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21 de septiembre de 2024

Barco blanco navegando

Barco blanco navegandoIwona Kisiel

Wiesenthal o cómo reconciliarse con la vida

Las reinas del mar, su último libro de viajes, es tanto un canto a la gran cultura europea como un estímulo para adentrarse en ella

Quizá si no conociera a Mauricio Wiesenthal pensaría que muchas de los aconteceres narrados en su último libro son inventados. Pero sé que es un artista de raza, ingenuo y sincero, y que no percibe nunca ese tono gris y cotidiano que a veces se enquista en los días. Todo lo contrario: sus ojos de océano encuentran brillos y magia y magnetismo por todos lados. Sé, por ello, que no miente; sé que ha surcado los mares acariciando pianos de cola y susurrando amores; sé que ha cantado en trattorias romanas y que ha visto monzones destrozando higueras en la India.

Portada de Las-reinas-del-mar

Acantilado (2024). 448 Páginas

Las reinas del mar. Memorias de una vida aventurera

Mauricio Wiesenthal

Al hablar de aquellos hombres que vieron cómo se hendía el Mar Rojo, Martin Buber decía que lo importante no es si sucedió el portento, si pudo contrastarse. No. Lo relevante del milagro, en realidad, es la vivencia, es decir, el hecho –cristalino y nítido– de que quienes estaban allí, perseguidos, justo allí, acaso en una ribera inhóspita de Egipto, vieron que las aguas se partían en dos. Vieron cómo Dios tronchaba, con un solo golpe, su curso.

Las reinas del mar, el último libro de Wiesenthal, va también de milagros. Y de agua. Pero sobre todo es un libro de vivencias, pues comparte un nutrido repertorio de las suyas. Hizo algo similar con ese libro de viajes fantástico que le catapultó a la fama, cuando relató sus travesías a bordo del Orient-Express. En otros ensayos, asimismo, ha mostrado su noción de cultura, ese alimento que revitaliza a todo ser humano, abasteciendo de savia tierna, joven y lozana a la existencia.

Si hace unos años Wiesenthal nos invitaba a recorrer Europa, visitando andenes y capitales atestadas de tradición e historia, en esta última entrega de memorias recuerda sus singladuras en transatlánticos con espejos infinitos, molduras, largas verandas e incontables ojos de buey. Ahora bien, sería erróneo quedarse con lo biográfico, aunque uno admira esa aguerrida vocación poética que brilla en cada página, clara como un mar en bonanza. Porque estamos ante un volumen que es –sobra decirlo– libro de viajes, relato imaginario, baúl de recuerdos y ensayo. Todo en uno.

Hay muchas ideas, presentadas al lector casi inadvertidamente, pero que, reunidas, componen un atinado diagnóstico de nuestra contemporaneidad. Wiesenthal nos habla de un mundo –el suyo– que solo subsiste en las películas y en los establecimientos servidos por camareros con pajarita. O acaso también en esas cafeterías –ya casi inexistentes– donde se mantiene veladores de mármol antiguos como museos o leyendas.

En cualquier caso, de lo que trata Wiesenthal es del mar, de sus viajes y de sus amores. A él le parece diáfano y evidente que una sociedad que desbanca los navíos como forma principal de atravesar el Atlántico comienza a defenestrarse; y es verdad que no conocemos de ninguna gran cultura que tenga exclusivamente hechuras impuestas por la rapidez o la eficiencia. Desde los túmulos funerarios hasta los arabescos de mezquitas abandonadas, sabemos que los corredores o galerías que se abren a la belleza y buenas formas son arduos como un mediodía en el desierto.

A Wiesenthal, por fortuna, no parecen importarle las guerras culturales. No entiende de bandos porque el pabellón de su barco es la libertad. Además, vivir como él lo hace, con su corbata de lazo y sus recuerdos en la billetera, constituye una actitud, esa, precisamente, que facilita que el universo –con sus secretos y su caudal de embelesos– imprima carácter en las costuras más íntimas del alma.

También Las reinas del mar destaca por la extraña continuidad con que forma y fondo se fusionan. Es, indudablemente, uno de los textos más líricos que han salido de la pluma de este digno heredero de Zweig. Está perfilado con un tono visual, sensual, con una prosa que propicia las imágenes y despierta el sentimiento. Y eso no es accidental. Al respecto, dice su autor que jamás se ha visto constreñido a escribir porque se dispone inexorablemente ante la mesa del despacho en cuanto una flor o una melodía le disparan los afectos. Esa sentimentalidad –alejada de toda ñoñería o frivolidad– es lo que destilan sus libros.

A nadie se le escapa que, con todo lo dicho, cabe leer este volumen como un manifiesto en defensa de la gran –y alta– cultura europea. A quienes creen que nuestro continente es solo un gran bazar o un proyecto meramente económico, Wiesenthal les lleva la contraria, recordándoles que el sueño europeo late no tanto en la burocracia farragosa de Bruselas como en la confluencia de Roma, Grecia y quienes seguían a Cristo. Se puede decir de otro modo: que si quiere que compadreen un posmoderno de Berlín con un sabio compatriota de Jaén es mejor adecentar las catedrales o promover conciertos que subvencionar proyectos envenenados de corrección política.

Hay –no puedo dejar de mencionarlo– otra lección contenida en la escritura de Wiesenthal. Para él, escribir, leer –incluso, por ejemplo, estudiar los claroscuros de los lienzos– no solo sirve para acrecentar la erudición o embaularse datos cenicientos. Es una ayuda para vivir y hacerlo con sentido. La cultura constituye un camino para entrenarnos en el arte de apurar los encantos de lo que nos rodea, haciendo más gozosa la existencia.

Seguramente quien se adentre en este viaje hallará lecciones y enseñanzas más idóneas. Es una delicia, como siempre, dejarse guiar por este experto timonel, para quien siempre es preferible el optimismo al desengaño. Se trata, en definitiva, de uno de esos libros que se cierran con satisfacción, incluso con una sonrisa en los labios, reconciliados con el mundo, con el mismo deleite esperanzado que se siente al inaugurar una nueva e interminable amistad.

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