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06 de septiembre de 2024

Manos de padre e hijo

Manos de padre e hijoJuan Pablo Serrano

Escribir sobre el padre para conocerse a uno mismo

Con La figura del mundo, Juan Villoro nos ofrece probablemente su libro más personal

Días atrás le contaba a un amigo que recuerdo a mis padres, ya fallecidos, todos los días del año, y él me respondió que le ocurría lo mismo.

Si rescato esta pequeña anécdota es porque leyendo La figura del mundo, de Juan Villoro, he caído en la cuenta de que pensar en los padres o, más aún, escribir sobre ellos es a la postre no solo un acto de tributo filial, sino también un sibilino truco para escribir sobre nosotros mismos, una suerte de autoanálisis para tratar de conocernos mejor y darle sentido a nuestra existencia.

Portada La figura del mundo

Random House (2023). 272 Páginas

La figura del mundo

Juan Villoro

La escritura sobre el padre (o sobre la madre) es una catarsis inevitable para numerosos autores. Quizá el ejemplo más notorio sea Carta al padre, de Franz Kafka, en la que el autor checo ajustaba cuentas con su progenitor.

Comenzaba así la celebérrima obra, redactada en 1919:

«Queridísimo padre:

Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo, en parte porque para explicar los motivos de ese miedo necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo».

Y, como hablar no es la mejor forma de desenmarañar los sentimientos, Kafka se dirige al padre por escrito durante un buen puñado de páginas, para beneficio de varias generaciones de lectores. Escribiendo al padre, Kafka se escribía a sí mismo, pues ¿qué otra cosa es la escritura sino una terapia de autoconocimiento? «Escribir es un verbo intransitivo», nos enseñó Roland Barthes. Y ahí está el gran escritor judío Saul Bellow, quien, cuando le preguntaron cómo se sentía tras recibir el Premio Nobel de Literatura, respondió: «No lo sé, aún no he escrito sobre ello».

El libro de altos vuelos que hoy nos convoca, La figura del mundo, es la biografía de libre composición que Juan Villoro le dedica a su padre, el filósofo Luis Villoro Toranzo (1922-2014), hombre de intensa vida intelectual, bibliográfica y política, embajador de México en la UNESCO desde 1983 a 1987.

En caso de que el lector apresurado quiera un resumen de cómo fue la relación entre padre e hijo, tendré que decirle que no es fácil despachar la respuesta con pocas palabras. Al propio Juan Villoro le ha costado pergeñar 272 páginas, con las que poner en orden sus ideas sobre su relación con ese padre culto, inteligente, «filósofo de las luchas sociales» –así lo definió el periódico La Jornada tras su muerte–, cordial aunque poco dotado para la efusión sentimental, a quien el hijo en su día admiró «como se admira un peñasco» (p. 29).

Pero no es este un libro para matar (simbólicamente) al padre a la manera de Kafka, sino para estudiarlo e interiorizarlo al modo de Bellow y, de paso, sin caer en la exageración, para homenajearle.

Luis Villoro queda retratado en La figura del mundo como un hombre muy apegado a sus estudios, sus clases en la universidad y su militancia política de izquierdas: fue zapatista hasta el último de sus días y, no por casualidad, cercano al subcomandante Marcos (luego subcomandante Galeano). Un padre que descubriría la esencia de la paternidad tras su divorcio, circunstancia que le obligaba a tareas que hasta entonces, por activa o por pasiva, había dejado en manos de su mujer, la psicoanalista yucateca Estela Ruiz Milán, a quien su primogénito le dedica un espacio estelar en las últimas páginas.

El libro consta de una parte vivencial que nos permite adentramos en pasajes familiares entre padre e hijo, para quienes la asistencia a los partidos de fútbol (deporte que es «la última reserva legítima de la intransigencia emocional») facilitó el mutuo conocimiento. Quedan descritos también, entre pinceladas, el trato del pensador con sus cuatro hijos; las conversaciones en reuniones, que siempre derivaban, por deseo de él, hacia laberintos filosóficos; las opiniones de este sobre la ética y el poder y la autonomía de los pueblos originarios; su estado de salud en los últimos años; su aversión a los médicos…

Pero hay también en esta obra meritoria un componente ensayístico. Siendo la persona biografiada un filósofo de renombre, es lógico que se recupere no solo al individuo, sino también su pensamiento, comentado por su propio hijo, uno de los mayores escritores latinoamericanos del momento.

Juan Villoro es autor de una productiva obra que abarca cuentos, novela, teatro, ensayo y literatura juvenil. Y, aunque son muchos sus títulos –casi medio centenar–, me atrevo a barruntar que La figura del mundo debe de ser para él, por su contenido afectivo y por la fuerza de los recuerdos, el libro más personal de cuantos ha escrito.

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