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Joaquín Sorolla y Pablo Picasso

Joaquín Sorolla y Pablo PicassoGTRES

El gran 2023 de Picasso y Sorolla que ensombrece el pequeño 2024 de Tàpies y Chillida

Terminan los aniversarios de dos gigantes del arte español y mundial, cuando comienzan los de dos nombres ¿sobrevalorados?

El año Picasso y el año Sorolla, el mismo, uno por el medio siglo de la muerte y el otro por el centenario han copado los homenajes, las retrospectivas, los análisis y las exposiciones en España y en el mundo. El malagueño traspasó todas las fronteras desde el rosa y el azul hasta el cubismo de su fama, riqueza e inmortalidad.

'Retrato de Gertrude Stein' (1906) de Picasso

Retrato de Gertrude Stein (1906) de Picasso

Picasso era tan famoso, la primera estrella del arte al estilo hollywoodiense, que se dejaba fotografiar en calzoncillos. París, toros y mujeres. Los amigos importantes, el pintor extraordinario, el niño prodigio que reinventó el arte para hacer que sonara como una caja registradora en una especie de estallido interno (dicen que de él salieron cerca de 50.000 obras), mostrado en los lienzos, de color y de forma.

Esa explosión y todo lo que vino y se escribió después le convirtieron en el pintor más conocido del mundo y de la Historia, solo quizá, con permiso de los impresionistas y de Van Gogh, a quienes sucedió en el tiempo y en el candelero. El caso de Sorolla es completamente diferente y sin embargo parecido. Su prolijidad fue menor, pero similar porque todo lo que pintó lo pintó de verdad. Picasso podía pintar varios cuadros en un día y Sorolla le dedicaba a uno solo incluso meses.

'El bote blanco'

El bote blanco (1905) de Sorolla

Sorolla pintaba todos los días y solo descansaba para comer y dormir la siesta. La evolución de ambos era igualmente constante, más visible en el andaluz por el contraste y más matizada en el valenciano, pero siempre continua en ambos. Al arte incomparable de los dos se le añadieron el amor cambiante del primero y el amor único, Clotilde, del segundo.

Del realismo al fauvismo y al gouache de Sorolla, las marinas, los distintos períodos conocidos de Picasso, la mundanidad, la fama internacional, la completitud de su obra y la unanimidad general sobre ella han constituido sendos aniversarios sonados y profusamente celebrados que ahora acaban cuando empiezan los de Tàpies y Chillida. Un año y luego otro que desequilibra una balanza en 2024: el peso de estos que por mucho que se intente no logra levantar el peso de aquellos.

Mural de Tàpies en la Expo 92

Mural de Tàpies en la Expo 92

Se presenta así 2024 como cuando se retiró Induráin si en vez de arte se estuviera hablando de ciclismo. Todos los que vinieron después no consiguieron mantener el tono. Abraham Olano, estupendo ciclista, campeón del mundo, subcampeón olímpico, «solo» ganó una gran vuelta, aunque pudieron ser más. Varias vueltas es lo que da la escultura de Tàpies sobre el techo de su fundación en lo que parece una alambrada de la I Guerra Mundial, pero abstracta. El abstracto que lo oculta todo: «Pues vaya 'obra'», puede decir el espectador, a lo que se puede responder: «Es que es abstracta», y entonces todo queda arreglado.

Algo similar ocurre con Chillida. El arte que puede ser purísimo en su interior, en su impulso, en su idea, en su sensibilidad, pero que por fuera mayormente «solo» es hierro, estructura. A distancias lejanísimas de lo figurativo o incluso de lo levemente figurativo donde uno puede reconocer las cosas. Chillida tenía que hablar (o tenían que hablar) para que el público reconociera el significado, el sentido y hasta el valor de su trabajo, como Tàpies y su simbolismo. ¿Sería Chillida importante sin explicar? probablemente más que Tàpies, cuyos trazos van unidos a la labor del crítico favorable como a un respirador.

No así Picasso y Sorolla, cuyos aniversarios nos dejan por los de aquellos, cuyas obras respiran por sí solas y por el espectador, que no necesita a un «experto» para sentir en sus ojos la calidez del Mediterráneo o la tristeza del azul picassiano en su alma iluminada por él.

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