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Detalle de "Oposición", de Sara Mesa

Detalle de «Oposición», de Sara MesaAnagrama

'Oposición': Sara Mesa preferiría hacerlo

La autora plantea en su nueva novela un demoledor informe del funcionamiento de la Administración

Podríamos decir, resumiendo mucho y siendo arbitrarios, que buena parte de la literatura del siglo XIX plantea el dilema del hombre frente a la sociedad, buscando su hueco propio, mientras que la del XX refleja, en cambio, el conflicto del individuo con el Estado, luchando por no desaparecer en él. En nuestro siglo la cosa se pone interesante, pues ahora se trata de estudiar a la persona dentro de la sociedad y el Estado, colaborando en unas dinámicas que no advierte de manera natural porque «es el agua en que nadamos», como recuerda Sara Mesa echando mano de David Graeber.

Oposición sara mesa

Anagrama (2025). 232 páginas

Oposición

Sara Mesa

La utopía de las normas (2015), de este antropólogo y anarquista estadounidense, plantea esta cuestión: «¿Cuál es el origen de ese afán por regular, imponer normas y burocratizar todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida? Y lo más importante, ¿hasta qué punto nos arruina la existencia toda esa cantidad de formularios, procedimientos y documentación? No sólo en lo público, también en el trabajo y en la vida privada», se lee en la sinopsis.

En el moderno occidente hemos alcanzado cotas de burocracia impensables y el Estado, el viejo y terrible Leviatán, se ha transmutado en la Administración, una especie de cara benigna o aséptica del poder. Todos somos, de alguna manera, tributarios de ella y cada vez más personas intentan ingresar en el gran edificio público aunque sea a costa de cambiar seguridad por alienación.

Sara, la protagonista de este libro, ha sentado su culo en la silla y con eso ya estaría. Entra como interina en un enorme complejo de la Administración que es fácilmente identificable como la Torre Triana de Sevilla, lugar en el que trabajó la propia autora. Allí estará unos meses como interina y mientras tanto, estudiará una oposición para consolidar la plaza. Pero las semanas pasan y ni siquiera tiene credenciales informáticas ni sabe qué se supone que debe hacer desde su terminal. Nadie considera que haya nada anómalo en esta pérdida de tiempo, excepto ella.

Sara, claro está, no es Bartleby. Ella sí preferiría hacerlo, lo que sea, servir a su manera, o al menos cumplimentar sus días con algo parecido a un trabajo. Pero, una vez dentro, nadie espera que haga nada más allá de ocupar una plaza provista en la RPT y, sobre todo, seguir la corriente y no hacer preguntas innecesarias. Ante esta circunstancia, decide darse trabajo, enviándose como por juego instancias de ciudadanos escritas por ella misma: un empleo en el fondo menos ficticio que el que tiene.

Sara Mesa conoce bien el paño: trabajó en Torre Triana, seguramente también preparó la oposición de su protagonista. Su retrato de la Administración es demoledor pero no es exagerado. Si conocen a alguien dentro –y raro será que no lo conozcan–saben que así funciona.

Oposición es una novela ante todo costumbrista. Por momentos, al inicio, puede parecer que Mesa va a plantear una historia kafkiana y hasta puede haber ribetes metafísicos a lo Melville, a lo Buzzati. Sin embargo, la autora se ciñe al retrato de esta mujer dentro de un engranaje que ella misma alimenta y que está diseñado para no satisfacer a nadie, ni dentro ni fuera. La propia autora cuela una mención a Larra, su famoso Vuelva usted mañana. Y, de hecho, la novela avanza hacia el humor y la sátira, un tono inusual en la autora de Un amor.

En los detalles, Sara Mesa es una autora sagaz. Ahí se crece: en cosas como la fotocopiadora, el café de media mañana, el dibujo de los funcionarios… La idea es que la monotonía se cuele en la novela como otro personaje, y junto a ella, a modo de sombra, el sinsentido. Como informe o memorando, Oposición funciona de maravilla. Y sus análisis del lenguaje burocrático y de los procedimientos hacia ningún lado son delicioso.

Pero es cierto que como novela se queda a un paso de otra cosa y puede ser a ratos tediosa. Es como si la autora tuviera demasiado que decir –pues, además, lo ha vivido– en cuanto al funcionamiento de la Administración y se quedara en el pliego de cargos. A lo mejor Sara Mesa podría haber aprovechado para explotar más esa capacidad de estrangular al lector en sus callejones morales, o tal vez podría haber agudizado la sátira, jugar esa baza más ajena a su literatura. Quizás, pienso, le falta algo de nervio o garra. Mesa prefiere mantenerse en un perfil estable, costumbrista e intimista, y centrarse en Sara sin hacer volar por los aires toda la Administración.

Nada de eso está realmente mal, ojo. Solo son mis cosas: un hombre rellenando un expediente, en este caso una crítica, justificando la estrellita que falta.

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