Jamming o la improvisación como aceleradora de la risa terapéutica: «Es muy peligroso poner límites al humor»
Juanma Díez, Lolo Diego y Paula Galimberti vuelven con sus desternillantes Jamming Sessions al Teatro Maravillas de Madrid, donde ofrecen un espectáculo curativo y «sin censura»
Deberían recetarlo en la Seguridad Social, y ya lo están implementando en algunas empresas. La risa es salud, es felicidad, generadora de dopamina y estrechadora de vínculos. Con quien te has reído hasta llorar, con agujetas abdominales incluidas, creas un vínculo fuerte. La energía de una buena carcajada dura horas. Es, después de todo, parte de la alegría de vivir.
Por todo eso y porque son unos genios sobre el escenario (y también cuando se bajan, porque no pueden parar de generar risas descontroladas incluso fuera de servicio) merece la pena ir a ver una sesión de Jamming. Después de más de 21 años sobre las tablas, el trío formado por Paula Galimberti, Juanma Díez y Lolo Diego regresa al Teatro Maravillas con su teatro de improvisación, que parte de las sugerencias del público, al que implica en sus desternillantes espectáculos cómicos, para hacer avanzar la historia.
De una obra de Lorca a una telenovela, de imitar a los personajes de Tarantino a ir saltando por los acentos iberoamericanos con una facilidad pasmosa, del drama shakespeariano a los dimes y diretes del teatro del Siglo de Oro: no hay dramaturgia ni giro que se les resista. Ellos se miran y se entienden... y a veces, ni ellos mismos son capaces de aguantar la carcajada, como sucedió cuando visitaron El Debate.
–Jamming ha cumplido 20 años. ¿Cómo se consigue triunfar tanto tiempo?
–Trabajando mucho. Afortunadamente, creo que hemos ido creciendo paulatinamente: empezamos en sitios pequeños y poco a poco todo fue a más, y hemos sabido adaptarnos. Además, nos hemos rodeado de gente estupenda. Somos muy buenos, trabajamos mucho y nos renovamos continuamente, generando estilos nuevos y yendo paralelos a la evolución de la sociedad.
–Las improvisaciones son rápidas, inteligentes y exigentes; cantáis, declamáis, cambiáis de registro... ¿La improvisación requiere de mucha formación?
–Nos alegra que a la gente le parezca que lo puede hacer quien quiera en casa y que parezca sencillo. Es uno de nuestros retos. Pero sí, detrás hay muchas horas de trabajo, de estudio de las técnicas de interpretación e improvisación, de los acentos... Hacemos el estilo Tarantino, pero también Lorca, Chéjov o de telenovela: es una forma propia de acercarnos a los autores y directores sin caer en los clichés y en los gags fáciles. Leemos muchísimo, vemos mucho cine y profundizamos mucho en cada dramaturgia para hacer humor pero con conocimiento.
–¿Con los años se van cogiendo tablas o acabáis igual de agotados que hace dos décadas?
–Tener una obra de texto, estudiártela palabra a palabra y hacer siempre la misma función es también muy agotador. Hay funciones que duran años y es siempre lo mismo... Y además, se añade la dificultad de tener fresco un texto a pesar de haberlo hecho durante años. Lo bueno que tiene la improvisación teatral es que es agotadora, cansa mucho, porque estamos pensando, dirigiendo y construyendo de la nada, pero a la vez es siempre es nueva. De hecho, se hizo un estudio con bailarines con una coreografía fijada y otra improvisada, y con el mismo esfuerzo físico se demostró que se gastaba más energía en la improvisación, porque se estaba creando en el momento.
La improvisación teatral es agotadora, porque estamos pensando, dirigiendo y construyendo de la nada, pero a la vez es siempre es nueva
–Una de las cosas que más sorprende de Jamming es la capacidad que tenéis para comunicaros y leeros los unos a los otros. ¿Ayuda el hecho de construir la relación también fuera de las tablas?
–Absolutamente. Tenemos muy buena relación entre nosotros: ¡llevamos 21 años trabajando juntos! Somos las personas con las que más tiempo pasamos... más que con nuestras familias. Ya sabemos cómo va a reaccionar cada uno, por dónde le gusta salir, cómo te va a dar la réplica... y la mayoría del tiempo es casi inconsciente. Además los tres somos hijos únicos, así que somos como hermanos. Hermanos pero hijos únicos, algo así.
–Sin desvelar el secreto, ¿cómo funciona una improvisación? ¿Partís de una base?
–No, no, en absoluto. Lo que hacemos es entrenar y ensayar, y estudiar los diferentes estilos que hacemos, y después los entrenamos, sabiendo que una historia necesita de un protagonista, un conflicto, un antagonista y un lugar para poder desarrollarse, que el personaje tenga un arco y empiece de una manera y acabe de otra. Hay que entender la dramaturgia, lo que la historia necesita, y vamos improvisando con el título que nos da el público, que es como funciona nuestro espectáculo. Tragedias, comedias, enredos, dimes y diretes, espadas, morir y matar, espectros... Hacemos un cóctel y lo servimos en el escenario, a veces mezclado con la actualidad.
–El teatro siempre es algo muy vivo, pero ¿cómo es de rico incluir al público en una improvisación?
–Es muy divertido. La improvisación es uno de los ingredientes principales a la hora de interactuar con el público: es fundamental. Además, percibes el mood de la gente, y eso te va influyendo. Pero además, hay algo mágico en ir a un teatro y participar en el devenir de las historias, en los diálogos (voluntariamente, no forzamos a nadie). Y después hay «intervenciones involuntarias», cuando a alguien le suena el teléfono, o se levanta, o le da un ataque de risa extraña, y nosotros lo incluimos en la improvisación. Además así se ve que lo creamos en el momento, que es algo muy vivo, muy del presente.
–¿Qué es lo más divertido que os ha sucedido sobre el escenario?
–Nos reímos todo el rato... Una vez a una señora mayor que interrumpía todo el rato, nos hablaba y nos increpaba, la subimos al escenario y le pedimos que nos sujetara una bicicleta imaginaria. Y se quedó diez minutos así, sujetando la bici inexistente, mientras nosotros hacíamos la impro.
'No hagas de un machista, de una feminazi, de uno de derechas, de uno de izquierdas, de uno que cree en Dios, de uno que no cree en Dios... ¿Entonces qué hacemos?
–Después de hacer Paquita Salas, Belén Cuesta hizo la trágica La trinchera Infinita, y me decía: «Es mucho más difícil hacer reír que llorar o conmover».
–Bueno, la risa también conmueve, pero estoy de acuerdo. Si tú estás haciendo un drama y el público está en silencio, no sabes si están aburridos, dormidos o conmovidos. Pero si estás haciendo humor y nadie se ríe... la has liado. Es mucho más complicado hacer humor, porque además nos exponemos mucho, nos reímos de nosotros mismos, y eso da vértigo. Tienes que tener una autoestima muy fuerte.
–Un tema recurrente, siempre de actualidad: ¿tiene que tener límites el humor?
–Que tengamos que seguir haciéndonos esta pregunta es síntoma de que algo no está bien. Ni el humor ni el arte tienen límites en cuanto que son una convención. ¡El teatro es mentira! Cuando nos dicen que no se pueden hacer chistes de determinados temas, siempre preguntamos por qué. En ese sentido, es importante el contexto: no es lo mismo hacerlo en el teatro que en el debate sobre el estado de la nación. Imagínate en un monólogo, una stand up, una improvisación... lugares donde literalmente se va a hacer humor. ¿Cómo va a haber límites? Es una contradicción. De todas formas, es una cuestión de sentido común. Y si a alguien no le gusta el humor que está escuchando, siempre puede levantarse e irse, pero que alguien establezca límites al humor en los lugares donde se hace humor es algo muy peligroso.
Ni el humor ni el arte tienen límites en cuanto que son una convención"
–¿Es una cuestión de «gusto»?
–No, porque también puedes hacer humor de mal gusto. Si es burdo o traído por los pelos, quizá no haga gracia, pero ¿prohibirlo? Estamos empezando a blanquear tanto todo que ya parece que no podemos hablar de nada...
–¿Ha llegado demasiado lejos la corrección política?
–A veces parece que sí. Te dicen: «No hagas de un machista, no hagas de una feminazi, no hagas de uno de derechas, no hagas de uno de izquierdas, no hagas de uno que cree en Dios, no hagas de uno que no cree en Dios, no hagas de un pederasta, no hagas de un violador». ¿Entonces qué hacemos? ¿Cómo contamos historias? Es no entender, de base, la convención del teatro, que es una ficción. De hecho, un poco de broma, en el espectáculo hay una voz en off que dice: «Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia» y «Cualquier ideología de los personajes no tiene por qué corresponderse con la de los improvisadores». ¡Pero es tan inaudito tener que decirlo! Es esquizofrénico: como si no supiéramos diferencias la realidad de la ficción.
–En el cine, en cambio, no se cuestiona tanto. Nadie piensa que los actores se identifiquen con las ideologías que encarnan.
–¿Alguien cuestiona al actor que interpreta a Hitler? Pero en un monólogo parece imperdonable. Es como si tuviéramos más censura los que creamos en el momento que el que tiene un guion escrito. Y con esto no decimos que no haya temas que no toquemos: por supuesto que sí, pero es una elección nuestra, que parte de nuestro contexto e incluso de nuestra sensibilidad. Pero nadie nos impone nada.
–Además de por esta libertad, ¿por qué deberíamos ir a ver Jamming?
–Es un espectáculo muy divertido, fresco; un teatro muy vivo donde lo vas a pasar bien, y también ayuda a reflexionar sobre ciertos temas. Es un humor muy libre, que no hace daño a nadie, ¡al revés! Hace conectar con uno mismo y es una hora y media de disfrute. Además, para quien no está acostumbrado a ir al teatro, es una buena forma de ir cogiéndole el gusto, especialmente para los más jóvenes.