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Portada de «Cinco horas con Mario» de Miguel Delibes

Portada de «Cinco horas con Mario» de Miguel DelibesDestino

'Cinco horas con Mario': viva conversación con un marido que acaba de morir y parecía cada día más distante

Novela experimental de Delibes, con dos protagonistas que, siendo matrimonio, representan dos maneras muy diferentes de entender la familia, la sociedad y la religión

Miguel Delibes (1920–2010) es uno de los autores españoles más conocidos, lo que muchas veces significa que es poco leído. Se lo suene definir como castellano, gentilicio del que se desprenden una serie de valores y de facetas que parecen impregnar su entera personalidad y su obra literaria al completo. Empecemos, empero, por un detalle. El abuelo de Delibes —«también huraño y retraído como yo», dirá el vallisoletano a Joaquín Soler Serrano en un libro de entrevistas titulado Escritores a fondo (Planeta, 1986)— era «sobrino del compositor Léo Delibes». A este músico francés se le deben varios ballets y óperas, como Lakmé, más o menos celebre gracias a su sublime «dueto de las Flores». Quizá la lectura de las novelas de Delibes habría de acompañarse, a un volumen muy sutil, de alguna pieza de este pariente francés.

Con el retraído, contenido o huraño Delibes —«Lo que no me gusta es conversar con la gente a codazos. A mí me agradan los espacios abiertos, me gusta la naturaleza, y también me alegra conversar con mis semejantes uno a uno, dos a dos, o tres a tres, pero no más», confiesa a Soler Serrano— siempre es necesario retrotraerse. Su pesimismo, fatalismo o su tendencia a la resignación, a una suerte de taedium mundi o fastidium mundi, viene marcado por una serie de acontecimientos cuya valoración requiere de una mirada lenta y presta a matices.

La Guerra Civil comienza cuando Delibes tiene quince años, y en 1938 entra en la Armada nacional, y llega a formar parte de la dotación del crucero «Canarias». Al concluir la guerra, puede retomar sus estudios de bachillerato e ingresa en la Escuela de Comercio. Comienza a colaborar en El Norte de Castilla, periódico en el que trabajará durante muchos años —redactor desde febrero de 1944, empezando por publicar… reseñas cinematográficas— y que dirigirá a comienzos de los años 60. En 1947 gana la cuarta edición del Premio Nadal gracias a La sombra del ciprés es alargada, libro que ya incluye muchos de los rasgos de su escritura. Con el paso de los años, crecerán sus fricciones con el régimen de Franco y se acrecentará su reconocimiento literario. Llegará a ser miembro de la Real Academia Española (elegido en 1973, discurso de ingreso en mayo de 1975), y recibirá galardones como el Príncipe de Asturias (1982) o el Cervantes (1993).

El paisaje, el conflicto entre ciudad y campo, entre progreso y naturaleza, entre mundo rústico y poder del dinero, son varios de los elementos que suelen aparecer en sus tramas. Tramas cuyo mero desarrollo diegético carece de especial relevancia, ante el peso de ese paisaje y, sobre todo, de los personajes y sus conflictos internos. La infancia, la soledad, la incomunicación, la callada frustración. Pero también el ansia de justicia social —compromiso, ética, solidaridad, compasión— y una religiosidad católica sincera, íntima y cariñosa. En Delibes, la tragedia se algodona con la ternura —y una sobriedad expresiva que no cae en lo adusto—, dentro de un esquema marcado por «un hombre, un paisaje y una pasión», resumiendo las líneas anteriores.

En Cinco horas con Mario (1966) se condensa gran parte del pensamiento y las preocupaciones de Delibes, por medio de una técnica que él apenas empleó y de la que solía recelar. Porque era escéptico ante las innovaciones formales y la experimentación. Sin embargo, en esta novela recurre al monólogo interior, a la segunda persona, y a una caleidoscópica ambivalencia temporal: la trama se desarrolla a lo largo de un velatorio, pero la mente de Carmen, esposa de Mario, evoca y recorre —en constantes y reiteradas analepsis, que avanzan como una espiral anafórica hacia una explosión final— años y años de la vida de ambos, y de más personajes que van cobrando peso específico e incluso consistencia gravitacional.

Portada de «Cinco horas con Mario» de Miguel Delibes

destino / 264 págs.

Cinco horas con Mario

Miguel Delibes

No hace falta ser muy avispado para adivinar en el difunto Mario un trasunto del propio Delibes. Tampoco hace falta ser muy perspicaz para atisbar que el retrato que de él elabora su esposa es una deformación. Pero sí conviene leer esta novela atendiendo más allá de lo obvio, más allá de las dos maneras de espiritualidad o religiosidad, y de mirada social y política, que representan Mario y Carmen. Una viuda más preocupada por no aparentar un exceso de voluptuosidad femenina —«no me digas, Valen, estos pechos míos son un descaro, no son pechos de viuda» … «estos pechos míos no son luto ni cosa que se le parezca»— y que nos conduce a un debate sobre el catolicismo que aún, sobre todo hoy, sigue muy vivo. Una viuda que nos habla de conflictos familiares, de soledad dentro del matrimonio —¿era Mario buen marido, buen amante, varón cálido en la intimidad?—, de valores burgueses, convencionalismos hipócritas y fascinación por el progreso y el vil metal —aquí representado por el automóvil, ya sea un Seat 600 o un Citroën Tiburón.

Conviene leer esta novela superando lo más evidente: el tipo de lenguaje —hipocorísticos, coloquialismo con laísmos y loísmos, muletillas y refranes—, los estereotipos humanos —desde republicanos o monárquicos hasta nuevos ricos; en esto último radica el cambio de mirada hacia Paco Álvarez por parte de la joven Carmen y la adulta Carmen—, los reproches, el arranque con una esquela —periodismo, a fin de cuentas—, las citas de la Biblia, e incluso los tonos irónicos. Superando lo que se antoja como una dicotomía, la viuda habla de un protagonista con el que nada tiene en común. Ella es vital, frívola, carnal; él —no sólo no es vital, es que está muerto— es idealista, reservado, incomprendido, melancólico o depresivo, cabría añadir. Sus modos de expresarse son opuestos… y el epílogo nos intenta suavizar esa distancia insalvable. ¿Es creíble ese conato de reconciliación postrero, ante el difunto, por medio del hijo?

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