«El Arte Clásico. De Grecia a Roma»: una visión renovadora del arte clásico
Mary Beard y John Henderson nos plantean preguntas para que advirtamos cómo nuestra percepción de obras del arte clásico no siempre corresponde con la finalidad y la estética con la que fueron creadas.
Aunque por el título pudiera parecer que estamos ante una presentación del arte clásico determinada por clasificaciones cronológicas, o por la tradicional división de las artes, nada más lejos de la realidad. Más allá de planteamientos preconcebidos, Beard y Henderson, mediante su particular y atractivo discurso, nos plantean preguntas para que advirtamos cómo nuestra percepción de obras tan relevantes, como los mosaicos de la Casa del Fauno, Hermes con Dionisos, de Praxíteles, o el Discóbolo, no siempre corresponde con la finalidad y la estética con la que fueron creadas.
En los distintos capítulos se invita al lector a contemplar cada manifestación artística desde las coordenadas espacio temporales del mundo griego o del romano, pues, de lo contrario, podría caer en una anacrónica interpretación, desde presupuestos propios del siglo XXI. Esto conduce, en no pocas ocasiones, a percepciones subjetivas y alejadas de la realidad de la cultura grecolatina y de las fuentes literarias que inspiraron a sus maestros, entre las que podrían citarse plumas tan insignes como Homero, Apolodoro, Virgilio, Tito Livio u Ovidio.
La contemplación de pinturas, mosaicos y esculturas en museos y colecciones particulares hacen que, con frecuencia, olvidemos el lugar para el que fueron pensadas y este dato puede ser determinante para explicar una determinada iconografía o para transmitir un mensaje en un momento concreto de la Historia. Así sucede, por ejemplo, con el mosaico de Alejandro Magno (Museo Arqueológico de Nápoles), el Apolo Belvedere (Museos Vaticanos), o la Venus de Milo (Museo del Louvre).
En palabras de nuestros autores, «la historia de la museología y de las estrategias en la exposición, de la estética y de la teoría del arte, de los descubrimientos arqueológicos y de la erudición académica, han contribuido a fijar cómo vemos y comprendemos el arte del mundo antiguo».
la esfera de los libros / 391 págs.
El Arte Clásico. De Grecia a Roma
Además, al descontextualizar las piezas de los siglos pasados, es más fácil que forjemos ideas sobre los planteamientos artísticos de Grecia y de Roma alejadas de su realidad, tal y como sintetiza la expresión que da comienzo al libro: «el arte clásico es muy colorido». A partir de puntos de vista transversales, como el poder, el amor, la religiosidad, la filosofía o la guerra, pasa ante nuestros ojos un elenco muy bien seleccionado para reconstruir los principios fundamentales de la estética griega y su proyección en Roma.
Este libro es un claro ejemplo de que para un estudio en profundidad de la historia del arte no son necesarios listados interminables de obras y artistas, sino el conocimiento en profundidad de la esencia de cada época. Esto lo sabe bien Mary Beard, una de las mejores analistas culturales de la actualidad, que completa este estudio con valiosos cuadros cronológicos y con un compendio de imágenes de gran valor documental.
Este libro es un claro ejemplo de que para un estudio en profundidad de la historia del arte no son necesarios listados interminables de obras y artistas, sino el conocimiento en profundidad de la esencia de cada época
En su recorrido los autores no escapan a cuestiones polémicas en torno al arte griego y romano, afirmando categóricamente que la visión que tenemos de Grecia siempre está mediatizada por los gustos de Roma, donde se practicaba, en gran medida, el arte de la imitación.
En este punto sale a escena el arqueólogo alemán Winckelmann (1717-1768), quien calificó la escultura romana como propia de la «era de los imitadores» o de las «estatuas viajeras», ya que en muchos casos llegaban hasta Roma saqueadas o compradas, desligadas de sus programas iconográficos. A su vez, advierte de la dificultad de diferenciar originales y copias, sobre todo por la pericia de los procesos de restauración iniciados en el Renacimiento italiano, capaces de conseguir réplicas perfectas a partir de los originales helenos. Así se advierte en Laoconte y sus hijos, ya en 1506 imitada en varias ocasiones y cuya restauración se ofreció al propio Miguel Ángel.
En esta misma línea se pronunció el coleccionista inglés Charles Townley, muy crítico con los engaños que en el siglo XVIII se estaban produciendo respecto a las piezas de la antigüedad. Todos estos aspectos son tratados desde distintos escenarios, transportándonos desde Pompeya y Herculano hasta la Domus Aurea, las villas imperiales o las termas, en donde trabajan maestros ya consolidados que dejan su nombre para la posteridad (Praxiteles, Mirón, Apeles…), al servicio de mecenas que advirtieron en el arte una manifestación estética y de poder (Alejandro Magno, Pericles, Nerón, Adriano, Tiberio, Cicerón…).