Ficción / Narrativa
Contra los abusos de la ciencia y el formalismo académico
Una sátira de altura inédita hasta ahora en español. Stanislaw Lem arremete contra la ciencia al servicio del formalismo académico, la explotación humana y del planeta.
IMPEDIMENTA / 96 PÁGS.
El profesor A. Dońda
Los clásicos funcionan bien en todas las distancias. Cervantes te escribía un entremés o una novela ejemplar, que al cambio del pliego al libro moderno son 40 páginas, como te escribía las más de dos mil de El Quijote. Galdós componía episodios nacionales de menos de cien páginas, lo mismo que te salía con Fortunata y Jacinta. De Dostoyevski tenemos Los hermanos Karamázov, de mil y pico, igual que tenemos El jugador, que ni ciento cincuenta. O puestos a sumar al bicentenario del ruso el del francés Flaubert, tenemos tanto la prolija La educación sentimental, como los pequeños Tres cuentos.
De Stanislaw Lem –más efemérides, celebramos el centenario de su nacimiento– tenemos Astronautas o Solaris, de largo recorrido, como tenemos El profesor A. Dońda, de apenas 90 páginas; pocas, pero suficientes para que el escritor polaco vuelva a demostrarnos por qué es el maestro indiscutible de la ciencia ficción europea.
Tecnociencia y cientificismo
En esta lectura de una tarde, publicada en 1973, pero inédita hasta ahora en español, Lem arremete contra la ciencia al servicio de la explotación de la naturaleza y el formalismo académico, anticipando los graves acontecimientos y malos hábitos de la tecnociencia y el cientificismo que nos preocupan tanto casi cincuenta años después.
El profesor Dońda, protagonista del relato, es en sí mismo el resultado de esa «era de la ciencia». Es hijo adoptivo sin sexo conocido, nacido de «dos mujeres y pico», resultado de los errores de un laboratorio que juega a crear embriones. En una serie reciente, La asistenta (Molly Smith Metzler, Netflix, 2021), Regina, una madura ricachona que no puede tener hijos –amargada a la sazón por su vida exuberante en bienes materiales, pero pobre en bienes relacionales–, le dice a su limpiadora reconociendo el sinsentido: «se necesitaron tres mujeres para hacer este bebé. Una puso el óvulo, otra puso el útero y otra puso el dinero».
Algo así le ocurre a Dońda: fue concebido en una probeta, después insertado en un vientre de alquiler, y finalmente donado a un tercero. Lo alucinante de todo esto es que aquello que antes era material para una novelita de ciencia ficción, ahora se ha convertido en materia de series de televisión costumbristas, así de normal lo vemos.
Los avances de la ciencia habían acabado con el viejo principio del derecho romano: «mater semper certa est» («la madre es siempre conocida»)
Otros focos de preocupación de Lem son la sobreexplotación del planeta, con la descripción de un «Auschwitz» avícola que hoy, en plena cúspide del libre mercado capitalista, pasaría por ser un vergel, o una broma; y la invasión del lenguaje informático. Esta última representada en un aumento exorbitante de la masa de información disponible –«masa» no solo en referencia a la «cantidad» de bits almacenados, sino como «peso» en kilogramos– que acaba por sepultar al mundo con su tonelaje, causando un blackout que es una agobiante metáfora de lo que, en definitiva, hemos acabado creando en nuestra «sociedad de la información».
La alocada crisis mundial creada por Lem en la ficción se adelanta muy bien a las reflexiones del filósofo Byung-Chul Han sobre el tema: «Un aumento de información y comunicación no esclarece por sí solo el mundo (...). La masa de información no engendra ninguna verdad. Cuanta más información se pone en marcha, tanto más intrincado se hace el mundo. La hiperinformación y la hipercomunicación no inyectan ninguna luz en la oscuridad» (La sociedad de la transparencia, Herder, pp. 79-80).
Y luego está el formalismo académico. Nuestro protagonista es nombrado catedrático de Svarnética, «un nombre sin materia», una asignatura sin contenido. Nadie sabe lo que es la Svarnética. Pero «como el contrato estaba firmado y en caso de romper el acuerdo el nuevo Gobierno habría tenido que pagarle a Dońda los honorarios de tres años, le dieron una cátedra». No es tanto –o no es siempre– la ANECA, como el «a dedo» de la Academia.