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Hugh Jackman y Anne Hathaway, como Valjean y Fantine, en la versión cinematográfica de 2012

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‘Los miserables’: una lección de misericordia

La novela de Victor Hugo ahonda en el significado de la justicia, del bien y del mal, en el contexto de una Francia convulsa tras los años de la Revolución. Un clásico de la literatura universal con un mensaje sobre redención

Con cuánta frecuencia usamos la palabra «miserable» para referirnos a alguien agarrado, ruin, canalla, a un sinvergüenza. Tras una búsqueda rápida en el Diccionario de la Lengua Española nos encontraremos con varias acepciones que señalan a alguien mezquino, y no es hasta casi su quinta acepción donde hallamos el significado que Victor Hugo eligió para dar título a una de sus obras más grandes.

Portada de Los miserables

Alianza (2015). 1604 Páginas

Los miserables

Victor Hugo

Este es su significado más poético, y además es el más fiel a su etimología, pues de la misma raíz, miserabilis, procede también la palabra misericordia. El miserable es el desdichado, el que padece, el que ha sido tan rebajado que inspira nuestra compasión, que a su vez significa «padecer con»; es decir, sufrir con el que sufre. Es el mismo significado que Galdós dará a su obra Misericordia (1897), en la que desciende a las capas más bajas y desamparadas de la sociedad madrileña, donde la miseria toma la forma de la pobreza y la desgracia.

Este matiz más cálido y fraternal es el hemos de recordar al leer esta grandísima obra de la literatura universal. A nadie le es ajena la historia del exconvicto Jean Valjean, que fue encarcelado por robar una barra de pan para su familia, y su posterior persecución liderada por el inspector Javert, cuando incumple los términos de la libertad condicional. También es famosa la historia de Fantine, deshonrada por un amor de juventud y obligada a esconder y mandar dinero a su pequeña Cosette. Le sumamos la historia de Éponine, Marius y los estudiantes de las barricadas, y un montón de personajes que van haciendo aparición a lo largo de sus cerca de mil páginas, y nos encontramos una obra coral en la que todos los actores despiertan la misma compasión. Unos sufren pobreza material, otros pobreza de espíritu. Quienes en lugar de padecer persiguen la justicia, como Javert o los estudiantes, terminan encontrando un final trágico. Es la degradación de un ideal, la miseria en todas sus dimensiones.

Los Miserables se presenta como una obra mastodóntica, que todavía bebe de las fuentes de la literatura romántica y gira en torno al significado del bien y del mal, de la ley y la justicia. Pero, además, Victor Hugo hace gala del enciclopedismo propio del siglo XIX, y nos ofrece un tratado sobre historia de Francia, sobre lingüística, sobre temas sociales, incluso sobre arquitectura y urbanismo. Pocos autores pueden presumir de incluir una crónica sobre la construcción del alcantarillado de París como hace el autor en los capítulos titulados «Los intestinos del Leviatán». En definitiva, no se limita a situarnos temporalmente en la novela, sino que disecciona y narra con pelos y señales lo que es Francia desde 1815 a 1832.

Sin embargo, por encima de todo, Los Miserables es una obra sobre la redención. Como en las bienaventuranzas, los últimos serán los primeros. Cada una de las voces que se alza cargando con una cruz particular termina encontrando un final de salvación, pero una salvación que es divina y no humana. Esta idea le ganó en España la censura de algunos fragmentos de la novela, pues algunas traducciones antiguas cambiaron o suprimieron pasajes en los que consideraron que había una ofensa a la religión.

La traductora María Teresa Gallego Urrutia, responsable de la versión más reciente en lengua castellana, así lo describe: «Hay algo más grave, que no es el corte o censura, sino lisa y llanamente la supresión de algunos episodios que se sustituyeron por otros de índole totalmente opuesta, que modificaban en profundidad tanto la personalidad de los personajes cuanto las intenciones del novelista». Señala, por ejemplo, un pasaje en el que monseñor Bienvenu visita a un moribundo que había sido miembro de la Convención, y tras hablar con él sobre los abusos de la Iglesia y la monarquía de derecho divino, se arrodilla ante él y le pide su bendición. En la versión española, este evento queda trocado, y es el moribundo revolucionario el que, arrepentido, pide el perdón del obispo.

Victor Hugo compone una obra que es una lección de amor al prójimo. Señala cómo a quien sufre una injusticia, impidiéndole la dignidad que merece, no se le ha de cargar con la responsabilidad de su miseria. Como reza en la nota preliminar de la novela: «mientras en algunas comarcas pueda existir la asfixia social; dicho de otra forma, y desde un punto de vista aún más amplio, mientras haya en la tierra ignorancia y miseria, no podrán carecer de utilidad libros como éste».

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