'Todo arde': lo nuevo de Juan Gómez-Jurado, el escritor del chivo expiatorio
El autor del universo Reina Roja sigue adentrándose por las andanzas de sus misteriosos personajes y continúa sembrando la intriga en sus lectores
Solo los grandes escritores lo consiguen. Y Juan Gómez-Jurado lo ha vuelto a hacer. Tras la excelente acogida de libros como Loba Negra o Rey Blanco, el autor del universo Reina Roja ha cosechado otro éxito, tanto literario como comercial. Con Todo arde, el novelista madrileño sigue adentrándose por las andanzas de sus misteriosos personajes y continúa sembrando la intriga en sus lectores.
Ciertamente, Gómez-Jurado ha regresado. Dotado de una sensibilidad narrativa poco común y caracterizado por un singular lirismo en su expresión escrita, el autor nos presenta este nuevo libro, novela de acción e intriga aderezada con toques de humor y vulgaridad convenientemente dosificados. Y, junto con eso, en una dinámica de fondo más desapercibida pero no por ello menos actuante, este escritor revela aspectos antropológicos de hondo calado.
Uno de los más destacados es el mecanismo del chivo expiatorio. En este punto, la última aportación de Gómez-Jurado coincide en el tiempo y en la temática profunda con el quincuagésimo aniversario de la publicación de La violencia y lo sagrado (1972), efectuada por el pensador francés René Girard. Según este crítico literario, son las novelas de los grandes escritores, antes que los escritos científicos o filosóficos (con algunas excepciones), las que han revelado el conocimiento más radical sobre el ser humano. En concreto, son dos las ideas principales desenterradas por la literatura inmortal: el «deseo mimético» y el «mecanismo del chivo expiatorio». Gómez-Jurado y Todo arde son ejemplo claro de revelación literaria de esas dos nociones antropológicas capitales; sobre todo, de la segunda.
ediciones b / 600 págs.
Todo arde
Según Girard, la exposición más directa del mecanismo del chivo expiatorio (también llamado «mecanismo sacrificial» o «victimario») es el Evangelio. Los escritores de esta parte del Nuevo Testamento pusieron delante de todos sus lectores la lógica de la violencia humana, que ha pivotado, desde la noche de los tiempos, sobre la ejecución de cabezas de turco sacrificadas por todo el pueblo: «os conviene que uno muera por el pueblo y que no perezca la nación entera» (Evangelio según san Juan 11, 50). Cuando la violencia galopante y el desorden proliferan en las comunidades humanas, el peligro de disolución de la estructura social es apremiante. Y es entonces cuando emerge, de modo espontáneo, el linchamiento de unos chivos inocentes que la sociedad, para no aniquilarse, necesita ver como culpables. Según Girard, la sociedad humana nace del asesinato fundador de estos individuos, que se perpetúa en las instituciones culturales y en los ritos y mitos de todas las religiones. Más aún: el mecanismo expiatorio es el principio rector de la mente humana y del ordenamiento político.
Aparte de los autores de la Sagrada Escritura, también literatos como Sófocles o Shakespeare desvelaron en sus creaciones tal mecanismo del chivo expiatorio; y lo mismo cabe decir de pensadores tales como Freud y Nietzsche. Y es, justamente, este último el que aparece de modo más nítido en Todo arde.
Con gran solemnidad, el banquero Ponzano le indica a Aura, una de las protagonistas de la novela: «este libro te cambiará». La obra en cuestión, situada «en la cumbre» de la montaña de libros del despacho del banquero, era Aurora, de Nietzsche. Por encima de todo lo escrito en otros libros del despacho de Ponzano, como las obras de Tucídides, Mao o Plutarco, Gómez-Jurado destaca a Nietzsche.
Para Girard, también este filósofo estaba en la cumbre del reconocimiento del mecanismo victimario y lo consideraba, paradójicamente, como uno de los mayores teólogos de la historia. Pero Gómez-Jurado sigue revelando más detalles sobre el cambio vital que le producirá a Aura el libro del pensador alemán; en efecto, de modo bien directo, el narrador indica: «una frase. La única que Ponzano había subrayado […] El que es castigado no es nunca el responsable, sólo el chivo expiatorio».
El autor, por boca de sus personajes indica: «necesitas un culpable». Mediante el sacrificio de un miembro de la comunidad, se salva el pueblo entero: «el equilibrio restablecido» nota Aura, quien no anda falta de inteligencia en esta novela. Ciertamente, la expiación de los males de la sociedad mediante el sacrificio de un supuesto culpable produce siempre en la mente humana, individual y colectiva, un efecto psicosocial de restablecimiento de la armonía perdida. Ponzano le espeta a Aura: «¿sabes lo que no acepta el gran público?». La protagonista no duda: «que no haya un culpable». A continuación, el siniestro businessman obliga a Aura a que acepte las culpas que no son suyas y se inmole por el bien de todos.
En el fondo, es el mecanismo expiatorio de todos los tiempos el que queda patente en Todo arde. Pero la revelación literaria de Gómez-Jurado sigue adelante y se coloca en paralelo a la historia del justo Job en el Antiguo Testamento, ampliamente analizada por Girard en otro libro suyo, La ruta antigua de los hombres perversos (1985). En efecto, Aura entiende lo que le pide Ponzano: «si me porto bien y me como la culpa que no es mía […] todo saldrá bien». El banquero, solemne, le contesta: «por el bien mayor». La sociedad siempre necesita chivos ejecutados por un bien mayor: que no perezca el pueblo entero. Sin embargo, Aura no está dispuesta a dejarse pisotear tan fácilmente y no acepta el rol de culpable, como tampoco Job. Está emprendiendo la «ruta antigua de los hombres perversos», es decir, la senda de todos aquellos inocentes que se rebelaron contra la injusticia y no consintieron en verse como causantes de la violencia social, cuya responsabilidad era colectiva. Son perversos a los ojos de la sociedad quienes no aceptan la designación colectiva de culpabilidad. Vox populi, vox Dei. Naturalmente, tal actitud rebelde por parte de Aura no gusta a Ponzano. Ni a nadie. Siempre es más viable existencialmente que todos destruyan a uno a que todos se aniquilen entre sí unos a otros. El escritor madrileño se hace eco en Todo arde de la famosa meditación de Hobbes: «el hombre es un lobo para el hombre».
Lo que está detrás de la necesidad de la expiación es el «deseo mimético», que dicta que el intento de arrebatarle al prójimo lo que tiene o puede llegar a tener es lo fundamental. Lo importante no es la posesión de objetos que nos den plenitud existencial, sino privarle al conciudadano de su felicidad, puesto que nos parece que solo así podremos nosotros poseerla. Tomamos a los demás como rivales y nos tratamos de apropiar de su «ser» y así se extiende la violencia social, ciega e inexorable. Gómez-Jurado lo ve bien en una de las escenas del libro: «lo más importante no es ganar le grand prix. Lo más importante es que no lo gane otro». Imitamos los deseos ajenos porque vemos a los demás como «dioses», cuando el problema es que eso es una ilusión. En realidad, ningún modelo humano es realmente divino; nadie tiene la dicha que parece poseer en la mirada ajena. Pero, pese a ello, la sociedad se deja arrastrar por esa falsa creencia. Efectivamente, Ponzano había subrayado una frase más en otro de sus libros humanistas: «la multitud es como el mar. Tranquila o procelosa según sople el viento».