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Portada de Santander, 1936 de Álvaro Pombo

Portada de «Santander, 1936» de Álvaro PomboAnagrama

'Santander, 1936': los Pombo, de corte a checa

Álvaro Pombo regresa a Anagrama con una excelente novela sobre la escalada hacia la Guerra Civil en la capital cántabra y la formación de un joven falangista

Hay un punto a mediados de los años 30 en que en España se pasa de la representación a la acción. Hasta julio de 1936, la guerra fue sólo de disfraces, una drôle de guerre en la que se habían cambiado los escenarios y los motivos costumbristas: los chicos que antes boxeaban juntos o se dividían en banderías playeras, gamberrismos inocuos, se zurraban ahora en el paseo de Pereda en nombre del Frente Popular o el Frente Nacional.

«La juventud politizada se exhibía por las calles de Santander disfrazada militarmente, con aires militares los unos, con aires proletarios y desarrapados los otros», narra Álvaro Pombo en Santander, 1936. «¡Ojalá todo se quedase en una representación!», exclama Cayo Pombo; «es todo verbal, como una función de teatro», le tranquiliza Álvaro Pombo, su hijo. Sin embargo, a fuerza de escenificar la guerra, ésta se apoderó del ánimo de todos. Llegados a un cierto punto, ya no había vuelta atrás, a la política de disfraces. Las armas dejaron de ser de fogueo.

El escritor Álvaro Pombo (Santander, 1939) regresa a la editorial Anagrama tras su largo paso por el Grupo Planeta y persiste en su retrato de la alta burguesía cántabra con esta novela que toma a su tío Álvaro, Alvarín, fallecido al inicio de la guerra, como protagonista y en la que se da cuenta de la formación política y sentimental de un joven de una familia venida a menos (que diría Leskov) que acaba militando en las filas del partido fundado por José Antonio Primo de Rivera, Falange Española, en los años previos a la contienda.

Portada de Santander, 1936 de Álvaro Pombo

anagrama / 328 págs.

Santander, 1936

Álvaro Pombo

El encaje de Alvarín en Falange, la progresión espiritual hacia el ideal colectivo, es uno de los puntos interesantes de esta novela cuajada de reflexiones aprovechables. En la militancia, más aún en esta formación «de señoritos» a caballo entre el futurismo y el providencialismo, el joven santanderino, acunado por la calma supuestamente inalterable de esta «ciudad acuario», disuelve sus contradicciones internas, las concilia en un gesto hacia el exterior. Álvaro es hijo de un padre enfermizo, republicano y demócrata convencido, azañista para más señas, y una madre que ha huido a París a cumplir su sueño.

No es la única dinámica de opuestos planteada en la novela. Toda ella va funcionando a través de la confrontación de formas de vida e ideales, mientras Pombo, el autor, se pregunta si había un modo de evitar que esa dinámica estallase. Tenemos la dualidad interior-exterior en la vida y el sentimiento de Alvarín; la de los viejos y los jóvenes, donde los primeros representan la abulia y el agostamiento de un mundo (en Santander, además, el brillante mundo de la corte veraniega de Alfonso XIII) pero también la ausencia y hasta el rechazo a la beligerancia, y los segundos, que abrazan el viento huracanado de la política y su poder transformador en las almas y las calles; tenemos una dinámica de rojos y azules, cada vez más polarizada y sin vasos comunicantes, como se deja ver en la relación del joven protagonista con El Tote, un amigo de clase baja con el que no le queda más remedio que romper relaciones; está Santander y están, allá lejos, Madrid y parís; está el padre y está la madre, reflejo de ambos estados; y están Manuel Azaña y Primo de Rivera: las visitas de ambos políticos a Santander jalonan la novela y dan la medida del paso de las esperanzas republicanas de corte británico y francés (ley, laicismo y progreso) al desencanto con la deriva de esa República al final de la cual cobró relevancia Falange particularmente entre los jóvenes de clase alta.

Sin ser trepidante, la novela va imprimiendo ese carácter de progreso hacia la tragedia. Hay algo de crónica, con sus recortes de prensa y todo, bailan algunas fechas y hay momentos de desconcierto (de repente, estamos en la Guerra Civil y no lo hemos advertido); pero hay sobre todo un progreso interior en el ánimo de los personajes y un intenso debate de ideas que marca ese progreso. Los personajes pasan a ser a menudo, a la hora del diálogo, arquetipos, representan sus ideas; se aleja Pombo del realismo o el costumbrismo y abraza un artificio que, de todos modos, es provechoso para que el lector reflexione sobre las coyunturas. De hecho, la novela pierde algo de pie cuando el conflicto armado está ya en marcha, pues Pombo se mueve mejor en las salitas burguesas y en las estancias interiores de sus personajes que en el dibujo enérgico de aquellos días.

Santander, 1936 es, sí, una novela sobre la guerra, pero con una mirada y un paisaje propios. Con pleno dominio de sus facultades a sus 83 años, Pombo captura un tiempo, una ciudad y una clase social, esa alta burguesía comercial que veraneó con el último Borbón y vivió después la aprensión de sus apellidos demasiado sonoros. Es esta una novela lineal, de estilo atemporal, y en la que el autor no quiere tanto meternos dentro de la acción como mostrar lo que él mismo ha resuelto sobre aquel tío que militó en Falange y acabo en las checas de Santander. Las preguntas sobre por qué lo hizo y por qué llegamos a aquello. Cuestiones que tal vez son pertinentes ahora que la politización es de nuevo más ostentosa y los disfraces, las proclamas y las militancias van ganando espacio en las calles y en las almas.

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