La carta de Miguel Hernández sobre la cárcel donde murió: «cien hombres quitándose las puses con trapos sucios»
Una misiva inédita de Miguel Hernández a un amigo donde cuenta las últimas penurias que pasó el poeta
Miguel Hernández, el poeta de Orhiuela (Alicante), relata en esta carta destinada a un amigo las desventuras de su estancia en la cárcel, una jaula que terminó con la vida y el espíritu del dramaturgo.
En la carta, el hermano explica las condiciones inhumanas en la que se encontraban los reclusos: «Cuando mi hermano estaba ya con el pulmón quitado por don Antonio Barbero, estando tan malo en aquella enfermería donde había noventa o cien hombres tendidos quitándose las puses los unos a los otros con trapos sucios, pues allí no entraba un médico o un practicante en siete u ocho días, aquello era inhumano».
El legado ya ha sido incorporado al Instituto de Estudios Giennenses de la Diputación de Jaén, que formará aparte del archivo del museo de la localidad, que ya contiene 5.800 registros y cerca de 27.000 imágenes de archivos históricos de todo tipo.
Los intentos de sacar al poeta de prisión fueron en vano. «Unos trámites que resultaron infructuosos y que terminaron con la muerte del poeta en una prisión donde otros muchos reclusos también padecieron unas condiciones infames», ha asegurado el presidente de la institución.
Este documento, que incluye también su transcripción y que se ha depositado en el museo dedicado al poeta en Quesada, es una copia del original. Los documentos «pueden ser consultados a través de internet por todo el mundo, con lo que cumplimos con el doble compromiso que asumimos con la familia de Miguel Hernández hace una década cuando adquirimos su legado: por un lado, preservarlo y, por otro, contribuir a que su figura y su obra fueran aún más conocidos en todo el mundo», ha explicado el presidente de la Diputación.
En la carta aparece la respuesta que recibió del obispo de Almarcha cuando su hermano le pidió ayuda para Miguel Hernández. Éste dijo que no podía hacer nada al respecto «porque él no le quiso hacer caso cuando le propuso que rectificara de sus ideas y de sus escritos». Miguel Hernández moriría con sus ideales intactos, cuando su cuerpo se estaba pudriendo por dentro.