'Bohemios que hablaban alemán': revisitando el alma alemana
Francisco Sosa Wagner saca a la luz el odio y atracción bipolar entre judíos y germanos unidos por el genio de la lengua alemana en una novela que promueve la calidad del análisis y el pensamiento
Aunque el nazismo probado merezca trato sin asomo de clemencia, no debe arrastrase por el fango lo que, aun siendo germánico, lo alemán atesta de valores universales que tanto le deben a judíos formados desde la cuna en esa lengua. Quede claro, Francisco Sosa Wagner no necesita recurrir el estilo proustiano –que da lugar a excesos literarios, por recreo de insistencia en el detalle trivial, alevemente indolente– pero tampoco se entrega a una réplica popular que con frecuencia se presenta en obras de otros autores, incluidos ensayistas, con una desenvoltura que se pretende próxima, a la caza de la complicidad del público, al facilitar la lectura con merma del trallazo elegante que debe transitar toda obra de altura.
La lengua manantía, ese oído para la prosa que se tiene o no, esa frescura repleta de sonoridad, es lo que nos trae Francisco Sosa Wagner confiriendo a los personajes de su libro –en el desmoronamiento, tan humanos- y al mundo que narra, tal potencia de acción que la elevan a la categoría de un preludio bellamente tormentoso como anuncio del huracán que habría de estallar, donde los héroes se esfuman para que el escenario lo ocupe la fealdad del mundo real con todo su desparpajo bullicioso. Ay, ese carnaval de Múnich, digno de Solana, ay, ese Ensor tan goyesco. Como una brújula enloquecida, realidad-ficción, el estilo de Francisco Sosa Wagner entrevera en inversión permanente la narración hasta conseguir que lo que parece un caleidoscopio de personajes resulte, al cabo, una denuncia demoledora de aquella sociedad -paradójicamente no exenta de vitalidad, genio y belleza- en la que no hay inocentes (…sorprendente es la aparición en el Jugend del nombre de un inglés, Houston Stewart Chamberlain, autor de un libro titulado Los fundamentos del siglo XIX. En él se defendía la pureza de la raza aria, se despreciaba a los judíos y se anunciaba el inevitable dominio de Alemania sobre el mundo. El propio emperador y Richard Wagner se convirtieron en sus lectores apasionados. p.94).
funambulista / 306 págs.
Bohemios que hablaban alemán
Francisco Sosa Wagner saca a la luz el odio y atracción bipolar entre judíos y germanos unidos por el genio de la lengua alemana (…el centenario de Congreso de Viena; organizado por la princesa Paulina Metternich-Sandor, llamada, por su debilidad por los judíos, Notre-Dame de Zion, p. 149). Por un exceso de escepticismo materialista y, por qué no, de desesperación o superficialidad bohemia, no lo tengo claro, ese mundo único sufría de pose, de impostura, de misas negras sicoanalíticas, de fulgor de falsa pedrería, de decorado teatral que salvo contadas excepciones llevó a los actores al desastre.
En cierta medida –permítaseme la comparación- como la España de hoy día, a punto de derrumbarse entera (vacua, exhausta, teatral e ingrávida) justo cuando hemos alcanzado una época de paz y felicidad como nunca hemos conocido en nuestra historia. Y así se observan en Bohemios –consecuencia de la derrota de la Primera Guerra Mundial– los trazos embadurnados del espíritu germánico cargado de resentimiento y revanchismo, de ansia de desquite impregnado hasta la saturación de componentes viles entre los que no destaca tanto la cólera de los fuertes como la amargura violenta de colmillos carniceros babeantes de sangre a los que habrían de dar mucho juego, años después, los supremacistas resentidos (tal racialistas supremacistas, vascos y catalanes y algún gallego, henchidos de odio, siempre derrotados arrastrando su rencor por las cuatro esquinas de la nación común española, que quieren desangrar hasta la total consunción y holocausto en los crematorios que les financian los otrora demócratas socialistas).
Al contrario de la literatura de quiosco de aeropuerto que contribuye al desnorte y vulgaridad imperante, el libro reseñado, sin renunciar de ningún modo a la amenidad, coadyuva a la germinación colectiva del buen gusto y la sensibilidad. Sin adoctrinamiento ni proselitismo. En Bohemios, Francisco Sosa Wagner promueve la calidad del análisis y el pensamiento; establece implícitamente un debate sobre asuntos que culturalmente siguen interesando y rescata del manido lugar común en el que han caído; elimina enfoques sensibleros, pedestres, planos; agavilla hojas amenas y dignas; no incurre en el culebrón lacrimógeno a pesar de que el desastre final se presta a ello. Sí, desastre. La última línea del libro es esta:
–Ponga la radio. Acabo de oír que Hitler ha invadido Polonia.
Este libro ratifica, en definitiva, lo que es una opinión extendida en muchos de nosotros: Francisco Sosa Wagner es pieza imprescindible en el arco que sostiene la cultura española. Alguien tenía que decirlo. Dicho queda