'El problema final': entre Sherlock Holmes y Agatha Christie, para un público actual
Arturo Pérez-Reverte recrea una trama de enigmas y crímenes en un ambiente propicio para los modales elegantes y la admiración hacia la mente criminal
Arturo Pérez–Reverte (Cartagena, 1951) es un nombre que no necesita de mucho comentario previo: pocos españoles habrá que no lo conozcan. Sin embargo, conviene recordar que uno de los factores más determinantes de su vida, y de su obra literaria, es su extensa dedicación al periodismo de guerra. Dos décadas en casi tantas conflagraciones armadas por lugares tan distantes como Eritrea, Mozambique y las Malvinas, o tan incómodamente próximos como la antigua Yugoslavia. Parte de estas tremebundas experiencias se relatan en Territorio comanche (1994), expresión que ha cuajado en nuestro lenguaje cotidiano. Y, como comparte en una entrevista en EL DEBATE, aquellos años han asentado en Pérez–Reverte una mirada muy específica sobre el ser humano. «El bien y el mal tienen siempre una frontera muy difusa bien»; y añade: «[lo] he comprobado empíricamente». En consecuencia, «uno puede llegar a admirar la manera en que los malvados ejercen su maldad».
En esta ocasión, el célebre académico opta por una novela de género, lo que él denomina «novela problema» o «novela enigma». Reencarnando a Sherlock Holmes en un actor que le da vida en la pantalla, Pérez–Reverte lo sitúa en un ambiente propio de las tramas de Agatha Christie: comienzos de verano de 1960 en hotelito dentro de una acogedora isla griega. Un temporal aísla a los protagonistas de esta historia, en la que el crimen acontece más o menos rápido. A partir de este momento, el hombre que ha de ejercer de detective inicia sus hábiles pesquisas, y, como en juego de engaños y de ajedrez complejo, van avanzando las páginas hasta que la pirotecnia argumental desemboque en la anagnórisis definitiva. Poco más conviene contar de cómo se desarrolla la diégesis, pero sí ha de señalarse qué se observa mientras tanto: personajes de tono internacional —como de costumbre, el autor nos introduce a un español—, de modales educados y formas elegantes, y con la tecnología que existía hace dos generaciones. Con teléfonos móviles e Internet, esta trama no tendría su necesario empaque y carga psicológica y de indagación humana.
alfaguara / 320 págs.
El problema final
Como reconoce el escritor, el libro procura ceñirse a los estándares del género, pero con la intención de dirigirse de manera eficaz a un lector de nuestros días. Para ello, el señor Pérez–Reverte incide en los rasgos más habituales de sus novelas, empezando por la profusión de detalles concretos: nombres de calles, centímetros que mide el ala de un sombrero, temperatura y hora exactas, denominaciones concretas de marcas comerciales, etc. A lo cual ha de combinarse una abundancia de diálogos. Ambos aspectos dotan a esta novela de una gran facilidad para su adaptación cinematográfica; no olvidemos que Pérez–Reverte cuenta con suficiente número de películas que versionan sus narraciones. Desde El maestro de esgrima (1992), La tabla de Flandes (1994), o Territorio comanche (1997), hasta La novena puerta (1999), Alatriste (2006), o La carta esférica (2007). No en vano, en El problema final —título que emula el del libro con que Arthur Conan Doyle pretendió, sin conseguirlo, llevar a Sherlock Holmes a la tumba— no sólo hay un protagonista que es actor cinematográfico, sino que surgen por doquier referencias a ese mundo repleto de magia, glamour y mentiras. Pero no crea el lector que todo queda en algo peliculero; las alusiones a literatura, arte, historia son constantes y se nota en ello el deleite de un escritor al que le fascina leer y releer docenas de obras, como tarea investigadora de cada página que rellena con sus palabras.