberlo visto. Está de moda el capote. En Sevilla y en el mundo. Todos lo pueden ver como cualquier moda. Lo taurino en tiempos de señalamiento se rebela con su verdad. Los toreros tuitean sus entradas y salidas, sus muletazos, sus rezos.
Tardes de soledad, la película sobre Roca Rey de Albert Serra, ganadora por aplastamiento de la Concha de Oro del Festival de San Sebastián, es otra rebelión, sin quererlo y sin pretenderlo, y otra revelación. La tauromaquia se abre paso entre la fealdad y la ignorancia, gracias a su belleza y a su verdad.
Unos confundidos críticos de cine deambulan con los trucos del oficio inservibles ante semejante obra inédita. Se pierden entre las luces y las sombras, entre los ritos, en la intimidad del matador, en el sentido y la sensibilidad de la vida que es el toreo y que no entienden. Es la señal de que el toreo ha cruzado el río y lo sigue cruzando en el establecimiento de un puente contra el que nada pueden las prohibiciones.
Tardes de soledad confunde y penetra como los capotes de Ortega y Aguado. Con la despaciosidad profunda, pero ametralladora en un momento único: el momento del triunfo de la belleza. De la sangre y la arena, de la vida y la muerte y del recorrido despacioso, inconcebiblemente hermoso, de la lentitud de los capotes de esos toreros sevillanos que usan las redes sociales para llegar a todas partes como la película de Albert Serra se ha extendido por el mundo para contar la verdad o para que algunos, como Urtasun, dejen al menos de contar mentiras.