'Caso clínico': juego de espejos sobre la identidad y suspense psicológico

El gran escritor escocés, Robert Louis Stevenson, escribió una obrita definitiva sobre la dualidad del ser humano: El extraño caso del Dr Jekyll y Mr Hyde. Su impacto cultural fue enorme tanto desde el punto de vista psicológico como literario. Este clásico de la ciencia ficción tiene también muchos componentes de novela negra (algo que evidencia el título). Curiosamente, es en su perspectiva de novela policiaca donde más ha impactado sobre los escritores escoceses, hasta el punto de acuñarse el término de tartan noir. El escritor Ian Mankin es probablemente el más conocido del género, y curiosamente el primer libro de su famoso detective John Rebus (Nudos y cruces) utiliza la figura del doble como eje argumental. Macrae Burnet es también escritor escocés de novela negra, y en esta su cuarta novela introduce la figura del doble en lo que parece que es una referencia clara a la obra de Stevenson.

La novela comienza cuando el propio escritor recibe un misterioso paquete (en ficción, todos los paquetes son misteriosos) que encierra varios cuadernos y una carta. En la misiva le explican que son unos escritos autobiográficos de una mujer, centrados en su relación con un personaje que, casualmente, Macrae estaba investigando. Aparece así la figura de Collin Braithwaite, escritor, psicólogo y enfant terrible de los movimientos contraculturales de la Inglaterra de los años sesenta. Macrae decide publicar los cuadernos de la mujer junto con su biografía de Braithwaite. La novela se compone, por tanto, de ambas narraciones que se van entremezclando para completar una narración completa.

He comenzado esta reseña hablando de la novela negra escocesa, y ciertamente Caso clínico se considera una novela negra. Sin desvelar nada, yo diría que es, como Dr Jekyll y Mr Hyde en realidad, una falsa novela negra. Tiene todos sus componentes, pero en realidad su fortaleza está en el suspense psicológico, en las preguntas que se mantienen suspendidas de una manera bastante notable durante gran parte de su lectura. El lector cree saber a dónde se le dirige, pero en realidad no tiene ni idea. Hay quien podría decir que la novela tiene demasiados «arenques rojos», o falsas pistas. Lo cierto es que muchas preguntas quedan sin resolver. En el fondo, de eso se trata, pienso yo.

Rebecca Smyth es el nombre falso que utilizar la escritora de los cuadernos para adentrarse en la compleja vida de Braithwaite. Hasta escribir estas líneas no me había dado cuenta de que la chica ha escamoteado su nombre real, pero está contado con la suficiente sutileza que nos pasa completamente inadvertido. Su personalidad es el eje central del libro y fuente de la mayor parte de los enigmas que se presentan. Es un personaje realmente difícil de dibujar, pues se mueve entre un buen número de niveles interpretativos. Tal vez esa dificultad provoque que en ocasiones no sea del todo verosímil y que caiga en cierto estereotipamiento. La lucha interna entre sus dos «yos» me ha parecido un sencillo remedo del Dr Jekyll. Con todo, como la novela es un constante juego de humo y espejos, no se sabe de dónde está el origen de la simplificación, si en Macrae o en la propia escritora ficcional.

Un aspecto interesante del libro es la descripción del ambiente cultural beatnik del Londres de los sesenta y setenta. El conflicto de una generación que se movía entre los anclajes de la tradición y la explosión rupturista de las revoluciones contraculturales. El lector que disfrutó de ese aspecto en Los jardines de Kensington de Rodrigo Fresán, también le gustará esta novela.

Dejo para aquí mi impresión final. Sin desvelar nada, admito que me ha dejado un poco frío. Como si todo el juego de artificio que se ha desarrollado en sus páginas terminara no ya en humo, sino en sombra de humo. Pienso que tal vez Macrae tenga algo de mago, como el Gran Dando que aparece en sus páginas, aunque admitamos que a diferencia de este, al escocés nunca se le descubren las cartas bajo la manga.