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Portada de «Vicente Enrique y Tarancón. La consecuencia del Evangelio» de Joseba Louzao

Portada de «Vicente Enrique y Tarancón. La consecuencia del Evangelio» de Joseba LouzaoKhaf

'Vicente Enrique y Tarancón': lúcido y completo retrato de un actor clave en la Iglesia contemporánea

Joseba Louzao supera todos los obstáculos y lleva a cabo una equilibrada semblanza sobre uno de los principales actores en la vida de la Iglesia española del siglo XX

Escribir una biografía es un arte especialmente complicado. A la intensa labor de investigación se le suma la enorme dificultad de retratar al biografiado de la manera más verídica posible, asegurándose de presentar un retrato que sea fiel a su persona, y mostrando todas las facetas de su personalidad y su actuación.

Para lograr tal empresa, además de una notable sensibilidad psicológica, el biógrafo requiere de una capacidad de empatía histórica que le permita comprender en profundidad la época y las circunstancias del protagonista, de manera que los lectores puedan comprender correctamente su vida y su obra. Y, lo que es aún más difícil, el autor debe evitar que ese necesario ejercicio de empatía no le lleve a caer en una excesiva identificación con el personaje, que haga que lo que empezó como una biografía acabe convirtiéndose en una hagiografía.

Si además, el sujeto biografiado es un personaje tan controvertido como el célebre cardenal Tarancón, estarán de acuerdo conmigo en que estamos ante una empresa tan compleja como delicada y valiente. Sin embargo, en Vicente Enrique y Tarancón. La consecuencia del Evangelio, Joseba Louzao supera con solvencia todos estos obstáculos y realiza una completa y equilibrada semblanza sobre uno de los principales actores en la vida de la Iglesia española del siglo XX, especialmente en la etapa final del franquismo y los inicios de la Transición.

Portada de «Vicente Enrique y Tarancón. La consecuencia del Evangelio» de Joseba Louzao

khaf / 352 págs.

Vicente Enrique y Tarancón. La consecuencia del Evangelio

Joseba Louzao

Una de las cuestiones más reseñables de esta biografía es la originalidad de su enfoque, ya que, si bien cubre toda la vida del cardenal, no centra su atención en los numerosos acontecimientos españoles en los que el cardenal fue un protagonista de excepción, sino que el autor escoge como eje de la biografía el Concilio Vaticano II, en el que el entonces obispo Tarancón jugó un papel más bien discreto. He ahí la principal novedad y la más interesante aportación de esta biografía.

Y es que la vida y sobre todo la obra del cardenal solo pueden entenderse a la luz de lo que supuso el Concilio tanto para él como para la Iglesia universal. En el capítulo dedicado a este extraordinario evento eclesial, Louzao se aproxima a la faceta más humana del cardenal, y ayuda al lector a comprender el profundo viaje espiritual y psicológico que recorrieron Tarancón y otros muchos obispos y sacerdotes a lo largo de los años que duró del Concilio: del estupor y la contradicción iniciales, fruto del choque de las nuevas ideas con las tradiciones eclesiales tan arraigadas en la Iglesia española, Tarancón pasó a una actitud de confianza y apertura, identificando el Concilio como una consecuencia del Evangelio y de ese ideal de reforma y actualización continua que siempre ha impregnado la Iglesia, para pasar finalmente a una actitud de identificación y activa promoción de las medidas y reformadas decididas en la asamblea convocada por Juan XXIII y clausurado por Pablo VI.

Por ello, no es casual que precisamente Pablo VI se convirtiera en el principal valedor de Tarancón, a quien confió los arzobispados más importantes de la Iglesia española de entonces, a saber, Toledo y Madrid, cargo este que Tarancón compatibilizaría durante unos años con la presidencia de la Conferencia Episcopal Española. La misión del ya cardenal era clara: adaptar la Iglesia española al espíritu y a la letra del Concilio. Todo ello en un ambiente, el del final del franquismo, caracterizado por una creciente polarización, que en la Iglesia era especialmente palpable en el enfrentamiento entre un sector más tradicionalista y reacio al Concilio frente a otro más progresista, que reivindicaba reformas más profundas en la Iglesia.

Como no podía ser de otra forma, ante ese escenario, la tarea de Tarancón era tan compleja como ingrata, y fueran sus acciones las que fuesen, estaba destinado a ser objeto de las críticas de unos o de otros. También en este sentido se muestra la presente biografía especialmente interesante, ya que derriba la imagen de un cardenal Tarancón amado por el sector más avanzado de la Iglesia y vilipendiado por el conservador, pues los numerosos testimonios de la época que se citan demuestran que la figura de Tarancón recibió ataques de ambos sectores, siendo tachado de reaccionario por unos y de peligroso revolucionario por otros.

Todo ello, sumado a los errores que el cardenal pudo cometer durante sus años al mando de la Iglesia española en estos convulsos años, hace que no sorprenda que el final de su vida pública no fuera precisamente fácil para el cardenal. La llegada de Juan Pablo II, un papa con un perfil muy diferente a sus predecesores y que nunca tuvo buena sintonía con Tarancón, precipitó su cese como presidente de la Conferencia Episcopal y como arzobispo de Madrid, que se disfrazó ante la opinión pública como dimisión voluntaria, pero que realmente fue una destitución de la que el cardenal se enteró por la radio.

El amargo final que sufrió el cardenal, empero, no debería emborronar una trayectoria que, ante todo, se caracterizó por el servicio leal a la Iglesia y a la misión que tenía conferida, que según palabras del propio Tarancón al final de su vida se basaba en «que la Iglesia perdiese influencia política y ganase credibilidad religiosa (…) Por eso luché, y esta es mi defensa y mi apología. Si he fallado en el empeño, lo dirá la Historia».

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