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Portada de «Viento herido» de Carlos Casares

Portada de «Viento herido» de Carlos CasaresImpedimenta

'Viento herido': geniales esbozos de humanidad

Magistral libro de relatos de Carlos Casares, tan vivo como cuando se publicó hace cuarenta años. Un hallazgo genial de las letras gallegas

¿Puede un texto en prosa, narrativo, tener la densidad de un poema y ser además sencillísimo en su factura? Esto es lo que sucede al leer el libro de Carlos Casares, Viento herido, publicado originariamente en 1967 en gallego.

Los relatos que componen este volumen son breves: no más de cinco páginas, con una estructura argumental acotadísima: apenas un pedazo de vida, contados con un estilo sobrio hasta el exceso. Es difícil encontrar incluso frases subordinadas. Apenas se cuenta nada, pero lo contado pesa como el plomo y deja al lector con esa desazón que solo provoca la gran literatura. Insisto en que su complejidad no está provocada por excesos léxicos, sintácticos o retóricos, sino por todo lo contrario: la elipsis. Lo que no cuenta es tanto y no-lo-cuenta tan bien que cada frase se hincha de significado y nos deja extenuados.

Portada de «Viento herido» de Carlos Casares

impedimenta / 131 págs.

Viento herido

Carlos Casares

Dicen que con Viento herido llegó la modernidad a las letras gallegas. Tarde me parece para un movimiento que tuvo su apogeo en los años veinte y sin embargo tiene parte de razón en la medida de que a España la influencia de Joyce, Woolf o Faulkner llegó a finales de los sesenta. Ciertamente, varios cuentos trabajan el monólogo interior con arrebatos de flujo de conciencia, como «Voy a quedarme ciego», donde cuenta la perspectiva de un niño que sufre un accidente en los ojos o «El juego de la guerra» sobre la violencia infantil contada por un maltratador.

Si es cierto que el libro tiene mucho del modernismo anglosajón algo tardío, también diría que se adelanta varios años a autores postmodernos como Raymond Carver y sus extraordinarios relatos. Sus cuentos fueron denominados slices of life, delgados fragmentos de vida, gracias al perfeccionamiento de la elipsis que ya hemos mencionado también y tan bien trabaja Casares. La diferencia estriba en que el norteamericano comenzó a escribir diez años después, en California y con John Gardner como maestro. La otra gran diferencia es que Carver se ha convertido en el maestro de la narración breve incluso entre relatistas españoles y a Casares apenas se le conoce en su país.

Porque lo primero que sorprende de esta colección de doce relatos es lo poco conocido de este autor español. Carlos Casares, muerto hace ya veinte años, tiene hasta una fundación en Galicia y pocos castellanolectores saben quién es. Viento herido se ha traducido poco y mal, y no en el sentido de la calidad traductora, sino en su distribución. La editorial Impedimenta, con esa mirada de águila, olfato de sabueso y tacto de rey Midas, lo ha vuelto a traducir y nos presenta como novedad un libro que tiene decenas de ediciones en gallego. Confío en que ahora se lea como es debido.

Puestos a hablar de la edición, también hay que elogiar el puro objeto. El libro está maquetado con el aire que se merece, lleno de espacios en blanco llenos de significado, distanciando los títulos como es debido y con las ilustraciones de Xulio Maside, sencillos rasgos a plumilla, con que apareció la primera edición gallega. Sobre la cubierta solo hay que decir que mantiene los altos estándares de calidad y belleza que la editorial nos tiene acostumbrados. Sobre la nueva traducción de Cristina Sánchez-Andrade, me remito a lo dicho arriba, sólo añadiría que el libro parece escrito directamente en español.

Curiosamente, ahora que está triunfando la película de Rodrigo Sorogoyen, As bestas, gallega, rural y cruel, entra en escena este libro, que es en gran medida rural, gallego y muy cruel. La diferencia, y no me cansaré de repetirlo, es que Viento herido es de 1967. El libro parece reflejar esa España oscura, primitiva e inundada de atavismos creíamos pasada, que tanto nos esforzamos por maniatar y ahora resulta que está tan viva como siempre. Y podría incluso resultar que tanto esfuerzo en enterrar a la bestia solo logra alimentarla y que extienda sus raíces a tierras que hasta ese momento fueron cultivadas. Nos escandalizan y a la vez nos fascinan crímenes como el de Santoalla, en el que se basó la película. Y algo parecido pasa con varios de los relatos de Casares. Libros como este nos recuerdan que seguimos siendo humanos, con todo lo bueno y lo terrible de la idea: seres violentos, arrastrados por nuestros instintos pero en constante lucha por un ansia de bondad y belleza. Frente a la tiranía de la perfección, la honestidad de lo real.

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