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Detalle de cubierta de El naufragio de la segunda república

Detalle de cubierta de El naufragio de la Segunda RepúblicaEsfera de los libros

‘El naufragio de la Segunda República’: una democracia sin demócratas

La hispanista y pedagoga Inger Enqvist se adentra en la divulgación histórica con una enmienda a la totalidad a la Segunda República

La Segunda República ha pasado a la historia como un breve paréntesis democrático entre dos dictaduras, que se habría visto frustrado por un golpe de Estado que buscaba precisamente acabar con ese oasis de libertades y derechos. Esta y otras tesis de la historiografía más oficialista sobre esta época son refutadas en el ensayo El naufragio de la Segunda República, que supone el estreno en el terreno de la Historia de la hispanista y pedagoga Inger Enqvist.

Cubierta de El Naugragio de la Segunda República

La esfera de los libros (2024). 214 páginas

El naufragio de la Segunda República

Inger Enqvist

En esta obra, encontramos una indisimulada enmienda a la totalidad a la Segunda República, como se plasma en el subtítulo, que resulta algo simplista pero que resume claramente la tesis general del ensayo. Para Enqvist, la Segunda República fue un experimento frustrado desde el inicio, en gran parte porque ni los partidos ni los líderes que la protagonizaron tenían una profunda convicción democrática.

En concreto, la autora carga las tintas contra las fuerzas de la izquierda, que estaban convencidas de que la República les pertenecía, y dicha convicción fue la que les llevó a realizar una revolución en el momento en el que la derecha tomó el poder tras ganar las elecciones. La tesis del PSOE y del resto de partidos llamados progresistas era que todo puesto de gobierno que fuera ocupado por un político de derechas era un cargo ilegítimo, pues la legitimidad no derivaba de la voluntad popular, sino de la ideología a la que pertenecía cada cargo. Dicho de otra manera, la República, o era de izquierdas, o no era.

Para defender esta tesis, tan controvertida como contracultural hoy día, Enqvist se apoya en algunos de los estudios sobre el período que han aparecido recientemente, en los que se ha investigado el papel de los principales partidos políticos y sus líderes en cada uno de los momentos álgidos de la Segunda República.

A lo largo de la narración, la autora va refutando algunas de las principales ideas que han triunfado en la historiografía oficialista. Por ejemplo, Enqvist recuerda un hecho inédito que a menudo se obvia, y es que el ganador de las elecciones de 1933 había sido la CEDA de Gil Robles, a la que de manera insólita el presidente Alcalá Zamora no le permitió gobernar, designando para dicha función al Partido Radical de Lerroux.

Igualmente, la autora pone de manifiesto el incomprensible blanqueamiento que se ha hecho de la revolución de octubre de 1934, que ha pasado a la historia como una suerte de romántica rebelión popular contra un gobierno derechista y fascista, cuando en realidad fue un sangriento y violento levantamiento contra la autoridad de un gobierno legítimo. Y es que ya en tiempos de la República el relato había matado al dato, o, como bien señala Enqvist, «las palabras habían dejado de tener una conexión con la realidad».

En el libro, se explica también el inédito hecho de que tras la primera vuelta de las elecciones de febrero de 1936, el presidente Alcalá Zamora nombrara a Azaña como presidente del consejo de gobierno antes incluso de conocerse los resultados oficiales, unos resultados que nunca llegaron a publicarse. Con respecto a estas elecciones, el propio Alcalá Zamora, que no sin motivo sale bastante mal parado en el análisis que de él hace Enqvist, acabaría reconociendo en su diario que fueron amañadas, cifrando en cincuenta el número mínimo de escaños escamoteados a los partidos de la derecha y atribuidos de manera irregular al Frente Popular.

Con respecto a lo que sucedió en España desde febrero hasta julio de 1936, el ensayo refleja con claridad y crudeza el irrespirable clima de violencia que se vivió. Este ambiente no solo se dio en las agitadas calles, sino también en el propio parlamento. En él, tanto Gil Robles como Calvo Sotelo fueron amenazados de muerte en repetidas ocasiones por diputados comunistas –la Pasionaria, entre ellos– como socialistas. Dichas amenazas habrían de cumplirse el 13 de julio de 1936, cuando Calvo Sotelo fue asesinado por policías simpatizantes del PSOE, un acontecimiento que terminó de convencer a una parte del Ejército de la necesidad de dar un golpe de Estado y terminar con el caos existente en España.

El relato de Enqvist termina a las puertas de la Guerra Civil, un conflicto que, en su opinión, no fue esa lucha entre demócratas y fascistas que tantas veces se ha presentado, y que ha sido refrendado en las recientes leyes de memoria histórica. Según la autora, este relato es falso porque ni los representantes del bando republicano creían en la democracia –como señalaría Clara Campoamor, el objetivo de los líderes ese bando era instalar en España una dictadura comunista–, ni los líderes de la derecha eran fascistas, pues este movimiento nunca gozó en España de un gran predicamento; sin ir más lejos, el propio Franco nunca fue partidario del fascismo, sino que su ideología era claramente conservadora y tradicional, dos valores rechazados por el fascismo.

Se trata de una obra, en suma, que no aporta –ni pretende hacerlo– grandes novedades a lo que ya se conocía sobre la Segunda República, pero cuya lectura es recomendable porque remarca las incongruencias de las tesis oficialistas sobre este período, y supone una síntesis clara y amena de uno de los períodos más convulsos y trascendentales de nuestra historia reciente.

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