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Portada de «Escenas de cine mudo» de Julio Llamazares

Portada de «Escenas de cine mudo» de Julio LlamazaresCátedra

'Escenas de cine mudo': recuerdos olvidados en viejas fotografías

Julio Llamazares hace valer su sensibilidad literaria y su fuerza lírica para indagar en el pasado y descubrir a través de imágenes silentes las voces de la memoria

La editorial Cátedra, en su colección Letras hispánicas, realiza uno de los proyectos más importantes del mundo editorial español en cuanto a promoción de nuestra cultura. Desde hace décadas pone el esfuerzo en que las grandes obras de la literatura en español se mantengan en ediciones de bolsillo cuidadas, con introducción y notas, además de económicas. A diferencia de su inspiradora La Pléiade de Gallimard, sólo publica a autores españoles e hispanoamericanos, y no tiene además ningún problema en publicar a escritores vivos. Tal es el caso del ya tercer libro de Julio Llamazares que aparece bajo este sello.

Escenas de cine mudo tiene un título que nos dice mucho del contenido, sin decirnos demasiado. El libro está compuesto por una treintena de escenas, cuadros o pensamientos que el narrador Julio Llamazares interpreta al contemplar un álbum de fotografías antiguas que le dejó su madre antes de morir. A cada foto le corresponde un capítulo y de ahí el cine mudo (que no en blanco y negro, pues las últimas ya son en color).

Portada de «Escenas de cine mudo» de Julio Llamazares

cátedra / 256 págs.

Escenas de cine mudo

Julio Llamazares

Estos impactos impresionistas, autónomos entre sí pero conectados por multitud de hilos argumentales, conforman la infancia de Llamazares, cuando su familia se trasladó al pueblo leonés de Olleros, creado al albur de una mina de carbón, como maestro de escuela en los primeros años sesenta.

Y pese a lo dicho, hay mucho cine. Una de las constantes de los cuadros es el cinema al que se podía asistir en pueblo y que para el joven Julio constituía una ventana al mundo a través de las películas clásicas que proyectaban. Aquí el título puede dar pie a engaño pues veía principalmente cine americano que ahora llamamos clásico de los cincuenta y sesenta. La fábrica de sueños impactó en el joven escritor y tal vez le puso la semilla que le provocara, en un futuro, su vocación viajera. Es de hecho común que los capítulos se introduzcan con algún estancia extranjera de Llamazares en el futuro y relacionara esas dos imágenes.

En este sentido, me parece elogiable el cruce de miradas entre el Julio niño y el adulto. Hay juego entre lo que él recuerda haber vivido y cómo lo interpreta desde la distancia. La dura realidad de la vida en la mina, con unas condiciones laborales y sanitarias exiguas, se nos muestra a través del tiempo, en un niño que era consciente de la realidad, pero no de la gravedad. Vemos así muertes súbitas provocadas por desprendimientos en la mina, y las muertes lentas de la silicosis por respirar el polvo del carbón. El propio pueblo es la única realidad vivida por el niño, pero en la distancia el ambiente despoblado y seco de la montaña leonesa adquiere el tinte de los westerns que ve. Otro ejemplo del desdoblamiento del protagonista se muestra cuando se describe la depresión del padre, que el niño solo veía como un silencio constante que invadió a su primogenitor.

Como hemos dicho, todos los capítulos están asociados a una fotografía y son concluyentes. De hecho en alguna edición se considera un libro de relatos. Pero la suma de todos constituye una novela de aprendizaje al más puro estilo clásico. Julio descubre, en esos años, el valor de la familia y el amor, la realidad de la muerte, la amistad y la ensoñación. El libro tiene un paralelo en otra de las grandes novelas de aprendizaje españolas, El camino de Delibes, pues ambas terminan cuando el protagonista abandona el pueblo para continuar con sus estudios. En el caso de Julio en Madrid. La gran diferencia entre ambos libros es que para nuestro protagonista es una decisión libre y gozosa provocada, en parte, por los sueños urbanos que el cine le ha mostrado.

Escenas de cine mudo es un libro que, a pesar de la crudeza de la época y el lugar, mantiene constante el tono lírico, casi melancólico, que ya leíamos en La lluvia amarilla. Con cuidado estilo, el mundo de su infancia nos envuelve en un universo de belleza y quietud.

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