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La Guerra de Stalin

Portada de «La Guerra de Stalin» de Sean McMeekinCiudadela

'La Guerra de Stalin': el manual soviético para desatar la Segunda Guerra Mundial

El historiador Sean McMeekin ofrece una interpretación de la Segunda Guerra Mundial donde queda al descubierto la estrategia de Stalin para arrastrar al mundo al enfrentamiento bélico

La visón histórica que hemos heredado de la Segunda Guerra Mundial, de sus causas y sus consecuencias, navega por entre nebulosos caminos trazados muchas veces por interpretaciones parciales, interesadas y, sobre todo, un sinfín de mitos que pocos se molestan en desmontar.

En La Guerra de Stalin, (Ciudadela), el historiador estadounidense Sean McMeekin presenta una nueva interpretación del conflicto a partir de nuevos datos desvelados tras estudiar, entre otros, los archivos de la antigua Unión Soviética y de Estados Unidos.

La Guerra de Stalin

ciudadela / 816 págs.

La Guerra de Stalin

Sean McMeekin

Frente a la visión maniquea que presenta la Segunda Guerra Mundial como una guerra de buenos y malos, donde el malo es Hitler y sus aliados fascistas, y los buenos todos los demás, McMeekin huye de las simplificaciones y presenta un relato del conflicto muy distinto.

Un relato donde defiende que la Segunda Guerra Mundial no es la guerra de Hitler, sino la de Stalin. Una guerra que era, exactamente, la guerra que deseaba el dictador comunista para extender las fronteras de la Unión Soviética por todos los límites euroasiáticos.

Stalin, y su leal ministro de Exteriores, Molotov, mediante una maquiavélica política de alianzas –con el Pacto Ribbentrop-Molotov de Moscú de 1939 como piedra angular– promovieron una guerra entre «bloques capitalistas» para asistir desde la barrera cómo se aniquilaban antes de arrojar las unidades blindadas soviéticas sobre los escombros.

Según la visión anglosajona, la Segunda Guerra Mundial tiene sus antecedentes en el tratado de Versalles de 1919, el ascenso de Hitler al poder en 1933, la remilitarización alemana de Renania en 1936, los acuerdos de Munich de 1938, la invasión alemana de Checoslovaquia en 1939 y, finalmente, la invasión alemana de Polonia el 1 de septiembre de 1939.

Esa misma guerra terminaría en 1945 con la derrota de la Alemania Nazi y del Imperio de Japón.

Sin embargo, McMeekin llama la atención sobre el hecho de que la Segunda Guerra Mundial no es únicamente un conflicto, es un conjunto de conflictos con múltiples frentes en los que Alemania ni siquiera luchó en la mayoría de ellos. Quien sí lo hizo fue la Unión Soviética de Stalin.

Una guerra que termina meses después de la derrota de Alemania y de la muerte de Hitler. En ese sentido, en La Guerra de Stalin se proponen otras fechas más acordes con la realidad del conflicto.

De ese modo, la Segunda Guerra Mundial habría empezado en 1931 con la guerra de Manchuria y para las naciones de Europa del este finalizaría décadas después, en 1989 con la caída de la Unión Soviética.

McMeekin pone de relieve que los crímenes de Stalin son tan atroces como los de Hitler: deportaciones de comunidades enteras, genocidio, asesinatos en masa, campos de concentración.

Stalin no se horrorizaba con los crímenes del nazismo porque los métodos genocidas del estalinismo eran igual de monstruosos.

Stalin, al igual que Hitler, invadió Polonia, además de invadir las repúblicas bálticas, Finlandia o Rumanía, y deportar a gran parte de sus poblaciones a campos de concentración del Gulag soviético.

Solo los intereses postbélicos de los aliados anglosajones –y sus potencias satélites– ha permitido a Stalin alzarse entre los vencedores, con carta blanca para condenar a la opresión y a la muerte a decenas de pueblos y naciones bajo la garra soviética.

El escenario postbélico y la necesidad de crear ese discurso de buenos y malos es lo que ha permitido establecer un acuerdo tácito por el que los crímenes de Stalin y del comunismo se presentan en occidente de un modo mucho más condescendiente que los crímenes de Hitler y del nazismo.

La obra de McMeekin, no sólo no es un libro revisionista, como se le ha criticado, sino que arroja nueva luz sobre la historia de la Segunda Guerra Mundial, alejándose del discurso de buenos y malos y destacando el papel de URSS en la caída de Europa hacia el Armagedón bélico.

Al fin y al cabo, como subraya McMeekin, la guerra que estalló el 1 de septiembre de 1939 fue la guerra que Stalin quería, no Hitler.

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