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Portada de «La guerra contra Occidente» de Douglas Murray

Portada de «La guerra contra Occidente» de Douglas MurrayPenínsula

Las bases y precedentes de la deriva del progresismo y lo woke, y sus consecuencias actuales

'La guerra contra Occidente': repaso concienzudo y periodístico a la ideología que pretende aniquilar a la civilización

Cómo la «cancelación» de Homero y de El señor de las moscas está conectada con el marxismo cultural y el estructuralismo, y la reivindicación de los dioses aztecas más sanguinarios

Hay dos modos —cuando menos— de asimilar un fenómeno que está sucediendo a lo largo y ancho de Occidente. De manera particular en Estados Unidos; lo cual debiera llevarnos —cuando menos— a una actitud cauta en esta ribera oriental del Océano Atlántico. Nos referimos a lo que, con cierta simpleza quizá, se llama «ideología woke». Pero es evidente que se trata de una corriente más arraigada, de algo que no ha comenzado hace un par de años. Y que no es una moda pasajera.

Negar este aspecto constituye una de esas dos formas de encajar o analizar qué está pasando. Pensar que hay —nada más— una marejada algo excesiva dentro del progresismo. Como la vida —y, en especial, la vida política— funciona a base de bandazos, todo es cuestión de persistir en el ademán estoico, mantenerse en el «centro centrado», parapetarse en la moderación. Lo woke no pasa de efervescencia, de acontecimiento efímero. Las aguas volverán a su cauce. No es para tanto, señoros reaccionarios y votantes de Vox, trumpistas y quienes dais la murga con la «batalla cultural».

Obviamente, luego están, por tanto, los señoros reaccionarios, los votantes de Vox, los emperrados con la «batalla cultural». Aunque puede que alguien más. ¿Quién sabe? Hablamos de quienes piensan que el proceso —un proceso avanzado, de largo recorrido— se halla en su fase woke, en un tramo de especial histeria e intolerancia que hace indistinguible al progresista de su parodia a lo Muchachada Nui o Pantomima Full. El meme de hoy de Irene Montero o Alexandria Ocasio–Cortez no es más que un anticipo de lo que dirá mañana Irene Montero o Alexandria Ocasio–Cortez. Dicho de otro modo: ¿hasta qué punto la «cultura de la cancelación» supone, en realidad, una etapa más dentro de un itinerario de deconstrucción y demolición de los pilares de la civilización occidental y de su entero edificio humanístico y cívico?

Este es, a grandes rasgos, el tema de La guerra contra Occidente. Un repaso concienzudo y periodístico a una tendencia ideológica que cree firmemente que Atenas, Roma y Jerusalén —y el Madrid de Cervantes y Lope, y el Londres de Shakespeare, el Oxford de C. S. Lewis, y los estudios académicos de John Senior o Mark Van Doren— deben ser borrados de la faz de la tierra, y sólo han de mantenerse en la memoria colectiva como tabú de cuantos males han azotado a la humanidad. El hombre blanco es machista, xenófobo, esclavista, homófobo y cuantas más aberraciones se nos puedan ocurrir. Derribemos las estatuas de Cristóbal Colón, de Abraham Lincoln, de fray Junípero Serra.

Portada de «La guerra contra Occidente» de Douglas Murray

Península / 408 págs.

La guerra contra Occidente

Douglas Murray

Como explica Douglas Murray, el progresismo y lo woke no es una corriente más o menos estridente y poco significativa, sino que impregna las decisiones de todo tipo de instituciones, incluyendo a gobiernos y universidades. La cancelación de El señor de las moscas, Matar un ruiseñor y Homero está presente en campus y planes de estudio públicos. Murray señala que hoy en California hay miles de escuelas donde se rezan oraciones a los dioses aztecas más sanguinarios, a modo de reivindicación étnica. Así lo ha acordado la Junta Estatal de Educación.

El autor expone también las bases y precedentes de esta deriva del progresismo, con evidentes conexiones en el marxismo cultural y el estructuralismo: Jean Paul Sartre, Michel Foucault, Claude Lévi–Strauss… Asimismo, Murray sale al paso de las mentiras que asientan el discurso de odio a Occidente. En este sentido, señala la gran responsabilidad del mundo mahometano en el comercio esclavista negrero, por una parte; o, por otra parte, la gran diferencia que existe entre el concepto de derechos humanos y democracia —propio de Occidente— y la alternativa que encarna el Partido Comunista Chino.

Este flanco está bastante argumentado por parte de Murray. Sin embargo, cabe anotar que el libro habría ganado en equilibrio, si hubiera dedicado más espacio a lamentar los evidente errores y horrores cometidos por «el hombre blanco». Siendo una obra escrita en Estados Unidos —un país donde los negros han sufrido discriminación vergonzante, en muchos estados, incluso en el comienzo de la era de los Sputnik y los Mercury—, se echa en falta algo más de condescendencia hacia los argumentos o demandas de quienes se han erigido en «odiadores del hombre blanco heterosexual».

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