El abismo ético y cultural que existe entre la retórica clásica y la de los políticos actuales
El relativismo y el engaño, las peores de todas sus características de entre muchas más, han acabado por definir este antiguo arte en la política actual
La retórica fue en su génesis una de las llamadas «siete artes liberales» a la altura de la dialéctica, la gramática, la astronomía, la geometría, la aritmética y la música. Fueron los sofistas quienes la utilizaron como eficaz instrumento político para convencer con la palabra. La RAE la define como «Arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover». Este era el objetivo de los sofistas, que se alejaban del otro arte, la dialéctica, el «arte de dialogar, argumentar y discutir».
La retórica como «cháchara»
A Sócrates no le gustaba el arte de los sofistas porque no buscaba la verdad. Lo mismo pensaba Platón. Aristóteles escribió tres libros sobre el arte de la retórica para vestirla bien, para explicarla, tan vilipendiada. La RAE da otra acepción del término que muestra el carácter negativo con el que a menudo se asocia a la retórica, como algo «vacuo, falto de contenido» o sinónimo de «pomposidad», «cháchara» o «palabrería». Y en esto ha quedado el antiguo arte liberal en la práctica y en la actualidad.
Ni siquiera las aportaciones de Cicerón por el camino de la Historia libraron a la retórica de caer en manos de los políticos, mayormente del XXI y mayormente en la izquierda, quienes han vulgarizado su concepto desnudándolo de todo vestido, justo lo contrario que hizo Aristóteles. Si la dialéctica para el discípulo de Platón tenía puntos en común con la retórica, a pesar de ser contrarias, toda delicadeza de sus nexos y particularidades ha sido borrada de los parlamentos con la llegada de ignorantes que han hecho de un arte un oficio sin instrucción, ni lecturas.
La deriva sofista
La tergiversación y la mentira han acabado con la argumentación. El argumento hoy es la ocultación de la falacia mediante otra falacia, estrategia pública del mismo y actual Gobierno español. Ya ni siquiera se lee a Gracián y sus aforismos sencillos, manuales de batalla. La mala retórica lo es porque carece de arte, su fundamento, convertida, como se decía antes, en mera habilidad tantas veces patética. Sófocles advirtió de la deriva sofista hace dos mil años, señalando la remuneración que percibían, como los políticos de hoy.
El relativismo y el engaño, las peores de todas sus características de entre muchas más han acabado por definir la retórica en la política actual: la retórica sin arte (y sin cultura y sin ética y sin belleza) es un instrumento del cinismo, otra filosofía que después de miles de años se ha hecho grosera, ordinaria, completamente alejada de sus principios de virtud, entendida en el presente con la peor (o las peores) de sus singularidades.