'El libro de los Baltimore' y el descubrimiento del deseo mimético en la obra de Joël Dicker
Sobre un aspecto poco estudiado de Joël Dicker, autor revelación de novelas policíacas: su descubrimiento personal del «deseo mimético»
El pensador René Girard efectuó el gran hallazgo del «deseo mimético» gracias al análisis reflexivo de grandes obras de la literatura universal. A partir de ese primer descubrimiento, de capital importancia, Girard elaboró toda una teoría de la génesis metafísica y cultural del ser humano. La «teoría mimética» girardiana es omnicomprensiva y pretende tener carácter científico, si bien tal rango epistemológico deriva de un método indirecto e inductivo de recogida de evidencia. Efectivamente, a través de las herramientas de la crítica literaria, Girard se dio cuenta de que los grandes escritores revelaban algo acerca del hombre que se les había pasado por alto a casi todos los científicos.
Lo que muchas veces había quedado en sordina era que lo verdaderamente relevante en el ser humano no residía en la economía, la razón o la biología sino en el deseo, que era inexorablemente mimético; es decir: nuestra identidad y nuestro vacío existencial los intentamos resolver imitando los deseos ajenos. Fijamos nuestra atención en un modelo o mediador para obtener de él la respuesta a quiénes somos y qué objetos nos dan plenitud existencial. Los objetos que deseamos no los deseamos por ellos mismos y sus características intrínsecas sino porque han sido previamente deseados por un tercero, que es nuestro modelo y, en último término, nuestro rival.
Ciertamente, el problema es que todos somos mediadores unos de otros y acabamos queriendo poseer los mismos objetos, lo que genera conflicto interindividual e, incluso, social. Es la «doble mediación» de la que habla Girard. En esa coyuntura doblemente mediada, la diferencia y la identidad de los individuos enfrentados en el conflicto es difícil de establecer de modo fijo, pues va fluctuando. Cuando la violencia se erige en árbitro de los enfrentamientos humanos, no se sabe quién es quién, puesto que todo es caos de venganza asesina y la sociedad debe recurrir a prohibiciones y tabúes para restablecer los límites identitarios borrados por la violencia.
Pues bien: no se puede entender la profundidad de El libro de los Baltimore sin la revelación explícita y consciente del deseo mimético que lleva a cabo Joël Dicker. Todo pivota en torno a la noción de la doble mediación ya aludida y expresada del siguiente modo por el escritor ginebrino: «cuando estaban juntos eran tan parecidos, tan indivisibles, se habían percatado de que cuando se relacionaban con los demás no podían ser un solo bloque, sino que, en realidad, eran dos individuos distintos […] intentando averiguar a cuál de los dos [los hermanos Woody y Hillel] prefería Patrick Neville». La identidad es establecida por los ojos de un tercero (en este caso, Patrick); de otro modo, el vacío interior que sienten Woody y Hillel sobre quiénes son no sabe hallar reposo o plenitud más que en la identidad total o la diferencia absoluta entre ambos. La ignorancia que tiene el sujeto expuesto al deseo acerca de su identidad es total y, para despejar esta incógnita, lo único viable es fijarse en un modelo e imitarlo. Lo ve bien Dicker: «¿Por qué quería convertirme en un escritor famoso y no en escritor a secas? Por culpa de los Baltimore. Habían sido mi modelo y se habían convertido en mis rivales. Solo aspiraba a superarlos».
alfaguara / 488 págs.
El libro de los Baltimore
En palabras de Girard en Shakespeare: los fuegos de la envidia: «la mimesis del deseo significa la desunión de quienes no pueden poseer juntos el objeto que juntos ansían». Las rivalidades, así pues, arrancan de conflictos por un objeto disputado. De esto se da cuenta Dicker, quien pone en boca de sus personajes la siguiente reflexión: «por primera vez en nuestra vida común, los tres queríamos una misma cosa que no podíamos compartir».
Eso que no podían compartir los personajes en cuestión de El libro de los Baltimore pero que todos ellos ardían en deseos de conseguir era una chica: Alexandra. Había muchas chicas bellas, pero todos querían a Alexandra y no fundamentalmente por las características intrínsecas de esa fémina, que son insuficientes para explicar la obsesión por ella. Más aún: este objeto no compartible será el desencadenante del núcleo narrativo de esta obra de Dicker: el «Drama», que es una expresión repetida continuamente en El libro de los Baltimore y cuyo significado sólo se desvela en sus últimos compases. Sin embargo, de lo que no se suele ser muy consciente es de que el Drama era la crónica de una muerte anunciada miméticamente.
La revelación del carácter mimético de la génesis de la tragedia de los Baltimore es la gran enseñanza de Dicker, su sello de autor de calidad: «sin ninguna duda, las raíces del Drama se remontan al último verano que pasé con Hillel y Woody en los Hamptons [en 1997]». ¿Qué pasó ese verano? Una escalada de rivalidad imitativa sin precedentes que amenazaba con destruir a un grupo de amigos. Ellos, a pesar de ser adolescentes, se dan cuenta de que están compitiendo por el mismo objeto (Alexandra) y de que todo puede acabar mal. Tanto es así que resulta imperativo prohibirse a sí mismos tal deseo: «al amparo de la noche, juntamos las manos y juramos […] que nunca nos convertiríamos en rivales y que todos renunciábamos a Alexandra». De hecho, empiezan a buscar objetos de sustitución: «Woody intentaba olvidarse de Alexandra atendiendo a Colleen. Quería salvarla para salvarse a sí mismo».
La obsesión por Alexandra es irracional. Incluso en las circunstancias de un asesinato y de la entrada de Woody en prisión, la imitación y la envidia no dejan de asomarse; y, siempre, en relación con el objeto en disputa, aunque poco tenga que ver en el contexto recién referido. Los amigos-rivales no descansan en su obsesión competitiva. Verdaderamente, al ser condenado, Woody «me confesó de repente que había dejado a Colleen. En mi fuero interno, estaba convencido de que si lo hacía, era porque […] nunca la había querido como quería a Alexandra. Me sentí obligado a hablar de ella». Woody intenta fugarse para no entrar en prisión por su asesinato, pero su demencia mimética es tal que Alexandra no puede dejar de ver con el tema: «Alex […] te queremos como tú nunca podrás querernos a nosotros. Puede que ese también sea el motivo por el que nos vamos».
El «drama», en sí mismo, consistió en el suicidio de Woody y Hillel al ser descubiertos en su huida de la justicia; pero hay un ‘drama’ mimético subyacente: Marcus Goldman, familiar de los forajidos y que juró también renunciar Alexandra, sin embargo, la poseyó. En su delirio mimético, se cree culpable del Drama por haber incumplido el juramento y les pregunta a sus primos muertos: «¿Fue culpa mía?». Y escucha su repuesta condescendiente: «¡No!». Aunque fuera absurdo interrogarles sobre si era culpable, dado que Marcus no tuvo nada que ver con su suicidio, ellos no se extrañan de la pregunta, pues saben perfectamente lo que quiere decir. Marcus preguntaba, ciertamente, por el objeto prohibido: Alexandra. En el fondo, ni muertos dejan de ser miméticos.