Ficción / Novela
«Buena mar»: A Gran Sol no se va de excursión
Antonio Lucas funde poesía y reporterismo en su recreación literaria de un viaje a bordo de un arrastrero gallego en el temido caladero del Atlántico Norte
Alfaguara / 216 págs.
Buena mar
Ya no hay marinos que escriban. Melville era marino, Conrad era marino, London fue marino, Baroja creció, como quien dice, en una rada, en el muelle viejo de San Sebastián y oyó muchas cosas… Los escritores de antes eran otra cosa antes o además de escritores; las palabras venían después a dar testimonio de unas vidas alejadas de la rutina del burgués. Hoy en día todos los escritores son periodistas y filólogos y, en general, universitarios capitalinos de empleos bastante comunes. Muy pocos quedan ya que puedan narrar desde dentro los oficios de la mar, desmantelados y ahogados en subvenciones compensatorias, artes legendarias demasiado arduas para nosotros, argonautas de asfalto y biodramina. Por eso tampoco se escriben apenas libros actuales sobre la mar, más allá de la narrativa épico-histórica.
Para afrontar Buena mar, para embarcarse en este libro, hay que tenerlo en cuenta. Éste no es un libro marinero, tampoco el libro de un marino. Es el pasaje de un poeta urbanita y un periodista que quiere saber, es decir, un polizón en toda regla. ¿Le resta mérito esto? No, porque Antonio Lucas presenta a su sosias, Mauro, como tal. No comete la torpeza de pretender atrapar el mar en un botella por embarcarse dos semanas en un arrastrero más como lastre que otra cosa.
No está de más conocer algo del origen de este libro. En 2017, Antonio Lucas, poeta laureado, jefe de Cultura y columnista de El Mundo, lanzó unas crónicas en su periódico narrando su experiencia en un pesquero gallego que faena en Gran Sol, el temible caladero del Atlántico Norte que los españoles bautizaron de manera tan evocadora por una mala traducción del francés Grande Sole, Gran Lenguado. De aquella experiencia, extrae Lucas ahora una novela (su primera novela) a caballo entre el reportaje y la autoficción, polos donde se muestra cómodo y sale airoso.
Éste no es un libro marinero, tampoco el libro de un marino. Es el pasaje de un poeta urbanita y un periodista que quiere saber
Las comparaciones con Gran Sol (1957), de Ignacio Aldecoa, son inevitables aunque sean estériles. El propio autor confiesa al inicio del libro haber leído esta obra. Como ejercicio de literatura comparada es valioso. Traza claramente el salto de la novela neorrealista/objetiva a la confesional/autoficcional de nuestros días. También Aldecoa se enroló en un arrastrero, pero en su obra cede el protagonismo desde el inicio a los marinos, habla con su jerga, se mete en su piel y sus problemas, les hace de médium.
Buena mar ni quiere ni puede ser eso. Antonio Lucas sólo sabe del mar por «el mínimo rumor que el agua deja en la orilla» y los veranos en la Playa de Mazarrón, ni siquiera ha montado en zodiac, confiesa. De manera, que su mirada es la del reportero, que testimonia sin participar, que incluso siente la comezón del impostor al comenzar la aventura: «Me observan con la misericordia de quien presiente a un sujeto equivocado».
Yo creo que en esa tensión entre el visitante y los residentes está lo mejor de Buena mar, la diferencia entre una excursión y una inmersión, una ojeada al mar o una forma de vida, la pesca con caña del periodista frente a las artes de altura del marino. La manera de contar un mundo al que no pertenecemos, tan refractario como el mar, que es nada y todo, desde la mirada de uno de nosotros. Lucas es un gran periodista (y lo envidiamos) por cosas como ésta: la necesidad de salir de Madrid para ver y contar la vida de las gentes, por mantener intacto, en medio del tráfago de una profesión cada vez más funcionarial y nuestras existencias regladas (curro, hipoteca, novia, quizás hijos…), una fantasía adolescente: la de ver Gran Sol y volver para contarlo.
En ese sentido, hay dos dramas paralelos y subyacentes en este libro: el de una profesión precarizada y fantasmal (la de los arrastreros) y otra cada vez más domesticada y engavetada en la agenda (la del periodismo). Junto a ellos, late una problemática común al urbanita del siglo, muy del gusto de la literatura autoficcional de hoy en día: el miedo y la atracción reverente por la familia, ejemplificada en la idea obsesiva de tener o no tener hijos, la pregunta sobre la relación de pareja, el naufragio cotidiano, la crisis de mediana edad que impulsa a adoptar medidas extremas. Mauro trata de resolver las contradicciones lanzando un órdago a su rutina, embarcándose en el Carrumeiro después de despedirse «con técnica», sin afecto, de su novia.
Las máximas agoreras sobre «Gran Sol» son abundantes, pero «Buena mar» no es un libro épico; sí es poético
Aunque las máximas agoreras sobre Gran Sol son abundantes, Buena mar no es un libro épico, pero sí poético. Lucas es un poeta antes que nada y el fraseo rico e imaginativo que ya le conocemos está aquí y vuela alto. Su mirada al mar es por fuerza la del poeta y la del amante de la literatura. No renuncia a esa cuota, incluso a veces la traslada de manera que no suena (aunque vete a saber) del todo realista al patrón o la tripulación del arrastrero: «El miedo es más listo que los valientes; el mar de cada héroe saca un muerto». Pero el autor no olvida que ha ido también a Gran Sol en calidad de reportero: el aspecto documental está bien armado y glosado, hay trabajo detrás, ‘obra viva’ que no se ve pero es crucial para la flotabilidad.
En última instancia, Lucas fue, vio y volvió para contarlo. Con pericia y belleza. Es mucho más de lo que podemos encontrar en el caladero de libros anodinos y replicados entre sí que conforman la mesa de novedades. Así que lean Buena mar y, si muerden el anzuelo y gustan de la carnada, lean Gran sol de Aldecoa. También vale al revés.