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Detalle de la portada

Detalle de la portadaTyto Alba (Ilustración)

El infinito sí tiene quien lo escriba (y quien lo dibuje)

La editorial Debate ofrece una excelente versión gráfica de la aclamada obra de Irene Vallejo El infinito en un junco.

¿Un libro sobre libros? ¿Un libro que narre la historia del libro? Mirado en retrospectiva, no es de extrañar el éxito de ventas de El infinito en un junco (Siruela, 2019), de Irene Vallejo, refrendado por numerosos galardones, entre ellos el Premio Nacional de Ensayo, el Premio de la Asociación de las Librerías de Madrid, el Premio del Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Aragón 2023.

Portada El infinito

Debate (2024). 208 Páginas

El infinito en un junco (Adaptación Gráfica)

Irene Vallejo y Tyto Alba

Esta publicación de elocuente subtítulo, La invención de los libros en el mundo antiguo, partía desde su propia concepción arropada virtualmente por un grupo de posibles lectores nada despreciable, pues ¿a qué amante del libro no le gustaría conocer cómo fueron los inicios de este y su desarrollo temprano?

Pero detrás de este fenómeno editorial había algo más que un tema sugerente. Al fin y al cabo, no es el primer volumen de estas características. Lo que funcionó a las mil maravillas no fue la temática, que también, sino la destreza con la que su autora nos ofrecía, con un estilo fresco y divulgativo sembrado de guiños autobiográficos, sus vastos conocimientos sobre la historia del libro, pasando por Alejandro Magno, Cleopatra, los talleres de copias manuscritas o los laberintos subterráneos de Oxford, en cuya biblioteca ella misma trabajó como investigadora.

Todo esto y mucho más ha sido volcado en esta atractiva y esmerada edición de Debate que ocupa hoy nuestra atención, en tapa dura y formato grande, una versión gráfica a cargo de Tyto Alba, ilustrador y dibujante de cómics, habitual adaptador gráfico de novelas de otros autores.

Este libro –al que solo le vamos a reprochar el tamaño diminuto del texto, que puede suponer un obstáculo para algunas personas– viene a complementar el ensayo original y doy por hecho que también a aumentar el número de lectores dispuestos a darse un buen chute de cultura sobre un producto que nos acompaña desde la infancia, el libro, del que, sea por pereza o porque no le hemos prestado la debida atención, lo desconocíamos casi todo.

Aunque el libro original ya se ganó ciertas críticas por tener una estructura demasiado aleatoria (caótica, insinuaron algunos), he de confesar que a mí me ha gustado su versatilidad narrativa, que incluye numerosas analepsis que nos hacen viajar a golpe de viñeta, por ejemplo, de la Biblioteca de Alejandría a la Staasbibliothek de Berlín, en la que el director Win Wenders filmó una escena de El cielo sobre Berlín (1987).

Muestra del estilo personal volcado en esta obra, en claro distanciamiento con estudios más sesudos, tesis académicas por ejemplo, leeremos también interpelaciones al lector, evocaciones personales, anécdotas humorísticas o referencias modernas (Twitter, Bob Dylan, el libro electrónico) que explican la circunstancia de Irene Vallejo en el momento de escribir su ensayo. (Nuevamente, la metaliteratura, como ocurría en El niño, de Fernando Aramburu, novela que he reseñado en este mismo diario).

Los detractores del texto original –quienes, no obstante, reconocían el valor de la obra de Irene Vallejo– se quejaban de que había un exceso de datos y un defecto de estructura que vertebrara los capítulos. Venían a decir –o lo decían directamente– que el libro tenía pinta de haber sido confeccionado a partir de artículos de prensa concebidos de manera independiente.

Sirvan esas «quejas» para anticipar que este es un ensayo ilustrado vertiginoso, muy saltarín, en el que Sócrates comparte mesa con los hermanos cineastas Heigo y Akira Kurosawa, Alejandro Magno con Kavafis, el Museo Británico con las redes sociales, la piedra de Rosetta (que permitió descifrar por primera vez los antiquísimos jeroglíficos egipcios) con Salman Rushdie, Heródoto con los tatuajes... Todo cabe a la hora de hablar del libro, ese personaje viajero y colectivo cargado de pasado, presente y futuro.

¿Muchos datos? Sí, muchísimos. Pero bienvenidos sean.

Para quien no tuvo en sus manos el ensayo original, esta adaptación gráfica será todo un descubrimiento, y quienes sí lo leyeron pasarán un buen rato repasando momentos clave de la historia del libro: los cazadores de libros, los primeros alfabetos, el germen de la autoficción (Hesíodo), la impronta de la tradición oral, las librerías ambulantes, el oficio del librero (quién sabe si más duro aún que el del escritor…).

Son tantas las referencias, tantos los escenarios, tantos los saltos temporales, que algunos lectores quizá le saquen más partido a su lectura adentrándose en sus páginas no de manera lineal, como si fuera una novela, sino a capricho, eligiendo capítulos de aquí y allá. Yo lo he leído de principio a fin, pero entiendo que es una de esas obras que pueden dar mucho juego como libro de consulta.

Se agradecen mucho los recursos creadores del ilustrador Tyto Alba, que nos ofrece imágenes muy conseguidas y con mucha variedad (en tamaño, disposición, iluminación y color), rehuyendo de un estilo de viñeta monocorde que podría acabar aburriendo.

J.M. Coetzee, Premio Nobel de Literatura en 2003, es citado en la página 94: «[lo clásico] es aquello que sobrevive a la peor barbarie, aquello que sobrevive porque hay generaciones de personas que no se pueden permitir ignorarlo y, por tanto, se agarran a ello a cualquier precio».

Si cambiáramos en esta cita «lo clásico» por «el libro», la definición seguiría siendo correcta.

Los antiguos inventaron ese milagro de la naturaleza que nace en papiro, crece en pergamino, se desarrolla en códice y, al contrario que el ser humano, nunca muere. Nuestra misión como seres civilizados es no quedarnos atrás y cuidar el libro como lo que es: un apasionante tesoro contra el olvido de nuestro paso por este inasible mundo.

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