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El planeta Narnia de Michael Ward

Portada de «El planeta Narnia» de Michael WardCEU Ediciones

'El planeta Narnia' desvela el mayor secreto de C. S. Lewis

La obra de Michael Ward ha supuesto una contribución inestimable –y revolucionaria– a los estudios sobre la obra imaginativa del autor irlandés

Después de tres décadas leyendo Las crónicas de Narnia, diez años impartiendo clases sobre C.S. Lewis a estudiantes universitarios y otros tres viviendo en los Kilns –el hogar de Lewis en Oxford–, el teólogo y crítico literario Michael Ward (1968, Reino Unido) hizo un descubrimiento que le hizo saltar de la cama. En 2003, mientras trabajaba en su tesis doctoral –a la que había asignado de forma provisional el título C. S. Lewis y la palabra: Cristo, las Escrituras y el lenguaje– dio con la «clave» que desvelaría el plan que siguió Lewis en la composición de Las crónicas de Narnia: la cosmología medieval. Esta teoría, que supone un nuevo paradigma interpretativo de la obra del autor inglés, está magníficamente apuntalada en El planeta Narnia: los siete cielos en la imaginación de C. S. Lewis, publicada en español por CEU Ediciones, gracias a la traducción de María Isabel Abradelo y Pablo Gutiérrez.

En El planeta Narnia, Michael Ward pretende resolver los tres interrogantes que sobrevuelan Las crónicas de Narnia: las razones que motivaron su creación; las críticas que suscitó su composición – aparentemente incoherente e improvisada– y su extraordinario éxito, que, generación tras generación, asegura a su autor un puesto permanente en el canon de la literatura de habla inglesa.

La mayoría de las páginas de El planeta Narnia están dedicadas a la cuestión de la composición de las Crónicas. Desde que Tolkien definiera el primer libro del septeto –el único que leyó– como un «revoltijo» de imaginario confuso, la crítica ha tendido a considerar las Crónicas como una saga sin uniformidad ni consistencia. Los estudiosos que han pretendido demostrar la coherencia subyacente o unidad temática de la serie no han podido ofrecer teorías suficientemente satisfactorias. El persistente secretismo de Lewis en relación con los fundamentos de la imaginería de Narnia también contribuyó a la creencia de que la concepción y estructura de la obra no respondían a ningún propósito distinto al de su sentido cristológico, que el autor reconoció explícitamente.

Lo que demuestra Ward en su admirable investigación es que la heptalogía sigue un plan de composición que, si bien se desarrolló progresivamente, da lugar a un esquema conclusivo. La clave del plan reside en los siete cielos descritos por la cosmología anterior a Copérnico. Según este modelo, llamado geocéntrico o ptolemaico, los siete planetas situados por encima del mundo sublunar y debajo de las «estrellas fijas» ejercen su influencia sobre las personas, los acontecimientos y los metales de la esfera terrestre. Cada crónica está concebida bajo el influjo de uno de los orbes celestes, que, sin necesidad de ser mencionados de forma explícita, aportarán la «atmósfera» y el simbolismo de la obra. Este esquema, que el autor no reveló a ninguno de sus allegados y que había sido pasado por alto por los críticos, explicaría ciertos elementos aparentemente disruptivos de las novelas.

Ward apunta que este nuevo «estrato de sentido» no entraría en contradicción con la interpretación tradicional de que Las crónicas de Narnia es una obra cristológica. Todo lo contrario: contribuye a reforzar la lectura teológica, ya que, según el autor, cada novela supone una representación particular de la iconografía divina envuelta en la referida imaginería planetaria.

El conocimiento que tiene Ward de la obra de Lewis es tan amplio que le permite analizar la presencia planetaria en toda su producción, como la Trilogía de Randsom o su poesía. La fascinación que sentía Lewis no sólo por la cosmovisión que imperaba en la Edad Media, sino por la idiosincrasia medieval en general, se debía tanto a razón estéticas como religiosas. Al intentar restaurar esta mentalidad se estaba oponiendo a las concepciones fisicalistas, naturalistas y utilitaristas de su tiempo.

En cuanto a los motivos por lo que las Crónicas fueron escritas, Ward no desmiente la versión tradicional que afirma que Lewis empezó a escribir El león, la bruja y el armario, el primer libro de la heptalogía, como respuesta a las críticas que su ensayo Milagros: un estudio preliminar recibió de la filósofa Elizabeth Anscombe. Que Lewis se refugiara en el género fantástico, en el que era novel, después de su supuesto fracaso en el litigio filosófico, no hay que interpretarlo como una retirada o la constatación de una debilidad, ya que, como dice Ward, la creación de las Crónicas exigía un «intelecto alegorizante» y una «imaginación simbólica» muy penetrantes, además de un conocimiento profundo de fuentes medievales y renacentistas. Si Lewis optó por la fantasía lo hizo para defender sus creencias de una forma más «imaginativa» que «racional», ya que consideraba que las imágenes tenían un poder comunicativo mayor que los conceptos. Dada la aceptación de la que aún gozan las Crónicas, parece que su autor no se equivocó al considerar el valor permanente de los símbolos.

El planeta Narnia es una obra magistral y amena. El genuino secreto literario es desvelado con métodos cuasi detectivescos. Las incontables referencias a la mitografía clásica, medieval y renacentista no solo ayudarán a los aficionados a comprender mejor la obra de Lewis, sino que también deleitará a aquellos que no la conozcan.

El planeta Narnia de Michael Ward

ceu ediciones / 552 págs.

El planeta Narnia

Michael Ward

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