Una vida regalada a la literatura

Autor de una obra singular, que combina el periodismo, los estudios literarios y la narrativa, Juan Ángel Juristo consigue en Libros soñados un extraño y fascinante híbrido entre el relato, la crónica, el diario y el ensayo. También realiza un homenaje a la auténtica literatura, a la que defendía Harold Bloom en su célebre canon, hoy más en crisis que nunca ante la omnipresencia de la novedad. Porque, ¿quién recuerda con pasión, en 2024, un soneto de Petrarca?

Porque si la literatura más arriesgada está en crisis, la literatura canónica lo está aún más. Quien se aproxime a estas páginas podrá ver que no siempre ha sido así o que, al menos, quienes se acercaban décadas atrás a las letras más vanguardistas lo hacían con pasión. Podrá observar que en los años 70 leer el Ulises de Joyce era una osadía, un acto que vinculaba el atrevimiento y la fuerza intelectual. Quien lo hacía podía presumir de su hazaña. Es decir, la literatura importaba porque también importaba conocer las diferentes facetas del ser humano. Se valoraba, en suma, la indagación. Lo mismo ocurría con la música menos comercial, por ejemplo el jazz, y con arte en general, ahora relegados a posiciones minoritarias y, sobre todo, de acompañamiento. Regresamos, pues, a unos tiempos en los que el arte y las letras no eran músicas de ambiente sino fuentes de entusiasmo. Esa pasión, ese amor, aparece en todas las páginas de este libro. Tal es su fervor que le exigió una dedicación vocacional, un sacrificio de actividades con mayor valor económico. Aún ocurre en nuestros días, sin duda, pero con mayor desapego.

Estas páginas no son un desfile, ni mucho menos, de celebridades, aunque aparezcan algunas de las figuras centrales de la literatura del Siglo XIX y del XX, como Kafka, Joyce –tal vez el más importante para el autor–, Sade, Tolstói, o el siempre provocador, incluso décadas después de su muerte, Ernst Junger. Tan célebres autores, bajo la pluma de Juristo, salen de su condición de marcas y se convierten en creadores vivos, que influyen en la vida de las personas, que generan debates apasionados, propios de un mundo en el que la crítica literaria poseía auténtica importancia. Hoy casi nadie discute sobre las obras y su calidad. Si acaso se habla de los autores y sus sesgos personales, ajenos a las obras. La literatura también está vinculada a lugares, sobre todo a ciudades, que llega a enumerar: Roma. París, Nueva York,

Pero no solo hay literatura en esta obra. También contemplamos la propia vida del autor, en concreto su juventud más o menos acomodada, sus viajes, sus amores, su familia, todo atravesado siempre por esas letras universales, ajenas a la novedad, y dominadas por un criterio de calidad propio.

Libros soñados comienza durante la juventud de Juristo. Conforme pasan los relatos, los años transcurren y el furor juvenil se atempera, pero la curiosidad y el amor por lo literario no descienden. Son páginas estas, además, ilustrativas de las clases sociales españolas: aparecen tanto galeristas del barrio de Salamanca como poblados chabolistas, todos tratados con idéntico cariño, que no exime de la necesaria lucidez. Juristo en todo momento es consciente de su posición en el mundo, ni alardea ni busca una pose de falsa pobreza. Tal autoconciencia se contempla con claridad en el capítulo titulado Nueva York, donde su prosa, además, alcanza un alto grado de ensoñación, pues no es tanto la crónica de un viaje sino de su deseo. En las últimas páginas realiza un regreso al pasado, a su infancia de calle y cines de barrio, incluyendo también una profunda reflexión sobre el tiempo y la creación literaria.

Un libro, en suma, muy recomendable para cualquiera que desee entender cómo se vivía la literatura en otros tiempos, para quien busque una guía de lecturas insoslayables y, sin duda, para quien busque un libro de calidad indiscutible.