Un elogio de la compasión como principal legado del cristianismo
Alejandro Rodríguez de la Peña se instala entre la antropología realista y el humanismo ético para trazar la historia de la compasión en un ensayo iluminador
CEU EDICIONES / 216 PÁGS.
Compasión. Una historia
En estos tiempos de cancelación, del olvido del pasado, cuando no de su repudio, el libro de Alejandro Rodríguez de la Peña, catedrático de Historia Medieval, es un ensayo iluminador. Es la historia de la compasión, «una empatía sin matices con el sufrimiento ajeno», en palabras del autor, que es el principal legado del cristianismo en la cultura occidental. ¿Por qué es importante en nuestra época comprender el concepto de «compasión» y recuperar su sentido ético? Porque la pérdida de la conciencia de culpa individual ha provocado lo que Hannah Arendt ha denominado la «banalización del mal». Los filósofos ilustrados pretendieron resolver el problema del mal con la combinación de dos elementos: la visión del «buen salvaje» roussoniano y los poderes casi taumatúrgicos del Estado como gran benefactor social. Pero los «maestros de la sospecha» aniquilaron esta visión pseudooptimista, que conducía, por otra parte, de modo irremediable al relativismo moral. El «buen salvaje» sencillamente no existe y el todopoderoso Estado benefactor, al limitar o anular la libertad humana, puede convertirse en fuente de males peores.
Alejandro Rodríguez de la Peña se instala en una antropología realista y en un humanismo ético. En efecto, la «huella de Caín» forma parte de la condición humana y está presente en la historia de la humanidad. «La iniquidad es algo omnipresente en las sociedades humanas», nos dice. El siglo XX, con sus impresionantes avances científicos y técnicos, nos ha mostrado hasta qué grado pueden llegar la crueldad y la maldad humanas.
¿Cuál es la respuesta ante la omnipresencia del mal «real», que habita en el corazón del hombre? Nuestro autor indaga sobre los orígenes del único camino transitable: el que, frente al homo homini lupus, descubre al hombre como sacra res. Karl Jaspers formuló su fecunda teoría sobre la «era axial», momento decisivo para la humanidad, en el que se produjo el «despertar espiritual del alma humana», en que unos maestros, sabios, profetas, líderes religiosos, plantearon la posibilidad de una «conversión» interior del hombre, es decir, la perfectibilidad en la «naturaleza caída» del ser humano.
Tradiciones en diálogo
Rodríguez de la Peña se detiene en cuatro esenciales aportaciones en esta historia de la compasión: el antiguo Israel, Jesús de Nazaret, el legado socrático y la humanitas de la antigua Roma. Es decir, estamos en presencia de las «tres colinas» (Atenas, Roma, Jerusalén) que, según Zubiri, constituyen los pilares de la civilización occidental europea.
Lo interesante de la perspectiva de nuestro autor es que pone en diálogo entre ellas a estas tradiciones diferentes, en cuya virtud se enriquecen entre sí. Este «diálogo», esta interconexión es decisiva para comprender la historia del cristianismo y su «desarrollo» doctrinal, para usar los términos de John Henry Newman. Los Profetas del antiguo Israel son el altavoz de la misericordia. Hans Von Balthasar afirmó que «la misericordia constituye la sustancia misma de la Alianza». Esta misericordia es llevada hasta su sublimación por Jesús de Nazaret, que predica, incluso, el amor al enemigo; es un amor que excluye el afán de dominio y apuesta, de manera muy radical, por la «conversión» interior del hombre, basada en su libertad. Es la caridad evangélica.
El capítulo dedicado al legado de Sócrates es especialmente interesante. La figura de Sócrates no siempre ha sido comprendida entre nosotros. Acercarse al Sócrates genuino es fundamental para comprender la historia de la «moral de la compasión» que recorre todo el occidente cristiano. Sócrates es un filósofo, desde luego, porque su pedagogía está al servicio a la verdad, pero su concepción de la pietas revoluciona la cosmovisión religiosa del mundo griego, que deja de ser una especie de intercambio comercial entre dioses y hombres para afirmarse como «hacer bien al prójimo», que es lo que complace a los dioses. Acaso Sócrates fuera quien más pudiera comprender el sentido de las palabras de Jesús de Nazaret «la verdad os hará libres». En Sócrates filosofía y religión se dan de la mano.
Roma no aportó sólo para nuestra civilización su genio jurídico. Fue la continuadora del pensamiento griego, del que se nutrió. La perspectiva romana es la de la amplitud de los horizontes, la del descubrimiento del primer ius Gentium y del universalismo ético: todos los hombres son iguales conforme a su naturaleza. Este universalismo es la aportación fundamental del humanismo estoico de Roma, cuya figura más preclara es Cicerón, precisamente quien acuña el concepto homo hominis sacra res.
Alejandro Rodríguez de la Peña elige a tres pensadores del siglo XX (Jacques Maritain, Simone Weil y René Girard) para facilitarnos un diálogo con los «padres fundadores de la compasión». Acudir a ellos y al largo camino que de manera fecunda en la lucha contra la iniquidad y en la elaboración de una «ética de la compasión» es una tarea imprescindible. El enfoque de Rodríguez de la Peña es muy sugestivo, porque también nos sirve para encauzar en nuestra época el diálogo al que Benedicto XVI invitaba en su propuesta del «atrio de los gentiles». Sin tener en cuenta a los «padres fundadores» sencillamente ese diálogo resulta imposible.