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La dura leyenda de la soga rota de Franz Werfel

Portada de «La dura leyenda de la soga rota» de Franz WerfelPepitas de Calabaza

«La dura leyenda de la soga rota» de Franz Werfel

Franz Werfel: el amigo del hombre

Tres textos inéditos en español de Franz Werfel, piezas que condensan la creación exquisita de uno de los escritores más notables de las letras alemanas y dejan al lector anhelante de una antología más extensa

La dura leyenda de la soga rota que edita Pepitas de calabaza recoge tres textos inéditos en español de Franz Werfel (Praga, 1890, Beverly Hills, 1945). Estas piezas, escritas en distintos momentos de su vida, condensan la creación exquisita de uno de los escritores más notables de las letras alemanas y dejan al lector anhelante de una antología más extensa.

Franz Werfel fue el único hijo varón de una familia germanojudía de industriales de Praga. Su aya lo inició en las prácticas devocionales del catolicismo, confesión por la que Werfel siempre sintió fascinación (aunque nunca llegara a convertirse). Su padre dispuso que a los diecisiete años entrara a trabajar en una compañía consignataria de la que fue despedido por arrojar al inodoro los documentos de embarque que debía tramitar. Werfel, muchacho idealista y eminentemente musical, renunció a la fábrica de guantes paterna por el trasoñado Café Arco, en el que formó parte del grupo de genialidades literarias de habla alemana que constituían Rilke, Kafka, Brod y Meyrink.

Werfel publicó su primera obra a los veinte años. Se trataba de un poemario titulado Der Weltfreund –«El amigo del mundo». Por aquel entonces, el escritor creía (o creía creer) en la revolución mundial del bolchevismo, sin acertar a prever las consecuencias. Tras pasar dos años en Leipzig en calidad de editor para el sello de Kurt Wolff, en 1914, con el estallido de la Gran Guerra, es llamado a filas para servir en el ejército astrohúngaro. Lo destinarán al Cuartel de Prensa de Guerra en Viena, donde conoce a otros notables escritores austriacos como Rilke, Musil y Franz Blei. Este último será quien le presente a Alma Mahler, archidama de los salones vieneses, viuda de Gustav Mahler y por entonces esposa del arquitecto Walter Gropius. A pesar de que su amor comienza en medio de grandes zozobras –adulterio, muerte de un hijo, diferencias ideológicas–, Alma y Werfel no se separarán jamás. Ella le introducirá en la vida social y cultural de la capital, auspiciará su carrera literaria y emigrará junto a él a América, cuando los nazis le conviertan en un autor proscrito y un fugitivo.

De todos sus viajes, la visita a Baalbek (Líbano) le afecta especialmente, pues conocerá las masacres que el gobierno otomano llevó a cabo entre 1915 y 1923 contra la población armenia. Estos hechos serán recogidos en su obra magna Los cuarenta días de Musa Dagh, que ve la luz en 1933 y definirá su antibelicismo.

Dos de los relatos presenten en la edición que nos ocupa –La dura leyenda de la soga rota (1938) y Weissenstein, el perfeccionador del mundo– llevan la impronta de un hombre atrampado por el exilio, esa «enfermedad grave de suyo», tal y como la describió Alma, a la que Werfel no sobrevivió. Ambos relatos ahondan en el tema guerra, una cuestión a la que vuelve oportuna y obsesivamente.

La dura leyenda de la soga rota de Franz Werfel

Pepitas de calabaza / 84 págs.

La dura leyenda de la soga rota

Franz Werfel

El primer relato, que da nombre a la edición, se ambienta en la Guerra Civil española. Comienza con esta sentencia: «Que los justos corren mala suerte en la tierra y los bellacos se cobran su «pingüe recompensa» aún en vida, es verdad ingrata que la Biblia no calla». Como muestra del favor que los poderes superiores conceden a los malvados, el autor narra la historia del asesino, violador y ladrón Esteban Asimundo y Abreojos, quien, tras librarse por segunda vez de ser ejecutado, se convierte en soldado del bando nacional. Ese «tiempo de nadie» que es la guerra permite que el criminal llegue a ser un meritísimo y muy condecorado sargento. El lector, perplejo y conmocionado, siente la tentación de poner en tela de juicio la justicia del universo y rebelarse contra la aparente neutralidad de Dios, pero el propio autor nos refrena: «¿por qué gritáis y alteráis la función antes de que siquiera haya caído el telón del entreacto? […] Quejaos más bien de haber llegado tarde al teatro y tener que abandonarlo antes de hora.»

Weissenstein, el perfeccionador del mundo (1938) refleja el clima bélico que asola a la sociedad vienesa. Del ambiente juvenil, atrevido, fecundo y fatuo de los cafés de su juventud salta a la Gran Guerra para contarnos cómo en ella los benefactores o mártires devinieron en asesinos.

La danza de los derviches, la última narración, fue escrita en 1925, inmediatamente después de que Werfel presenciara tal ceremonia en El Cairo. El autor, que siempre manifestó un gran interés por el hecho religioso, describe la fascinante visión del éxtasis de los giróvagos. En esta obra aún no ha hecho su aparición el odio delirante de la horda humana, sino solo los bellos ojos de un poeta que necesita la realidad para impulsarse y dejar volar su imaginación.

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