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Marín-Blázquez: el equilibrio de la excelencia

El apreciado columnista y valorado aforista, Carlos Marín-Blázquez, no defrauda en su debut en ficción. La apuesta de la editorial Monóculo por los relatos cortos con el hilo conductor de la adolescencia nos descubre a un prosista dedicado y cultivado.

«El equilibrio de las cosas y otros relatos» de Carlos Marín-Blázquez

monóculo / 218 págs.

El equilibrio de las cosas y otros relatos

Carlos Marín-Blázquez

La portada de El equilibrio de las cosas es de un elegante y sobrio azul verdoso. Quizá este dato resulte superfluo a unos cuantos lectores, pero el entusiasta ramillete de incondicionales que ya ha logrado reunir la recién creada editorial Monóculo merece una explicación. El libro de relatos de Carlos Marín- Blázquez es el tercero que los jóvenes editores lanzan al mercado pero el primero de ficción. Sus predecesores, Whiskas, Satisfyer y Lexatin (Esperanza Ruiz) y Tipos de Vuelta (Gonzalo Altozano) han aportado un toque rosa a las bibliotecas –por aquello del desenfado y la joie de vivre del género periodístico– y ahora, con los relatos del columnista de El Debate, es cuando empezamos a hablar de literatura, a usar palabras mayores, a vestirnos de gala. Así pues, el color de la portada obedece a una cuestión de género.

El encargo de reseñar El equilibrio de las cosas me llegó cuando apenas se acababa de anunciar la fecha de publicación del libro –muestra de la diligencia y el buen hacer de quien dirige esta sección– y me puso en un brete durante un minuto. Por un lado, debo confesar mi aprecio personal hacia el autor. He coincidido con él en diversos medios y no sólo de prensa escrita –Marín-Blázquez participa con asiduidad en el pódcast La Caverna de Platón, dirigido por otra voz de altura intelectual, Domingo González– y su trato resulta siempre impecable. Sin embargo, el talento literario, que va por libre y no siempre parejo con la calidad humana, no me habría de crear ningún tipo de disonancia ni de conflicto de interés a la hora de recomendar la lectura de su primera incursión en la ficción narrativa.

Es más, imagino que muchos lectores de El Debate se acercaran a El equilibrio de las cosas atraídos por la necesidad de frecuentar con mayor asiduidad al autor que firma espléndidas columnas en estas páginas. Y harán bien. El cambio de registro no descubre nada nuevo en cuanto a lo literario. La pluma de Marín-Blázquez es sobresaliente y no defrauda; la profusión de adjetivos en la narración, lejos de recargar el texto, recrea atmósferas brillantemente; el planteamiento de las vicisitudes de la adolescencia procede del hondo conocimiento de las dificultades que presenta esa etapa de la vida. Porque la recopilación de relatos que Monóculo publica en este volumen no es azarosa, tiene un hilo conductor. Desconozco si la faceta de profesor de Lengua y Literatura de Carlos Marín-Blázquez le ha conferido una mirada especial sobre los sentimientos que enmarañan la pubertad. Pero, lo cierto, es que en cada una de las historias es capaz de devolver al lector al claroscuro de unas vidas que comienzan a abandonar la perfecta seguridad del hogar, el refugio de la amistad confiada, la existencia plácida y el calor de la niñez.

Sin apenas sobresaltos ni giros de guión dramáticos, la fortaleza de cada uno de los ocho capítulos que conforman la obra reside en el magnífico trazo psicológico y espiritual de los protagonistas, al que acompaña una virtuosa prosa. El lector, al tiempo que se recrea con la belleza descriptiva de su literatura se conmueve con el mundo interior de un puñado de almas que apenas están comenzando a vivir. Al tiempo que desea consolar a algunos de sus personajes y resarcirlos por sus penas tempranas –ya me dirán si el enigmático Luis Goyena no queda varios días resonando en sus pensamientos–, no puede por menos que sonreír al rememorar al Holden Caulfield de Salinger, en la displicencia del Ramón de Marín-Blázquez.

El equilibrio de las cosas es el título del último de los relatos, pero, en cada uno de ellos se abordan distintas rupturas del proceso de crecimiento –de la apertura a un mundo hasta entonces inexpugnable– que van desde la violencia al amor, la soledad y la muerte. El autor llega a la profundidad de los misterios del alma humana sin salpicar de fealdad o embrutecer sus textos. Bien al contrario, con la riqueza que caracteriza a su escritura, se hace cargo de la pugna entre el bien y el mal presente desde que las grandes preguntas de la vida comienzan a sobrevolar la existencia de cada cual. Su capacidad para adentrarse en la oscuridad sin renunciar a la belleza era, hasta ahora, una intuición que queda felizmente confirmada en este libro.

Carlos Marín-Blázquez es, asimismo, autor de dos libros de aforismos: Fragmentos (Sindéresis, 2017) y Contramundo (Homo Legens, 2020).

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