‘Eso no estaba en mi libro de historia de la Iglesia católica’: lectura amena sobre episodios poco conocidos
Desde las catacumbas hasta el tesoro templario y la confrontación entre Hitler y Pío XII: un relato que procura entrar en lo fundamental de la Iglesia y en lo más socorrido de sus veinte siglos de existencia
La divulgación histórica es uno de los géneros más usuales en los anaqueles de nuestras librerías, e incluso constituye el venero más habitual que nutre las bibliotecas de muchos lectores. Se trata de un género que admite bastantes subdivisiones, pues da lugar a obras donde el rigor se mueve con sutileza y logra dejar sus semillas en el lector. Pero también genera volúmenes que, ya sean ampulosos, ya sean escuetos, se caracterizan más por la banalidad y la anécdota que por el tono humanístico. Supone, pues, una categoría que conjuga el docere et delectare en fórmulas muy variadas.
Almuzara (2024). 304 páginas
Eso no estaba en mi libro de historia de la Iglesia católica
En el caso de Eso no estaba en mi libro de historia de la Iglesia católica, nos encontramos ante un conjunto de capítulos que, aunque pueden leerse por separado, engarzan varias de las principales etapas de los dos milenios de catolicismo.
El libro comienza su recorrido centrándose en la Resurrección, acontecimiento que cimienta la fe de los creyentes. A partir de aquí, el autor narra los inicios de esta religión destacando a dos personajes cruciales como Pedro y Pablo y procurando describir la consolidación institucional a partir de la figura del obispo y, por otro lado, de los Padres de la Iglesia. Asimismo, explica prácticas rituales, como el bautismo y la eucarística, procesos como el catecumenado, y disputas en torno a las definiciones doctrinales, en especial las que llevarán a concilios como Nicea o Calcedonia, lo que implica el «nacimiento de la ciencia divina», en palabras del autor. Estos primeros siglos también incluyen el paso del martirio al triunfo de la religión y su afianzamiento como fundamental creencia compartida que, asumiendo parte del carácter romano, se ha proyectado en la sociedad occidental como rasgo inherente de la civilización.
El libro describe el surgimiento del culto a las reliquias y a los santos, y va señalando varios de los nombres más notorios, desde el papa san León Magno, san Isidoro de Sevilla o san Agustín hasta los pioneros de la vida eremítica y, a partir de ella, la vida contemplativa en comunidad y el conjunto de órdenes religiosas. En los capítulos dedicados a la Edad Media, el autor aborda los grandes cismas –de Oriente y de Occidente–, las corrupciones de varios papas, la disputa de las investiduras y la pugna entre güelfos y gibelinos –el irresoluble conflicto entre poder civil y religioso, y, de paso, entre poder local y poder universal–, las cruzadas, la herejía albigense y la llegada de la Inquisición, además de las grandes órdenes monásticas, mendicantes y de predicadores.
Dentro de estas páginas medievales, destaca la descripción de las funciones y horarios de una abadía –el autor advierte de que la versión cinematográfica de El nombre de la rosa es «muy poco recomendada para aquel que quiera conocer el día a día de un monje en el interior de un monasterio medieval»– y su influjo en la cultura occidental. De igual modo, narra de manera escueta las biografías de Bernardo de Claraval, Francisco de Asís y, sobre todo, Domingo de Guzmán. Por supuesto, Tomás de Aquino y la escolástica merecen su apartado dentro de estos capítulos, lo mismo que la Orden de los Templarios y su vergonzante y mezquina disolución.
Tras más de un tercio de su extensión centrado en la Edad Media, el libro prosigue con la ruptura y violencia provocadas por Lutero, Calvino, Enrique VIII de Inglaterra. En este punto, no sólo señala las divergencias doctrinales y su alejamiento de Roma, sino las consecuencias sociales que supuso, empezando por la abrogación del mundo monacal y la incautación de sus propiedades. Y, como contraste y reacción, el autor enumera, junto con el Concilio de Trento, la aportación humanística y religiosa hispánica de los siglos XVI y XVII: desde Francisco de Vitoria o Teresa de Jesús hasta Ignacio de Loyola o Juan de Dios, fundador de la Orden Hospitalaria.
Sin embargo, el avance de la Modernidad acarrea nuevos sinsabores para la Iglesia, como «la larga gestación del anticlericalismo» y una mentalidad cultural cada vez más separada de la visión católica de la existencia. Y que, en ocasiones, como en La Vendée o la Guerra Civil española, conlleva una desbordante oleada de crímenes por motivaciones religiosas. Frente a la hostilidad, el libro señala la respuesta de la Iglesia: los dos Concilios celebrados en el Vaticano, Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, Josemaría Escrivá, Joseph Ratzinger, Edith Stein o Maximiliano Kolbe. En este sentido, el autor plantea la radical oposición entre el III Reich y la Iglesia y procura reivindicar a Pío XII.
De fácil lectura y sin notas al pie ni digresiones, con citas que aderezan sin demasiado protagonismo, el libro cumple con su cometido de divulgar historia y de centrarse en algunos episodios menos conocidos por el público común. Existe una congruencia general a lo largo de las páginas y su postura es evidente desde el comienzo, por lo que el autor no esconde su valoración. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que –como sucede en un par de párrafos relativos a la Resurrección– el autor en contadas ocasiones postula meras hipótesis –reconocibles como tales–, aunque el tono habitual opte por intentar ceñirse a un rigor asequible a todos los públicos.