Cinco mitos sobre Miguel de Cervantes que todo el mundo cree que son ciertos
El autor de Don Quijote ni era manco, ni murió el mismo día que Shakespeare, ni murió en la miseria, ni fue un mal poeta, no lo retrató El Greco
Son muchos los episodios de la vida de Miguel de Cervantes Saavedra que se desconocen, muchas las lagunas de su biografía, y muchas las informaciones erróneas, lo que ha alimentado mitos y manipulaciones que ha llevado a dar por ciertos hechos que nunca ocurrieron.
Un manco de Lepanto con dos manos
A Miguel de Cervantes se le conoce como «el manco de Lepanto» porque, según la tradición, perdió una mano luchando heroicamente en las galeras de su majestad durante la batalla de Lepanto en 1571 contra la flota otomana.
Sin embargo, esa leyenda es falsa. El autor de El Quijote no era manco, y conservó sus dos manos a lo largo de su vida.
El mismo Cervantes contribuye al equívoco al reprochar, en el prólogo de la segunda parte del Quijote, al autor del Quijote de Avellaneda que le llamara manco como «si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna y no en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venidero».
Más explícito, y engañoso, se muestra en el prólogo de sus Novelas ejemplares: «Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros».
Entonces, si el mismo Cervantes afirma que «perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo», ¿cómo es posible afirmar que no fue manco?
Hay una doble vertiente que justifica el equívoco. Por un lado, el gusto de Cervantes (como de cualquier otro) de amplificar y exagerar sus gestas.
En su época la victoria de Lepanto fue el mayor hecho de armas en España. Algo así como el desembarco de Normandía para estadounidenses e ingleses, o la batalla de Stalingrado para soviéticos en la Segunda Guerra Mundial.
Haber tomado parte en la gesta de Lepanto daba pedigrí en la España del Siglo de Oro y haber resultado herido en ella, más. Cervantes, efectivamente, fue herido en Lepanto, recibió varios arcabuzazos y estuvo varios días entre la vida y la muerte en Messina, donde se recuperó de sus heridas.
Como resultado, su mano izquierda quedó muy mermada, prácticamente inutilizada, pero no la perdió. Y de ahí viene el segundo equívoco, esta vez lingüístico. En la época de Cervantes quedar manco no implicaba perder una mano, bastaba con tenerla inútil. Perder la mano tampoco suponía que se la hubieran amputado, sino que perdió su funcionalidad.
No murió el mismo día que Shakespeare
Este es uno de los mitos más curiosos y extendidos sobre Cervantes. Incluso la justificación de la celebración del Día Internacional del Libro habla de la coincidencia de la muerte en esa fecha de Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega.
El error es absoluto. En primer lugar, porque Shakespeare murió un 23 de abril de 1616, pero del calendario juliano, por el que se regían los ingleses en el siglo XVII, y que equivalía al 3 de mayo.
En segundo lugar, Cervantes ni siquiera murió el 23 de abril de nuestro calendario gregoriano, sino la noche anterior, el 22. Es decir, un despropósito. El único que murió, efectivamente, el 23 de abril de 1616 fue el poeta cuzqueño Inca Garcilaso de la Vega, así que sería de justicia empezar a reconocer que el verdadero homenajeado en el Día Internacional del Libro es él, y ni Shakespeare ni Cervantes.
No vivió en la miseria
La imagen de un Cervantes pobre como una rata malviviendo por las calles del Madrid Viejo es otro de los tópicos ampliamente aceptados como verdad absoluta sobre el autor del Viaje al Parnaso.
Ese mismo tópico apunta a que don Miguel no habría disfrutado en vida del inmortal éxito de su novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Ninguno de esos dos mitos fue cierto.
El Quijote experimentó un enorme éxito en vida de Cervantes, fue una novela citada por sus coetáneos, como Lope de Vega (aunque este lo hace para atacarla), con el que tenía una rivalidad comparable a la de Góngora y Quevedo. La fama del Quijote era tal en su época que Cervantes sufrió presiones de todo tipo y provenientes de todo lugar para que sacara una segunda parte de la novela.
El tal Alonso Fernández de Avellaneda le adelantó por la derecha y se valió de la fama de las aventuras de don Alonso Quijano y Sancho Panza para sacar una célebre segunda parte apócrifa.
En cuanto a la supuesta pobreza de Cervantes, tampoco fue tal. Es cierto que tuvo momentos de ciertas penurias económicas. Sin embargo, su empleo como recaudador de impuestos en Andalucía y como comisario de provisiones de la Grande y Felicísima Armada (la Armada Invencible) le aportaron pingües beneficios económicos.
No era Lope, pero tampoco un mal poeta
A Cervantes se le conoce por sus dotes narrativas y por ser el padre de la novela moderna. Pero lo que él quería ser era poeta, y superar en ese ámbito a su rival Lope de Vega.
Como hilador de versos jamás llegó a la altura del Fénix de los Ingenios, pero tampoco era un poeta incompetente. Más bien al contrario. La obra poética de Cervantes es muy reseñable y, de no haber sido por el Quijote, seguramente se le conocería hoy por su gran obra en verso, Viaje al Parnaso así como por sus comedias: Los baños de Argel, El trato de Argel, El cerco de Numancia o La gran sultana.
No es el caballero de la mano en el pecho
Los misterios de Cervantes son los suficientemente jugosos como para entrelazarlos con los misterios de otro gran enigma de nuestro Siglo de Oro, El Greco. En ese sentido, se ha especulado con la posibilidad de que el hermético retrato de El caballero de la mano en el pecho pudiera ser un retrato de Miguel de Cervantes.
Lo cierto es que la descripción que hace Cervantes de sí mismo en el prólogo de las Novelas ejemplares coincide con el retrato pintado por El Greco: «Rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva…».
Sin embargo, no es Cervantes el retratado en El caballero de la mano en el pecho. El Museo del Prado, donde se custodia y expone el cuadro, apunta a que la probable identidad del retratado es «la del tercer marqués de Montemayor, Juan de Silva y de Ribera, contemporáneo del Greco que fue nombrado por Felipe II alcaide o jefe militar del Alcázar de Toledo y notario mayor del reino, un cargo que acreditaría el ademán solemne de la mano, en acción de jurar».
Más sorprendente puede resultar saber que el famoso retrato de Cervantes que preside el Salón de Plenos de la RAE, atribuido a Juan de Jáuregui, tampoco muestra la imagen real del autor de El Quijote. O al menos no hay ninguna forma de autentificar que el verdadero pintor sea Juan de Jáuregui ni que el retratado sea Cervantes.