Barcelona 1-2 Real Madrid
El Madrid somete al Barcelona en una botella
Los blancos controlan de principio a fin un partido emocionante lanzado desde el área madridista
La presión alta del Barcelona parecía asustar un poco más que la baja del Madrid, pero era esta como la línea Maginot: algo escondido en medio del bosque que frenaba las ofensivas descaradas mientras el viento soplaba y movía las hojas. Tiraba líneas el Barsa que se perdían o desaparecían en el corte. La versión defensiva de los blancos asustaba por detrás y por delante. Atacar, para el Barcelona, era como meterse en la boca del lobo. Una noche en la selva del templo maldito rodeados de animales invisibles. No le importaba al Madrid que el Barsa mareara la pelota, como si estuviese cómodo en el asedio. Había algo de los sitiados de Masada haciendo alarde de sus manantiales de agua ante los romanos sedientos. Y ya sabemos cómo acabaron los de Masada. Lleno de gente el Camp Nou parecía realmente nuevo y no decrépito.
A Mingueza lo desarmó Vinicius en la primera que pudo. Era el preludio del primer pase de Alaba entre líneas, por el aire, para Vini que por la izquierda era un mosquito. El centro del campo madridista estaba un poco bajo, pero es como si quisiera hacerlo así: haber diseñado sus propias medidas con una intención indescifrable, a veces alarmante, a veces esperanzadora. Lo de Vinicius en el área en el minuto 20 no terminó en el penalti que parecía, pero el viaje a Eurodisney gratis de Vinicius lo vimos todos. Óscar Mingueza fotografiado con cara de pasmo entre Mickey y Donald. El tacón lateral, el recorte entre el bullicio, la estética dadá.
Mingueza le arrolla, pero el árbitro no pita. Luego volvió a recortar Vini. Hasta 100 veces. Lo que le faltaba al Barcelona precisamente ahora: más recortes. Que Vinicius nos iba a enamorar hasta las trancas lo vimos cuando en los medios, cayéndose, cruzó un balón hermoso a su hermano Rodrygo, que envió el balón de vuelta al otro lado por donde venía Alaba, que llevaba un siglo pidiéndola. Cuando al fin le llegó, miró un momento y la mandó seca y dura, sin revoluciones ni parábolas, a plomo, al palo contrario, muy lejos de Ter Stegen e incluso muy lejos del mundo conocido. El cero a uno le ponía la expresión más mohína que nunca a Jordi Alba, menudo contraste con el resoplido de Vinicius: oírlo de cerca debe de ser como oír de cerca las pisadas del toro.
Las contras, esas contras preciosas del Madrid como de otra época, salían desde un pozo como al toque de corneta, como desde unas trincheras. A pecho descubierto. Y era emocionante. Otra vez se metía el Barcelona en la defensa trasera del Madrid, que en esos últimos metros se ponía en formación de tortuga mientras el rival trataba de abrir el muro por abajo, entre las piernas, adonde no llegaban los escudos.
La sombra caía sobre la yerba culé en la segunda parte. El locutor se asombraba de un balón de Ansu Fati al vacío, como si de algo extraordinario se tratara. Pero algo un poco extraordinario sí que es Fati. El gol siempre amenazante y la profundidad en un palmo de terreno. Coutinho parecía darle una nueva ventolera de peligrosidad a los locales. No se arredraba el Madrid, que sacaba la pelota con serenidad y criterio. Para delante y para atrás, casi con temple. Todo lo contrario a la estridencia del Barsa, sublimada en el mohín, siempre feo, de Alba.
Pase de hombro
El pase de hombro de Benzema para abrir la jugada no se iba a perder en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Tampoco la tarjeta a Piqué por su listeza proverbial. Lo que hay de un pase con el hombro de Benzema a una queja de Piqué es la vida subsistente entre el bien (en lo excelso) y el mal (en lo vulgar). Dest se durmió para que Vini encarase y luego Vini se durmiera a su vez. Luego hubo una sucesión de sombreros, Modric, Benzema, Benzema, Modric, como si no parasen de pasar elegantes señoritas y hubiera que destocarse a una velocidad casi humorística. Sólo paró aquello porque Benzema no acertó con el remate que fue a parar con mansedumbre a las manos de Ter Stegen.
Movía el balón el Madrid por todo el campo. Era un señuelo. Una manera de calentar la contra. Bien posicionados los blancos sufrían. Era lo que había. En el 71 salió Valverde por Rodrygo. Vinicius, Mendy y Benzema. Y luego Alaba le paraba a Fati con la pierna por delante. Se marchaba el joven delantero culé y salía Agüero. Modric pujando con De Jong. Y venciendo. Cerrado el Madrid en su área apretaba los dientes en busca de la cabalgada. A Mendy le sacaba una amarilla el público, que llevaba todo el partido amedrentando al árbitro, quien ya no pudo resistirlo más.
Vinicius salió agotado y a Courtois se le quedó un pie enganchado en la yerba para doblarle la rodilla en un despeje. Siete minutos de descuento excesivos mantenían, qué remedio, la incertidumbre de un partido que parecía acabado. Pataleaba Piqué como el niño consentido sin juguete (un penalti) en el área madridista antes de que Asensio se lanzara a tumba abierta y el rechace a su chut de Ter Stegen lo cazara Lucas para marcar el segundo adelantándose a Eric en el rechace. Anotó Agüero su primer gol (un gol inexistente si no fuera porque había que contarlo) con el Barcelona en el 96, mientras el Madrid hacía dos minutos que celebraba, aún moviendo las piernas, como jugando sobre el campo, la victoria.