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‘Reyes de la montaña’: lo que antes era ciencia ficción ahora es realismo literario

Un grupo de jóvenes conflictivos se ve obligado a convivir y recrear la civilización en un mundo postapocalíptico

Desde la crisis sociosanitaria del COVID-19, que puso patas arriba a todo el planeta, las pandemias han dejado de ser vistas como algo vago y difícilmente futurible y han ganado verosimilitud, no solo en la vida real, sino también en la literatura. Tanto es así que leer hoy una narración en la que la población mundial es aniquilada por culpa de un virus mortífero quizá ya no debería ser considerado per se un ejercicio de ciencia ficción.

Cubierta de Reyes de la montaña

Edebé (2024). 240 páginas

Reyes de la montaña

Daniel Hernández Chambers

No cabe duda: el fin de mundo como tema literario ha explotado en los últimos años, y no es inusual encontrar relatos y novelas de reciente creación en los que un virus se extiende con rapidez y dramática vehemencia por todos los países, sin excepción. Este es precisamente el tema de Reyes de la montaña, de Daniel Hernández Chambers.

La historia parte de una acampada en las montañas, organizada por un entusiasta monitor de un centro de menores al que acompañan diez chavales que están cumpliendo su condena en él. La idea es pasar dos semanas al aire libre, completamente incomunicados –está prohibido el uso de los teléfonos móviles, que han dejado en un refugio– para estrechar lazos de unión con ellos mismos y con la naturaleza, esperando que así aflore lo mejor que hay en su interior. Eso es al menos lo que desea el idealista monitor, que encuentra virtudes escondidas en todos sus pupilos, a cuál de ellos más conflictivo. Pero resulta que tras esas dos semanas, de regreso en el refugio, encienden sus teléfonos móviles y descubren, gracias a los numerosos mensajes y vídeos recibidos, que la civilización ha sido vapuleada por un misterioso virus.

Ante la ausencia del monitor, que se marcha al pueblo más cercano en busca de ayuda –y después de varios días fuera no parece factible que vaya a regresar–, los diez jóvenes, sin más experiencias en la vida que su historial delictivo y su manifiesta desafección contra el sistema, han de arreglárselas para tratar de sobrevivir en una geografía, la de las montañas, ajena a ellos. Los chicos y las chicas, en fin, han pasado de un mundo lleno de reglas en el que se sentían ninguneados a vivir en la primitiva soledad de las montañas, libres de esos adultos a quienes detestaban, pero al mismo tiempo sin conexión a internet, sin comida, sin luz eléctrica, sin ropa. Ya no tienen lo malo de los viejos tiempos, pero tampoco sus comodidades. Su supervivencia está más que comprometida…

Esta introducción podría hacernos creer que el libro está condenado a seguir la estela de la narrativa postapocalíptica. Anticipo que no es una novela sobre el apocalipsis, sino una novela en el apocalipsis, y tiene menos que ver con The Stand, de Stephen King, que con El señor de las moscas, de William Golding. Es decir, no se centra tanto en la desolación externa que se ha abatido sobre el planeta como en las relaciones humanas que se establecen entre los supervivientes, los cuales están condenados a entenderse, a crear entre todos una sociedad desde cero. O tal vez no…

Aun no siendo un thriller donde cabe exigir esas dosis de intriga y emoción que conduzcan al lector al famoso cliffhanger, he echado de menos cierta tensión narrativa en la mayor parte del libro. Esto no le resta interés a la novela, que ahonda en la complejidad del ser humano, en pleno debate, una vez más, entre la solidaridad y el egoísmo, entre el compañerismo y el odio, entre la integración en la comunidad y el individualismo visceral.

Reyes de la montaña, Premio Edebé de Literatura Juvenil 2024, es un libro ameno y a ratos perturbador que les hará preguntarse a los jóvenes lectores qué harían ellos en una circunstancia similar tan adversa. Estamos ante un buen ejercicio literario dispuesto a recordarnos que las fronteras entre la ficción y la realidad son cada vez más sutiles. Quién sabe si algún día tendremos que considerar la ciencia ficción como un subgénero del realismo literario. O viceversa.

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