'No todo el mundo': rastros y rostros del amor líquido
Marta Jiménez Serrano reúne un conjunto de relatos que desmenuzan de manera notable las relaciones de pareja en la gran ciudad
Antes de caer en desgracia por cuestiones que no vienen al caso, Camilo de Ory escribió un puñado de buenos poemas. En uno de ellos decía que «en estos tiempos los besos nunca son primeros besos». Este verso me ha acompañado durante años; en los momentos más inoportunos, en la forja de un amor o en la demolición del mismo, me ha venido a la cabeza. Cuantas más historias acumulas, más sentido cobra. Besando a tantas, nos hemos alejado tanto del primer beso que no sabemos dónde se encuentra. Porque tiene el amor contemporáneo mucho de palimpsesto en el que ya no se sabe quién trazó el primero de los caracteres ni cómo condiciona el trabajo acumulativo la legibilidad del texto.
En varios de los relatos de No todo el mundo se deja ver esa política de «rastros» (por usar el título de uno de estos cuentos), de ecos y remembranzas, de ex, de ex del ex, de hábitos adquiridos y olvidados, de primeros besos que nunca son el primero, que caracterizan nuestras relaciones a quienes hemos vivido en grandes ciudades, en tiempos recientes, con un pie en la esperanza del amor duradero y otro en el entendimiento empírico de su imposibilidad. En esos «rastros» vamos dejando y diciendo algo de lo que somos. A veces lo decimos a las claras, otras lo ocultamos, pero ahí está, nuestros gestos hablan por nosotros.
sexto piso / 212 págs.
No todo el mundo
Marta Jiménez Serrano (Madrid, 1990), que debutó en la narrativa con la novela Los nombres propios da la nota perfectamente con estas historias de las dinámicas cada vez más impredecibles de pareja, del estado de la cuestión en las grandes ciudades (aquí, Madrid), de la provisionalidad y la inconsistencia como «nueva normalidad» del amor. Muchas de las relaciones dibujadas en este libro (paradigmático el caso del primero, Tenemos que dejarlo) parten con el horizonte de la ruptura en mente, nacen viciadas, con un tercero en discordia que las dinamita desde dentro y que no es, no, otra persona, sino nuestra imposibilidad de encontrar motivos para perdurar, tal vez nuestra secreta voluntad de que nada dure y todo se renueve. «Se ve que no basta con hacer lo mismo, sino que hay que hacerlo por los mismos motivos», leemos.
Con buen ritmo, aliento juguetón y sus dosis de humor, estos cuentos siempre bien abrochados, presentan al amor en sus distintas fases, en sus distintas capas, diríamos, y son particularmente agudos a la hora de desenmascarar las excusas que nos damos, los resortes que nos llevan, sin saber por qué, a acercarnos y alejarnos de los otros: «Es difícil legitimar los motivos propios». Todo eso lo hace Marta Jiménez Serrano con un estilo dinámico y sencillo, con buen oído para las expresiones y conceptos de moda y, sobre todo, para los miedos que inconscientemente nos atenazan y, paradójicamente, precipitan el fracaso en pareja: el miedo, dice, «a la inconsistencia, a la incoherencia, al gesto repentino».
La mayoría de sus protagonistas se encuentran en la treintena, etapa bisagra en la que uno ya ha vivido lo suyo, tiene «rastros» de sobra, pero, a pesar de la decepción, lo acompaña aún el vigor de la juventud, una esperanza cínica. Sus relaciones, por tanto, viven en el alambre, basta poco para hacerlas tambalear pasado un tiempo; es más, a menudo son ellos mismos quienes, adelantados por su deseo, han de buscar la coartada para dejarse llevar, provocar la caída del castillo de naipes. Pero no todos estos cuentos, quizás ninguno, pueden tildarse de pesimistas a pesar de los numerosos derribos que hay en estas páginas. El amor –amor menudo, a los hábitos del otro– triunfa en un bonito relato corto con gato incluido (Colega), se sobrepone a casi la muerte (Un novio que tuve) y se renueva tras otra muerte (Filmín). En otros relatos, el amor se transfiere, a personas u objetos, en cierto modo siempre pervive una vez ha terminado: pervive, por ejemplo, en la manera en que la chica de La virgen de la Macarena abre un botellín de cerveza o una adolescente se hace una trenza.
Para alguien con algo de callo en esto de las relaciones líquidas es imposible no sentirse parte de muchas de estas historias. Nos conciernen, las hemos vivido en días más o menos recientes, a veces incluso en la misma ciudad, en Madrid, en esas mismas calles y bares: en la glorieta de Quevedo, atravesando El Retiro, con una cerveza en la barra de La Realidad. Somos nosotros y hemos besado a esa misma chica que nos habla de su ex.