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Estación de radio

Estación de radioMike Wilson

‘El operador de radio’, de Ulla Lenze

Un personaje real en la mitad de su historia

¿A qué escritor no le gustaría tener un familiar ilustre cuya apasionante existencia merezca ser llevada al papel? Uno de esos personajes reales que parecen haber nacido para ser escritos y cuyos ecos resuenan en las tertulias familiares incluso décadas después de su muerte…

Portada El operador de radio

Salamandra (2024). 288 Páginas

El operador de radio

Ulla Lenze

Pues esa circunstancia se da en la trastienda creativa de El operador de radio, de la autora alemana Ulla Lenze (Mönchengladbach, 1973), novela que la editorial Salamandra publicó en España en enero de 2024, traducida por Carlos Fortea, y de la que reproduzco un párrafo significativo para ir entrando en materia:

«–Cuéntame tu historia, Josef.

A sus pies corre un agua negra y pulida.

–Aún no sé mi historia –dice Josef–: estoy a la mitad.

–[…] ¿Josef? ¿José? ¿Joe? ¿Cómo te llamas en realidad? » (p. 216).

Sirvan estas pocas palabras como aproximación a la figura de Josef Klein, un hombre que, bien mirado, no era ilustre, ni siquiera ilustrado, pero que tuvo la mala suerte en la vida (y buena en la literatura) de estar en el sitio equivocado en el momento equivocado.

Ulla Lenze urde una trama muy bien hilada que tiene como personaje omnipresente a su tío abuelo –o, al menos, a su trasunto literario–, un inmigrante alemán de baja estatura que vive en el este de Harlem, Nueva York, donde compagina un trabajo menor en una imprenta con su pasión por las antiguas estaciones de radio, que maneja con gran habilidad. Y es precisamente este don como operador de onda corta el que lo convierte en objeto de deseo para un entramado nazi que trata de ganar terreno en Estados Unidos durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial.

Es de celebrar que Lenze haya articulado la novela en capítulos que oscilan hacia delante y hacia atrás en el tiempo, ubicados en los diversos escenarios en los que, fruto del azar o de la necesidad, acaba residiendo Josef Klein: Neuss (Alemania), Nueva York, Buenos Aires y San José de Costa Rica.

Lo celebro, digo, porque estos cambios temporales y geográficos que rompen con la linealidad y, por tanto, con la normalidad fuerzan al lector a imantarse de las vicisitudes de nuestro personaje, siempre en el mismo sitio por mucho que se desplace: un tipo sin dinero y sin posibilidad de echar raíces, un infeliz que es engañado por un grupo siniestro de nazis, diletante en tierra de nadie, que no tiene siquiera un nombre fijo. En fin, un ciudadano de ninguna parte que se convierte, muy a su pesar, en metáfora del vacío existencial que asoló a Europa en los años 30 y 40 del pasado siglo, cuando Hitler se enseñoreaba de un continente que ya creía suyo y que, a la postre, se desangraría en una guerra cruel (1939-1945), que se llevó por delante a millones de personas.

Pero no es esta una novela sobre la Segunda Guerra Mundial, sino en la Segunda Guerra Mundial, incluidos algunos años previos y posteriores a la contienda, dominados por la inestabilidad y los conflictos sociopolíticos, cuando los nazis más optimistas pensaban que su ideología y su terrible modus operandi eran extrapolables al resto del mundo en general y a Estados Unidos en particular.

Se ha enmarcado El operador de radio en la línea del thriller o de la novela de espionaje, y supongo que algo o mucho de esto tendrá. Pero el fatalista personaje principal, de identidad desdibujada, condenado a estar siempre en la mitad de su historia, en mi opinión entronca más –por muchas diferencias que podamos encontrar– con esas historias sombrías y pesimistas de Kafka, Pirandello o Samuel Beckett articuladas en tramas inasibles abocadas al absurdo.

El operador de radio ha sido traducida a más de una docena de idiomas y ha cosechado un gran éxito internacional. No va a quedar en mi memoria con la etiqueta de «obra inolvidable», pero sí como ejemplo valioso de cómo contar las grandes historias colectivas a partir de la pequeñez de un solo individuo.

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