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El zorro en el gallinero

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El zorro en el gallinero

Los gobernantes, para conservar el poder, suelen prometer una cascada de beneficios para el pueblo. Se comprometen a hacer o a no hacer esto o aquello. Pero no pasa nada si no cumplen lo prometido

Pensaba el otro día que de qué me había servido dedicar años al estudio de pensadores políticos, desde Platón o Aristóteles a Rawls o Carl Schmitt pasando por Bodino, Maquiavelo, Locke, Montesquieu, Rousseau, Hobbes, entre otros, para entender algo de la política y, en concreto, la del país al que pertenezco, esta singular España.

La práctica política se carcajea del pensamiento político. No solo en España, pero en España, en estos tiempos, de un modo ya grotesco. En realidad, me habría bastado leer a Maquiavelo, con la única modificación, de hacerlo aún más cínico.

Maquiavelo no tenía muy buena opinión de los humanos: «De la generalidad de los hombres se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro». Y en dos capítulos escribe que son «perversos por naturaleza». Si eso es así, «es necesario que todo príncipe (léase gobernante) que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno y a practicarlo o no según la necesidad».

Los gobernantes, para conservar el poder, suelen prometer una cascada de beneficios para el pueblo. Se comprometen a hacer o a no hacer esto o aquello. Pero no pasa nada si no cumplen lo prometido. «Nunca faltaron a un príncipe (gobernante) razones legítimas para disfrazar la inobservancia. Se podrían citar innumerables ejemplos modernos de tratados de paz y promesas vueltos inútiles por la infidelidad de los príncipes (gobernantes). Que el que mejor ha sabido ser zorro, ese ha triunfado». En ese «razones legítimas» está el cinismo de Maquiavelo. Porque hace compatible esas razones con la infidelidad.

No pasa nada: «los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar».

Maquiavelo afirma que el gobernante ha de ser a la vez león y zorro. León pegaba más en un tiempo en el que los principados, con mucha frecuencia, se conquistaban o se ensanchaban por las armas. En tiempo de democracia, ser león no está bien visto. Pero ser zorro tiene un premio siempre, sobre todo si las gallinas, teniendo suficiente comida y algún que otro devaneo con el gallo, siguen con esa mirada lateral, nunca de frente.

En democracia, esa sociedad de gallinas ha llegado a creerse que en ellas está «la soberanía del gallinero», o nacional. Ignoran o fingen ignorar que la soberanía la tiene el zorro. Y que conste que nada tengo contra el zorro animal, que hace lo que hace porque esa es su naturaleza. Pero el zorro político, aprendiz en la escuela de Maquiavelo, cultiva un refinado cinismo, en el que el valor más bajo y manejable es el de la verdad.

Vamos ahora con un pasaje famoso de El contrato social, de Rousseau: «Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y permanezca tan libre como antes. Tal es el problema fundamental cuya solución da el Contrato social».

Y dice también: «¿Qué es, pues, lo que constituye propiamente un acto de soberanía? No es un convenio del superior con el inferior, sino del cuerpo con cada uno de sus miembros; convención 1egítima, porque tiene por base el contrato social;

equitativa, porque es común a todos; útil, porque no puede tener otro objeto que el bien general, y sólida, porque tiene como garantía la fuerza pública el poder supremo. Mientras que los súbditos están sujetos a tales convenciones, no obedecen más que su propia voluntad».

Por no alargar: «A fin de que este pacto social no sea, pues, una vana fórmula, él encierra tácitamente el compromiso, que por sí solo puede dar fuerza a los otros, de que, cualquiera que rehúse obedecer a la voluntad general, será obligado a ello por todo el cuerpo; lo cual no significa otra cosa, sino que se le obligará a ser libre».

Esto es pintar como querer, poesía patriótica, desconocer la realidad política en la que, de una forma o de otra, acaba mandando una oligarquía alrededor de un autócrata más o menos disimulado. Y ese maravilloso oxímoron de que te obliguen a ser libre, que desató la furia de los anarquistas y de cualquiera que sepa desentrañar las tripas de la política.

Frente a la ensoñación roussoniana, como en su póstuma Ensoñación de un paseante solitario, la mostrenca realidad de Maquiavelo: si para tener o mantener el poder hay que engañar, engaña y sé un zorro, porque siempre hay millones de gallinas que o se lo creen o miran para otro lado.

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