Una película española, la mejor de 2024 para los norteamericanos
En EE.UU. consideran Cerrar los ojos una obra maestra, mientras sus empresas empiezan a estar hartas de lo woke y proponemos unas Campanadas alternativas para 2025
El año pasado los Goya despreciaron la película española más importante de la última década. Suele ocurrir. Algún académico amigo me contó que para votar solía pasarle el encargo a su nieto más pequeño. Y si el niño no se prestaba, entonces ya se ocupaba el gato. Luego sale lo que sale. Ahora se premia sobre todo el drama rural. El triunfo está asegurado cuando el masoquista ejercicio de intimismo lo perpetra alguna nueva e indispensable voz de la dirección, adicta al cine más quejumbroso y sombrío.
Por eso no resulta nada extraño que cuando aparece Víctor Erice con una luminosa obra maestra bajo el brazo, como su última Cerrar los ojos, aquí se le ignore. Ha tenido que venir The New Yorker, una de las publicaciones culturales con mayor pedigrí, para sacarle en su lista de los mejores filmes de 2024. El primero y más destacado para ellos es, oh sorpresa, el del octogenario español, Erice.
Mozart y Manolo Escobar, unidos por el vino y las mujeres
En el Don Giovanni de Mozart, el seductor ensalza el vino y las mujeres, que para él constituyen «sostén y gloria de la humanidad». La ópera nunca ha dejado de representarse en los principales centros musicales de todo el mundo, por ahora. Manolo Escobar venía a proclamar casi lo mismo en su hit de otro tiempo, Viva el vino y las mujeres. Pero si hoy a alguien se le ocurre hacer sonar al intérprete de Mi carro en una playlist, lo más seguro es que reciba miradas displicentes. La ironía solo vale para los genios.
Escobar cantaba incluso mejor que Raphael, pero no tuvo a un compositor como Manuel Alejandro (tan bueno, al menos, como los prestigiosos Michel Légrand o Burt Bacharah). Sus canciones, que tanto apreciaba García Márquez, se adentran en el territorio inefable de la pareja, sin tomar atajos. Por eso, a la larga, Raphael ha sido incorporado, no sin reticencias, hasta por los más «modernos» mientras que a Escobar, como a Julio Iglesias, se suele recurrir en las fiestas solo cuando el alcohol destapa los placeres culpables.
Las grandes empresas comienzan a rechazar el «wokismo»
En su reciente libro, ¿Por qué Beethoven?, el crítico británico Norman Lebrecht sugiere la posibilidad de que algún necio decida promover, en algún momento, la cancelación del compositor. Si no hay motivo, se inventa.
Aunque los nuevos inquisidores surgidos del ámbito académico estadounidense, donde la fama se logra ahora hurgando en las papeleras de los grandes hombres del pasado, podrían verse pronto en peligro. Las principales empresas han alzado el dedo índice para tomar buena nota de por donde soplan los nuevos vientos. Y comienzan a recular. Walmart, por ejemplo, ha dado marcha atrás en sus políticas de diversidad, equidad e inclusión. Mientras, un grupo relevante de accionistas de Costco le ha reclamado a la cúpula de la compañía su insistencia en promover la «discriminación ilegal» contra empleados que son «blancos, asiáticos, hombres o heterosexuales». El dinero, del que dependen instituciones promotoras del «wokismo» como Harvard, apunta ya hacia un cambio.
Una malas reseña como arma arrojadiza
«La elegancia es una actitud global, no solo a la hora de vestir, sino también en la forma de desenvolvernos y comportarnos». La frase podría atribuírsele a Beau Brummell, clásico árbitro de la moda y el gusto. O quizá perteneciera a Porfirio Rubirosa, aquel legendario conquistador que no se despojaba del esmoquin ni para desplegar alguna de sus proezas en el catre. Pues no, tal aserto tiene otro dueño, Jaime de Marichalar.
No le falta razón. Puede que Ernesto de Hannover acuda a los restaurantes más postineros de la capital hecho un pincel: mantiene la misma talla que de chaval, lo cual contribuye a que pueda lucir aún sus estupendas chaquetas. Pero quizá debería esmerarse para que no se le notara tanto su desdén hacia el servicio, que aflora en cuanto sopla.
El otro día parece que volvió a montarla en una de sus animadas salidas hasta que le invitaron a abandonar un local. En otra época, habrían bastado unas cuantas llamadas del príncipe para que otros comensales distinguidos le hicieran el vacío. Ahora, con la «democratización» del lujo, ha tenido que salir al quite su compañera para publicar una reseña maliciosa en la web del establecimiento. Y de ese modo espantar a la posible clientela.
Las mejores campanadas, en el cerro de Garabitas
Durante las cenas navideñas las abuelas siempre suelen recordar que en la mesa no se habla de política. Pero entonces la discusión vira hacia otra controversia nacional, Lalachús o Cristina Pedroche. Y la contienda prosigue con distintos protagonistas. Hasta las uvas han venido cargadas de ideología. Hay quien sostiene que saltarse las tradiciones trae mal fario. Pero visto el panorama televisivo, que no va a mejorar en este año, provocar a la superstición para centrarse en otro repiqueteo podría resultar más edificante. Por ejemplo, el de aquellas shakesperianas Campanadas de medianoche que Orson Welles rodó entre Colmenar Viejo, el Cerro de Garabitas, Barcelona y otras localizaciones españolas.
En el personaje de Falstaff, su mayor creación humana, el gran Shakespeare teje un retrato implacable, y a la vez melancólico, sobre el poder, la amistad y la traición. Quizá demasiado para una Nochevieja, pero por si acaso vayan tomando nota para la de 2025. Por cierto, Marujita Díaz y Espartaco Santoni quisieron producir esta obra maestra.