Por qué «fascista» no es lo que quieren decir siempre quienes lo usan según los antifascistas Trotsky y Orwell
El asunto del «fascista» equiparado a la «ultraderecha» que ni el Gobierno de Sánchez ni sus socios pueden (ni quieren) dejar de decir a la menor oportunidad es serio por la falacia que representa, pero también puede llevar a la «risa»
En la España de hoy (también en la Europa de hoy y en el mundo occidental «woke» y similar) es «fascista» todo aquel que no comparte cualquiera de las posiciones de la «izquierda» imperante. Basta con que no se cumpla una sola de las consignas estipuladas por esa «izquierda» (en realidad una amalgama neo marxista confusa como razón de ser, un «zurdo» lo llamaría Milei) para ser considerado un «fascista».
Cualquier persona razonable y cabal podría perfectamente tomarse como un halago que le llamen «fascista» en el XXI. Una palabra pervertida, vulgarizada y desprovista de su significado real, curiosamente por el uso desproporcionado, sectario y erróneo de muchos fascistas, si no verdaderos, sí más próximos que el objeto de sus iras, que son mayormente quienes utilizan el término como insulto o como bálsamo de fierabrás dialéctico, sustitutivo de la inteligencia o de la capacidad argumentativa.
Partido único o violencia policial
Para ilustrar con fuentes fidedignas, incluso más allá de la simple etimología y de la simple Historia, bien pueden servir los testimonios al respecto de dos figuras históricas y culturales, especialmente apropiadas por su entidad y por los tiempos en que vivieron, donde se dio el nacimiento, desarrollo y fin del fascismo (y del comunismo), movimiento político y social que combatieron ideológica y literariamente con enorme protagonismo el político revolucionario León Trotsky y el escritor George Orwell.
El asunto del «fascista» equiparado a la «ultraderecha» que ni el Gobierno de Sánchez ni sus socios pueden (ni quieren) dejar de decir a la menor oportunidad es serio por la falacia que representa, pero también puede llevar a la risa cuando se adentra en el caletre de un líder teórico antifascista como Trotsky.
Trotsky (y no, por ejemplo, la insigne Ione Belarra) definió el fascismo con las siguientes características: el fin del sistema democrático sustituido por un partido único, la violencia policial, la destrucción de las organizaciones obreras por la burguesía dominante o la cancelación de los derechos civiles. Algo demasiado grande para la pequeñez de llamarle a alguien «fascista» solo porque no está de acuerdo con quien profiere la palabra sin ningún tipo de conocimiento fuera de la consigna.
Una «palabrota»
Si un fascista era todo esto para un antifascista como Trotsky, otro antifascista como el escritor George Orwell adelantó a finales de la II Guerra Mundial en qué quedaría convertido un concepto tan poco concreto: una palabra «casi totalmente desprovista de sentido».
«La he oído», dijo el autor de Rebelión en la granja, «aplicada a granjeros, tenderos, al Crédito Social, al castigo corporal, a la caza del zorro, a las corridas de toros, al Comité 1922, al Comité 1941, a Kipling, a Gandhi, a Chiang Kai-Shek, a la homosexualidad, a los albergues juveniles, a la astrología, a las mujeres, a los perros y a no sé cuántas cosas más...», esta es la parte de la «risa».
Y concluía: «Lo más que podemos hacer por el momento es usar la palabra con circunspección y no, como se suele hacer, degradarlo al nivel de una palabrota», que es exactamente lo que hoy se sigue haciendo (sin abundar en demasiados detalles, que los hay en abundancia como para incluirlos en un breve artículo de periódico) en esta degradada sociedad y con este degradado Gobierno donde cualquier opinión políticamente incorrecta es motivo de insulto con la vulgar «palabrota» en que han convertido un complejo movimiento social y político.