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Mapamundi con banderasWikimedia Commons

‘El poder de la geografía’: Diez puntos de conflicto en el planeta Tierra y más allá

Un recorrido geográfico y político por los acontecimientos más señalados del mundo y una propuesta de futuro

Tim Marshall, autor también de Prisioneros de la geografía, viene a recordar de nuevo que en la geopolítica la parte más desconocida está en las primeras sílabas, la que atañe a la geografía, devolviéndonos a la importancia de los mapas físicos por encima de los políticos. El autor nos recuerda que la geografía afecta a la política internacional y determina las decisiones que puedan tomar los países y sus dirigentes. En ese sentido recalca que sólo Estados Unidos sigue siendo el único país que puede proyectar un poder naval serio en dos océanos al mismo tiempo.

Cubierta de El poder de la geografía

​Península (2024). 480 páginas

El poder de la geografía. Los diez territorios que desafían nuestro futuro

Tim Marshall

Comienza su repaso en Australia recordando la feroz discriminación a que fueron sometidos los aborígenes, a los que no se les permitió votar hasta 1962, su papel en las reservas de uranio, zinc y plomo y sus crecientes enfrentamientos con China desde que el primer ministro pidió una investigación sobre el origen del coronavirus. De hecho, Australia forma parte de la red de observación en torno al sudeste asiático que coordina Estados Unidos y que menciona en el capítulo dedicado a Inglaterra.

El siguiente en ser examinado es Irán, cuya cálida historia reciente recorre el autor con algunos fallos como señalar el uso de armamento químico por Saddam Hussein en la conquista de Jorramshar, que sí lo usó en los pantanos del sur y en el Kurdistán pero no en una ciudad étnicamente árabe.

Recuerda el ya inexistente corredor chií que iba desde Irán hasta el Mediterráneo pasando por Irak, Yemen, Siria y Líbano, aunque menciona algo casi desconocido por los analistas occidentales que es la existencia de minorías chiíes en Arabia Saudí y otras satrapías del Golfo Pérsico. Le toca el turno a Arabia Saudí donde Marshall señala el próximo declive del oro negro, el fracaso de la intervención militar en Yemen y el predominio en las naciones árabes del área de un cierto liberalismo económico desvinculado del liberalismo político.

A continuación el capítulo sobre el Reino Unido recuerda la cita de Acheson: «Reino Unido ha perdido su imperio, pero no ha encontrado su lugar», aunque intenta hacerlo a través de su especial relación con Washington, entre otras cosas formando parte de la Red Cinco Ojos, una alianza de inteligencia de la angloesfera en la que también milita el autor.

Una Escocia independiente, subraya él, supondría la pérdida de bases navales como Coulport y Faslane, estratégicas para la OTAN, especialmente ante la flota rusa del Ártico.

El libro remonta y recupera interés cuando analiza las relaciones agresivas entre dos aliados de la OTAN, Turquía y Grecia, cuya hostilidad podrá llenar páginas y las llena. Ankara también interviene en la guerra de Libia en sentido opuesto a Egipto y delira con recuperar el imperio otomano de la mano de Erdogán y hacer olvidar el genocidio armenio que siguen negando.

La importancia estratégica de Turquía es tal que la OTAN ignoró los golpes de Estado militares en el país desde 1960 a 1980 aunque su posición privilegiada la va perdiendo a favor de otras opciones.

Al llegar a ese punto Marshall se eleva hablando del Sahel, un punto de un conflicto donde la ausencia de Francia puede ser la puerta para Pekín o Moscú si Washington no lo remedia. La inestabilidad de las naciones del área unida a la insurgencia regional, como los tuaregs Fulani, o a la islámica salafista puede convertir el área en un polvorín o en una autopista para las drogas o la emigración ilegal trufada de terroristas con destino a Europa.

Llega el turno en la obra al cuerno de África, centrada en Etiopía, donde los tambores de guerra suenan con Egipto ante el programa de la gran presa etíope para contener el Nilo, aprovechar sus aguasen la agricultura y producir electricidad ante los temores de Sudán y Egipto.

Llega el decepcionante capítulo de España donde el autor, que ha sido brillante en algunos capítulos previos, desbarra al analizar el cuarto país más grande del continente europeo. La Reconquista y la Conquista están narradas plagadas de tópicos negrolegendarios dan paso a una edulcorada patraña sobre la Segunda República no apta para diabéticos, en la que finge que los republicanos ganaron las elecciones de abril de 1936, ignora el golpe de Estado socialista en Asturias y el alzamiento nacionalista en Cataluña en octubre de 1934; iguala la muerte del teniente Castillo, el policía que instruía a las Juventudes Socialistas, con el asesinato a manos de las fuerzas de seguridad del líder opositor Calvo Sotelo para acabar explicándonos que la guerra la ganaron los rebeldes porque tenían tropas alemanas e italianas mejor entrenadas. En todo caso, lo más fuerte es la presentación de una Cataluña y un País Vasco idílicos donde la maldad intrínseca del gobierno españolista impidió el bien universal y la extensión de la bondad secesionista. No elude falacia separatista alguna ni sobre el ayer ni sobre el hoy, incluyendo el referéndum fake. Si no fuera tan descarada la sesgada tendencia catalanista del capítulo español, al libro le hubiera subido la calificación y tendría más estrellas. A lo mejor los traductores pueden explicarlo, o la militancia anglosajona del autor.

Un capítulo póstumo contempla el potencial conflicto en el espacio aunque el autor confunde las bombas volantes V1 que llovieran sobre Londres con las V2.

Como puede verse, es un libro de interés desigual, con algunos capítulos reveladores y otros cuajados de fábulas.

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