¿Quiénes aciertan, los que dejan de leer los libros que no les gustan o los que los terminan pese a todo?
Cabe la posibilidad de que todo ese tiempo «perdido» en el esfuerzo excesivo de la lectura ingrata traiga una recompensa final inesperada
Enrique Tierno-Galván dijo aquella frase: «Más libros, más libres». La sentencia es contundente y a la vez etérea. Porque no significa que para ser libre haya que leer todo lo que se encuentra o incluso se elige. ¿O sí? ¿Se gana libertad a costa de perderla con un libro que no gusta, qué cuesta terminarlo?
Levantar los brazos
Cabe la posibilidad de que todo ese tiempo «perdido» en el esfuerzo excesivo de la lectura ingrata traiga una recompensa final inesperada, pero cierta. Algunas personas se ponen como objetivo vital correr la maratón y otras leer Ulises o Los hermanos Karamazov.
La sensación al terminar debe debe de ser (de hecho uno mismo puede decir que lo es en el caso de la obra maestra de Dostoievski) como la de levantar los brazos en la línea de meta completamente vacío y al mismo tiempo lleno. Uno puede hablar por sí mismo en ese caso y en alguno más, y también en el otro aspecto: el del abandono.
Libros aparcados
Muchas veces se abandona sin querer, pero en el fondo queriendo. Se cierra el libro y se deja en una estantería cercana para «otro momento» mientras se coge otro volumen de la librería. El otro queda allí, en el mismo lugar dejado, durante un día tras otro, temporalmente aparcado, mientras la lectura continúa imparable en otros individuos.
El aparcamiento es tal que un día ese libro aparece meses después exactamente igual que un coche en la calle. La pátina del tiempo y de la intemperie lo recubren y es entonces cuando, igual que el automóvil, alguien se lo lleva, uno mismo, como una grúa, se lleva ese libro al desguace de los altillos o de la segunda fila de la estantería.
Fidelidad y promiscuidad
Un caso personal fue Vida y destino de Vasili Grossman. Un libro interesantísimo y fenomenal que no se sabe por qué un día dejó de serlo. En realidad nunca dejó de serlo, pero nunca se ha encontrado aún el momento para continuar, quizá porque tampoco fue el momento para empezar.
La lectura tiene algo que ver con la fidelidad y la promiscuidad. Borges era un firme partidario de la promiscuidad lectora: «Yo siempre les aconsejé a mis estudiantes que si un libro los aburre lo dejen; que no lo lean porque es famoso, que no lean un libro porque es moderno, que no lean un libro porque es antiguo. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz».
Pero ese «otro momento» del que se hablaba antes existe. La felicidad de Borges puede llegar después en aquel libro que como el coche sacamos de la calle. Vida y destino no es una novela para abandonar, pero sí para hacerlo en determinados momentos, incluso en muchos momentos. Uno no decide ir a correr una maratón de repente. Primero se entrena y luego lo intenta: lo mismo pasa con la lectura.
Lo importante son los buenos libros
Puede ser el entrenamiento inconsciente de otras lecturas el que nos lleve a intentar y a culminar el gran desafío que, por otro lado, no tiene por qué ser tal. Hay una maratón y un triatlón en el mundo, pero libros hay tantos como para no acabar de leerlos en millones de vidas. En este sentido, dejar un libro no es renunciar a ninguna meta, salvo que esta lo sea en concreto, salvo que la misión sea acompañar a Leopold Bloom hasta el final, cueste lo que cueste.
Por esta parte, Séneca dijo que no hacía falta tener muchos libros, sino solo los buenos, depende de para qué y depende de para quién. A veces el consuelo ante la absoluta cortedad de la vida para leer todo lo que uno quisiera es esta. Hay libros que son para unos y hay libros que son para otros. Lo importante es leer, siendo fiel o promiscuo, renunciando o no, o abandonándose al placer (en realidad la necesidad) de la relectura para conducir uno mismo, como dijo Santa Teresa: «Lee y conducirás, no leas y serás conducido».