'Aniquilación': hastío, decadencia y colapso de Occidente
Aniquilación es el análisis narrativo de la decadencia de Occidente más completo de Houellebecq hasta la fecha. Es, en efecto, su mejor novela.
Nueve novelas y más de treinta años después de iniciar su carrera literaria, Michel Houellebecq sigue contándonos la misma historia de siempre. Esto es, en lo esencial, un hombre maduro en la cuarentena –o a punto de cogerla, o a punto de abandonarla– que transita la vida sin un propósito claro y en actitud resignada, en medio de una sociedad desnortada, decadente y desprovista de referencias.
Esa historia que Houellebecq repite incansable es la de nuestros días, y nosotros, lectores, la seguimos esperando con ganas a pesar del eterno retorno, con la expectación de quienes no pueden sino reconocerse en ella. Si Houellebecq fascina no es por su mala leche, su incorrección política, el morbo o la explicitud, siquiera por su estilo –en realidad, no tiene estilo–. Si Houellebecq fascina –o es detestado, hay lectores que le detestan– es, en definitiva, porque su literatura es un reflejo de nuestra sociedad y una radiografía de nuestras incomprensiones y anhelos más íntimos.
Política, familia y ciberterrorismo
En esto que les cuento viene resumida tanto la historia e intenciones de Aniquilación, como las de sus ocho novelas anteriores; «en el fondo –dice Houellebecq– siempre es mejor que las cosas se parezcan a su cliché» (pág. 523).
Nuestro protagonista, Paul Raison, casado, sin hijos, despegado de su familia, cercano a la cincuentena, deberá afrontar las elecciones presidenciales galas como asesor personal del ministro de Economía –trama política–; le tocará lidiar con difíciles problemas matrimoniales y familiares –trama familiar–; y se verá mezclado en la investigación de una serie de ataques ciberterroristas de procedencia desconocida.
Esta última trama trae consigo el thriller ocasional cada vez que la novela necesita de un impulso, y una novela de seiscientas páginas como esta, al ritmo pausado de un narrador omnisciente que busca incesantemente interpretar, necesita de estos impulsos. También sirve para reflexionar sobre la inseguridad endémica de la globalización y el dominio tecnológico del mundo, pero no es lo principal en Aniquilación, es incluso un mcguffin descomunal.
Decadencia y colapso
A pesar de estar ambientada en el año 2027, Aniquilación rezuma presente. No se puede lisonjear a la novela de profética, pues lo que narra hace tiempo que nos aqueja y destruye. Si acaso hay órdagos inconcretos: «a Paul le parecía evidente que el conjunto del sistema se derrumbaría en un colapso gigantesco cuya fecha y modalidades no se podían prever todavía, pero la fecha podría acortarse y sus modalidades serían virulentas» (442). Bien.
La decadencia de Occidente está toda ella contenida en sus páginas: la devastación de la pareja y la ausencia de los hijos, «hoy día los hijos no bastan para salvar a una pareja, sino que más bien suelen contribuir a destruirla» (80); los estertores de la democracia, la posdemocracia y el totalitarismo blando, «aquel ambiente pseudolúdico, pero en realidad de una normativa cuasi fascista que poco a poco había infestado hasta los menores recovecos de la vida cotidiana»; la absurda distracción tecnológica, «le gustaba decir que Internet solo servía para dos cosas: para descargarse porno y para insultar al prójimo sin riesgos» (100), o también «¿de qué servía instalar el 5G si simplemente ya no lograba entrar en contacto y ejecutar los movimientos esenciales, los que permiten reproducirse a la especie humana, los que permiten también, a veces, ser felices?» (304); el declive de los medios de comunicación, «la prensa [...] había incrementado en estos últimos años su poder nocivo, ahora podía arruinar vidas, y no se privaba de hacerlo, sobre todo en periodo electoral, […] una simple sospecha bastaba para destruir a alguien» (401); la esquizofrenia por el trabajo, «vivía en una época que concedía una importancia excepcional al trabajo, y a la plenitud dentro del trabajo» (420); el arraigo de nuevas pseudoreligiones politeístas y sectas; el impacto pernicioso de la globalización –China, sobre todo–; los flujos migratorios; también la ancianidad y la eutanasia.
Todos estos temas ya se encontraban en trabajos anteriores, pero es la primera vez que Houellebecq los pone a funcionar todos a una, conformando así el catálogo temático y reflexivo más extenso de su narrativa. También su novela más completa y compleja hasta el momento.
En lo que tiene que ver con el sexo, sin embargo, Houellebecq ha bajado el tono. En las primeras cien páginas, dos menciones a los genitales masculinos y ya; es poco para él. En toda la novela, tres o cuatro escenas de sexo sin demasiada profusión de detalles. Todo muy light para el autor de Plataforma (2001). Nada en contra, por otra parte. Se trata más bien de una declaración de intenciones: es tan grande y profundo el hastío que invade a nuestro protagonista, que ni siquiera las pasiones ni los placeres le mueven. No hay voluntad, pero tampoco hay deseo.
Ancianidad y eutanasia
De entre los muchos temas objeto de crítica y signo de decadencia, sin duda los preponderantes en esta novela son el menosprecio utilitarista hacia los ancianos y el juicio a la eutanasia. No hay obra del francés reductible a un solo tema, pero Aniquilación será recordada por este.
Es grande la preocupación por los mayores en Houellebecq; el dolor y la indignación por la posición europea frente al asunto son continuos: «yo he sido muy pronto sensible al hecho de que nuestra sociedad tiene un problema con la vejez; y que era un problema grave que podría conducirla a la autodestrucción»; «la cuasi totalidad de la gente hoy día considera que la valía de una persona disminuye a medida que su edad aumenta» (374); «la mayoría de las veces los viejos mueren solos. […] Envejecer solo no es ya muy divertido, pero morir solo es lo peor de todo» (594).
Y sobre la eutanasia: «la verdadera razón de la eutanasia es que ya no los soportamos [a los ancianos], ni siquiera queremos saber que existen, por eso los apartamos en lugares especializados, fuera de la vista de los demás seres humanos» (374).
El cristianismo
Otra de las constantes recientes de la narrativa de Houellebecq es el comentario al ocaso del cristianismo en Occidente; con toda claridad desde Sumisión (2015), y quizá con cierta esperanza de futura conversión a raíz de Serotonina (2019). Las ilusionadas manifestaciones que suscitó el redes el final de esta última eran comprensibles, aunque ciertamente exageradas.
La prueba está en que Houellebecq, si bien vuelve sobre el cristianismo en el primer centenar de páginas para no abandonarlo –Cécile, la hermana del protagonista es católica–, si bien en ninguna otra novela hasta la fecha ha examinado la cuestión de la religión tantas veces, lo hace en buena medida desde y hacia el fracaso, adivinándose un alejamiento de cualesquiera supuestos acercamientos a la fe –meramente literarios o incluso personales– obrados en el pasado.
Hay una inquietud latente, sí: «tenía la sensación de que en su vida había alguna cosa inacabada con aquella iglesia, y quizá más en especial con el cristianismo» (488). Pero la negación es incontestable: «en efecto, no soy cristiano; tengo incluso tendencia a pensar que comenzó con el cristianismo está propensión a aceptar resignados el mundo actual, por insoportable que sea, a la espera de un salvador y un porvenir hipotético; el pecado original del cristianismo, a mí entender, es la esperanza» (375-376). De otra parte, la convivencia del cristianismo con otras religiones y manifestaciones panteístas a lo largo de la novela, pero sobre todo hacia el final, oscurecen una posición clara sobre la fe –si es que había intención de ofrecer alguna–.
Mejor contada que nunca
En Aniquilación abunda la sospecha y el existencialismo: «Siempre había visto el mundo como un lugar donde él no debería haber estado, pero que no tenía prisa en abandonar, simplemente porque no conocía otro» (328). Ante los momentos trascendentales de la vida cabe poco más que la resignación: «Los momentos acontecen o no, modifican la vida de la gente y a veces la destruyen, ¿y qué podemos decir? ¿Qué podemos hacer? Sin duda, nada» (577).
Con todo, prevalece la sensación de espera hacia una mínima e improbable, pero posible experiencia del amor; se manifiesta en la añoranza de recuperar la felicidad en el matrimonio, en los silencios de Paul hacia sus hermanos y hacia su padre, en los sacrificios de Cécile, en el acompañamiento de Madeleine... la trama familiar es, a este respecto, fuente de los más complejos y deslumbrantes cambios en el protagonista.
Con sus añadidos, sus evoluciones e involuciones, Houellebecq nos presenta la misma historia de siempre, sí, pero esta es la ocasión que mejor nos la cuenta.
anagrama / 608 págs.