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El filósofo Gustave Thibon con el europarlamentario Bernard Antony, en 1982

El filósofo Gustave Thibon con el europarlamentario Bernard Antony, en 1982Bohémond

Crítica de los principales vectores de la Posmodernidad, y esperanza en los factores eternos del hombre

Thibon habla de «la soledad del hombre en un mundo gigantesco y compartimentado» y de cómo «la vulnerabilidad del yo es un signo revelador de las virtudes basadas en el resentimiento»

Gustave Thibon (1903-2001) fue un intelectual francés que anduvo en cuatro ocasiones dentro de las quinielas del Premio Nobel de Literatura. Católico, amigo de la filósofa Simone Weil –a la que dio cobijo en su granja durante la II Guerra Mundial–, es un autor de experiencia y formación ricas. No era, por tanto, un mero pensador de salón y sillón pegado a la biblioteca, y tampoco cabe endosarle etiquetas fáciles. En esta ocasión, Rialp edita, por primera vez en lengua española, una selección de veinte conferencias suyas, agrupadas en cinco temáticas generales. La lectura de estas páginas logra un equilibrio entre la precisión académica y la facilidad divulgativa. No decae en lo fácil o lo banal, y tampoco se adentra en terreno donde sólo se gozan los eruditos. Al mismo tiempo, es capaz de ser fiel a lo que señala su título. Porque gran parte del contenido de estas conferencias parece escrito hace pocos días. Como se indica en el inicio del libro, Thibon apuesta por acudir a la esencia, a lo eterno e imperecedero del ser humano, sin enfrascarse en «bloquear el futuro» ni «negar el pasado», tal como acusa a conservadores y progresistas.

Portada de Los hombres de lo eterno

Rialp (2024). 348 Páginas

Los hombres de lo eterno. Conferencias 1945-1980

Gustave Thibon

Aunque falleció a comienzos de este siglo, sorprende la frescura y nitidez con que aborda varios de nuestros mayores problemas, como el exceso de «información» o datos, que nos lleva a no conocer nada en profundidad, sino navegar dispersos dentro de un batiburrillo ruidoso carente de sentido y destino. Algo que adquiere mayor gravedad con la suma del desarraigo y un individualismo provocado por una mentalidad consumista, obsesionada con el dinero y los placeres. Thibon nos habla de «la soledad del hombre en un mundo gigantesco y compartimentado». Por otro lado, radiografía nuestra cultura victimista, atenta a toda posible «ofensa», cuando dice: «la vulnerabilidad del yo es también un signo revelador de las virtudes basadas en el resentimiento. Si se inflige la más mínima humillación o contradicción a ciertos seres hipermorales o hipermísticos, los vemos reaccionar con una susceptibilidad y una amargura inapropiadas de su aparente pureza y generosidad».

Las cuestiones que se van desgranando a lo largo del libro son oportunas y van desde reflexiones sobre el turismo y la ruptura de los lazos comunitarios, hasta la educación en el carácter, la búsqueda de la verdad, el escepticismo y la ciencia, las contradicciones de nuestra noción de progreso, el permisivismo y la moral, el igualitarismo, el medio ambiente, el liderazgo, la «muerte de Dios», el conflicto intergeneracional, las raíces culturales de la fe, y la constante tensión humana entre lo natural y lo artificial. Aunque las conferencias se plantean desde una visión cristiana, la mayor parte de su contenido no cabe definirse como doctrinal ni, mucho menos, apologético. Porque Thibon asume con asimilación plena todo el legado cultural de Occidente. Sócrates y Aristóteles conviven con Pascal, Tomás de Aquino y con Noé. Pero, como decíamos, no es este un libro de citas, sino de ensayo fluido, asequible a la mayoría de lectores.

Thibon tiende –a la vez que desarrolla su crítica a los distintos vectores de nuestra Posmodernidad– a mostrarse esperanzando. Así, nos dice: «El verdadero progreso solo puede tener lugar en el interior de cada uno de nosotros. No puede ser colectivo en principio, aunque puede serlo en sus consecuencias: el progreso de cada dividuo tiene por supuesto, y más de lo que pensamos, repercusiones felices para todos… Es agradable comprobar que los que más gritan que todo debe cambiar son los que menos piensan en cambiarse a sí mismos. Pero la verdadera novedad solo puede nacer en nosotros, en el ‘hombre nuevo’ del que habla san Pablo».

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