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Detalle de portada. «Hervaciana» de Gonzalo Hidalgo Bayal

Detalle de portada. «Hervaciana» de Gonzalo Hidalgo Bayal

Libro de la semana

Reconstrucción de olvidos y aventuras del pasado de Gonzalo Hidalgo Bayal

El escritor cacereño vuelve a firmar una novela certera en forma y honda en contenido. Un acercamiento evocador y nostálgico a las experiencias que atesoró en el Real Colegio de San Hervacio

Detalle de portada. «Hervaciana» de Gonzalo Hidalgo Bayal

Tusquets / 272 págs.

Hervaciana

Gonzalo Hidalgo Bayal

¿Saben ustedes aquello de la relación calidad-precio? Pues desde hace ya tiempo y sin solución de continuidad, me veo obligado a presentar a Gonzalo Hidalgo Bayal (Cáceres, 1950) como el escritor con peor «relación calidad-reconocimiento» de nuestra literatura contemporánea. Les reto a encontrar a un escritor español –actual, se entiende– con mejor prosa que la de Hidalgo Bayal y con menor notoriedad mediática y entre lectores. La relación es diametralmente opuesta. Escandalosamente opuesta.

Es probable que algo así hable bien del autor, por cuanto él mismo, hasta donde sé y he leído, rechaza el ritmo que impondría la parafernalia promocional del literato figurín, para ajustarse al que marca la creación literaria de calidad que, a excepción de portentosos y muy inusuales milagros creativos, es otro ritmo muy distinto. Pero quizá esto mismo hable mal de los lectores españoles, una vez más.

Y eso que empezar a leer a Gonzalo Hidalgo Bayal es muy fácil. De Gonzalo Hidalgo Bayal se puede empezar por donde se quiera; se puede leer cualquier cosa que firme. Gonzalo Hidalgo Bayal es una apuesta segura. Lo último es Hervaciana, un conjunto de pequeñas historias que bien podrían funcionar por separado, y qué gran placer lector sería degustarlas así, a pequeñas dosis, si no fuera porque una obra de esta altura merece el placer de leerla como lo que es y marca su unidad temática, como un todo y de golpe.

Entonces, Hervaciana es una novela. Una novela acerca de los años que pasó, experiencias y compañías que atesoró el autor, y las que recuerda o quiere recordar del Real Colegio de San Hervacio, internado extremeño de cuando el franquismo. Por sus capítulos desfilan compañeros de clase, profesores, conserjes de su infancia, un amor de juventud también, y las emociones, valores y acontecimientos que activan su recuerdo, esas «magdalenas» de una recuperación proustiana del pasado que ya centró la narración de su anterior novela, La escapada (2019).

Como en aquella, de título e inspiración faulkneriana, también en esta impera la desdicha –«a fin de cuentas es lo que somos: seres conscientes de nuestra desdicha» (p. 82)–. Su ejercicio memorístico, desplegado en elegante, pero firme evocación poética, y su habitual empleo artesano del español, recupera toda suerte de calamidades –la injusticia, el castigo, la traición, el despecho, la aversión– personificadas en antiguos conocidos y compañeros. Desventuras e infortunios que fueron presenciados por el Hidalgo Bayal niño o joven, y son ahora revisitados por el Hidalgo Bayal adulto –adulto mayor, que dicen–, solazándose en la significación de los hechos, y conformando un retrato escéptico de la vida contado con la precisión del filólogo y la hondura de quien se para a pensar la realidad.

Y sin embargo, así es la rara nostalgia presentada por el cacereño, en esa taciturna «reconstrucción de olvidos y aventuras del pasado», aun con todas sus aflicciones e infortunios, hay un extrañamiento y un poso de contento. En el fondo, se siente la falta de todo aquello que se dejó, que fue y ya no es. Por muy incompleto, triste o penoso que pudiera ser, el pasado da sentido al presente. 

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