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La Orquesta Filarmónica de Viena actúa bajo la dirección del director Riccardo Muti durante el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena de 2025 en Viena

La Orquesta Filarmónica de Viena actúa bajo la dirección del director Riccardo Muti durante el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena de 2025 en VienaGTRES

Muti y los filarmónicos vieneses procuran la belleza en un magnífico Concierto de Año nuevo

El veterano director napolitano combina a la perfección melancolía y jovialidad en un programa con obras de gran calado de Johann Strauss el joven, en su bicentenario, y un estreno femenino

Que el hombre no tiene enmienda ya lo expresó perfectamente Santos Discépolo en su eterno Cambalache. Por la tarde, mientras Riccardo Muti interrumpía, como ya es costumbre, el inicio de El Danubio azul para compartir con el mundo su deseo de «paz, fraternidad y amor» para el nuevo año, desde el Musikverein de Viena, casi al mismo tiempo, saltaba el aviso del horrible atentado que ha acabado con la vida de al menos una decena de personas durante la celebración por la llegada del 2025 en otra ciudad musical, Nueva Orleans.

Lo cual solo prueba que es preciso perseverar en la búsqueda de la belleza, por todos los medios posibles, como antídoto frente a la barbarie. A su modo, Muti y los filarmónicos vieneses lo hicieron, como solo ellos saben, en la cita musical más seguida en todo el mundo, con resaca o sin ella. El director italiano ha forjado con este conjunto una longeva alianza basada en la común búsqueda de la excelencia, el respeto y hasta el cariño que ambos se profesan: la complicidad, más allá de lo musical, se percibe en la calidez de las miradas, esas sonrisas que se intercambian antes, durante y después.

El director de orquesta Riccardo Mutti (c) durante el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena este miércoles

El director de orquesta Riccardo Mutti (c) durante el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena este miércolesFilarmónica de Viena

Una relación que surgió por Karajan, en 1971

El idilio surgió en 1971, cuando Karajan sacó al entonces joven director italiano de la cama con la invitación para que se hiciera cargo de Così fan tute de Mozart en el festival de Salzburgo. Y permanece incólume hasta hoy, mucho más que tantas parejas. Los wiener se jactan de no tener a un director titular, eligen cada vez a aquel con el que desean colaborar. Pero lo más parecido a un responsable musical fijo, ahora mismo, es el veterano Muti, al que en 2024 ya habían llamado para que les dirigiese en la Novena de Beethoven del aniversario, en idéntico escenario.

Ahora han vuelto a recurrir a él, por séptima vez, un récord entre las batutas invitadas, en la cita más popular con la música. Esa que posee un cierto carácter simbólico que los hechos luego se encargan de destruir tozudamente, tal que ahora: si el año comienza con música, nada malo debería ocurrir (un poco a la manera de lo que se pregonaba en la segunda parte del Quijote: «donde música hubiere, cosa mala no existiere»).

Muti se mostró en excelente forma a sus 83 años

A pesar de haber superado la barrera mágica de los 80, retirado como titular de la Sinfónica de Chicago, Muti se mantiene en resplandeciente forma. Su gesto ha ganado en sobriedad con los años, pero de vez en cuando aún se agita enérgico, con ese característico, autoritario golpe de melena, como en la Polca Tritsch Tratsch, que el bien aleccionado comentarista de la Primera de TVE (comenzó la emisión elogiando al omnipresente Broncano por sus calcetines rojos en las campanadas) comparó con los bulos: tratándose de la cadena pública…

Muti ejerce el férreo sentido del ritmo que heredó del implacable Toscanini. No se pliega a improbables desfallecimientos ni inútiles actitudes contemplativas, por más que el fraseo se adorne a veces en el detalle, como corresponde en la introducción de la obertura de El barón gitano, muy bien secundado por el oboe principal del conjunto. Nunca divaga aunque caracolee un rato.

El director de orquesta Riccardo Mutti (d) durante el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena este miércoles.

El director de orquesta Riccardo Mutti (d) durante el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena este miércoles.Filarmónica de Viena

Con él, la estructura impone su sólido dibujo, si bien como ocurre con los grandes traductores del vals, esa manera tan austriaca de resumir el mundo, también él sabe «robar» aquí y allá para conseguir ese efecto tan sugerente que consiste en asomarse hasta un precipicio que nunca llegará. Lo que se ataja inmediatamente se estira después, para que nada se quiebre. Se trata solo de un juego, artificio y encanto: el riesgo forma parte intrínseca de la diversión.

El director captó la esencia del vals, jovial y melancólico como Viena

Muti es napolitano, ese territorio encantado donde, como ha vuelto a explicar Sorrentino en su reciente filme Parthenope (otro tributo indispensable a la necesidad de la belleza redentora), la melancolía convive con la risa, suavemente teñida de ironía y sabiduría mediterráneas. Por eso entiende tan bien las necesidades de esta danza febril que lo mismo valía para seducir a jóvenes aturdidas con vueltas y más vueltas, y el efecto eufórico de las burbujas, que para sentarse a esperar la inevitable llegada de la parca. En el vals, como en Vino, mujeres y canciones (susceptible de cancelación), con esa solemne introducción de la que Muti supo resaltar el carácter casi bramhsiano, se percibe perfectamente el anticipo de lo trágico unido sin vacilación ni contradicciones a la jovialidad irreflexiva.

Ha sido un concierto maduro, para paladares exigentes, porque Muti lo es, sin dejar de lado el humor. El maestro de Molfetta conoce de sobra todos los vericuetos y resortes de su oficio, su manera de dirigir expresa la autoridad que surge del hondo conocimiento, la experiencia juiciosa. Y siempre deja un resquicio para la risa, sugerida a través de los gestos o con la expresiva mirada, como se corresponde con su personaje favorito entre los de su querido Verdi, Falstaff, ese viejo de eterna alma juvenil y sonrisa perenne.

Ninguna concesión a las políticas de género, solo mérito

Pero que no le provoquen. Cuando alguien le ha sugerido, en estos días, que incluir una obra, por primera vez en esta cita, de la niña prodigio Constanze Geiger no era más que el resultado de una concesión a quienes mantienen que los filarmónicos vieneses practican una inveterada misoginia, ha salido presto a asegurar que la elección solo había obedecido a criterios puramente musicales, nada de imposiciones de género. Si sus valses habían recibido el beneplácito de los dos Johann Strauss, padre e hijo (a este último ha estado dedicado el concierto por su bicentenario, más el prescindible documental con guiños a Stanley Kubrick, a mayor gloria de un tataranieto), quién podría regatearle los méritos.

Constanze Geiger

Constanze Geiger

Desde luego, aunque no posea la profundidad del vals Transacciones, quizá la mejor de las lecturas ofrecidas durante el concierto por intensidad y belleza, el de esta chica no deja de poseer su particular encanto (parte del cual habría que atribuírselo al autor del vistoso, espumeante arreglo para orquesta). Resulta una lástima que Geiger no compusiera más, ni obras de mayor alcance (nada de sinfonías, óperas o cuartetos de cuerda). Nadie se lo impidió, al contrario, gozó del favor mayoritario de la prensa de su época, y de amistades influyentes fuera de la propia familia Strauss. Ella sola se retiró al casarse, cuando quiso, y tuvo una vida plena si no hubiese sido por el desgraciado fallecimiento prematuro de su hijo.

El año próximo dirigirá la cita Yannick Nezet Seguin, una lástima.

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