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Portada de «No me salves» de Beatriz Manjón

Portada de «No me salves» de Beatriz ManjónMonóculo

'No me salves': alta calidad literaria que fusiona la tragedia con el humor, y no de forma gratuita

Beatriz Manjón narra una estancia vital en los Avernos para plantear si la felicidad no es otra cosa que el tiempo razonablemente placentero que nos acontece, mientras uno cree que no es feliz

«Es jueves y hace un tiempo estupendo para morirse: unos cuarenta grados cara a cara con el asfalto. La tarde ha caído tan de golpe, que da la impresión de haberse desplomado sobre mi espalda con sus ladrillos de frustraciones. Puedo sentir el peso del cielo sobre mi cuerpo, pero no me engaño: es el infierno que me imanta. Tendido en el suelo, boca abajo, parezco una de esas siluetas descoyuntadas que aguardan el trazo de tiza en la escena del crimen». Así comienza esta novela muy salpimentada de tres ingredientes principales: estilo excelso, primera persona con cierta mirada «behaviorista», y humor —humor trágico. En realidad, estos tres aspectos se entrelazan como si se necesitasen, como si cada cual dependiera de los demás o exigiera en los otros dos una continuación congruente.

Lo primero que habría que decir de este libro es que debe leerse, antes que nada, la «nota de la autora» que concluye las páginas del volumen. Lo segundo que cabe resaltarse es el rasgo distintivo de la editorial: un formato pequeño bastante manejable, encuadernado de forma muy cómoda para el lector, con cubiertas de acabado plástico suave, y con una tipografía delicada y agradable. Asimismo, la maquetación acierta tanto en el interlineado como en los espacios blancos que rodean la caja de texto. De esta manera, tanto la forma literaria como el formato físico acompañan con buen gusto la lectura. Incluso el color verde pastel —como de manzana de exposición— de la portada y contraportada se antoja atinado.

Portada de «No me salves» de Beatriz Manjón

monóculo / 184 págs.

No me salves

Beatriz Manjón

A continuación, cabe reconocer la fuerte personalidad de Manjón a la hora de definir su estilo; una de sus pautas es el empleo de adjetivos que rompen con el uso habitual y que impactan. No es un efectismo gratuito y se advierte en la escritora el esfuerzo por alejarse de los clichés. A veces con resultados sorprendentes y encomiables. En otros casos, el purista localizará palabras que afearle a Manjón, como el empleo de «moratón» (admitido hoy por la RAE) en vez de «moretón». En todo caso, este empeño en el estilo provoca que el libro no deba leerse rápido, sino paladearse. Lo cual va a generar un conflicto en el lector, porque lo que nos cuenta la autora no es agradable, si bien el humor hará que cada párrafo resulte un acicate para continuar atento a la página.

La historia que nos traslada No me salves es auténtica —más que «basada en hechos reales»—, y nos lleva desde tiroteos policiales hasta un hospital, desde un recorrido en ambulancia hasta la cárcel y centros psiquiátricos, desde la minusvalía severa hasta la obsesión por el suicidio. Una suerte de antítesis del San Ireneo de Arnois adonde se mudó la Señorita Prim. Aun así, Mario, el protagonista, exclama lo que nos traslada el título… No se trata tanto de un descenso a los Avernos como de una estancia vital allí, glosada con invitaciones a plantearse si la felicidad no es otra cosa que el tiempo razonablemente placentero que nos acontece, mientras uno cree que no es feliz. Digamos que la provocación más liviana que brinda Manjón consiste en referirse al Athletic Club como «Atlético de Bilbao». Las provocaciones son reiteradas y punzantes.

Y aquí estriba quizá la esencia del libro: el narrador en primera persona, tratándose a sí mismo con notable grado de objetivismo —esa suerte de mirada «behaviorista», pretendidamente atenta sólo a lo externo, sin añadir valoraciones personales, aunque sí las hay—, inquieta porque divierte: su tragedia nos la narra entre lo que no podemos evitar como chistes, de vez en cuando, contrastes y dudas acerca de si tal o cual detalle es verdad o quizá incluye algo de deformación. Porque ¿en qué momento nos tomamos la vida en serio? Nuestra vida o la de quien pasa a nuestro lado. «La luz del día ha comenzado a filtrarse por las rendijas de la persiana, y un polvo levítico e iridiscente parece señalar el sendero de fuga del alma, pero aún estoy aquí», nos dice Mario.

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