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Manuel Pimentel: «El precio de la cesta de la compra va a subir mucho»

El ex ministro de Trabajo y autor de 'La venganza del campo', Manuel PimentelJorge Ruiz

Manuel Pimentel: «El precio de la cesta de la compra va a subir mucho»

El ex ministro de Trabajo con Aznar analiza en su nuevo libro 'La venganza del campo' los ataques al medio rural y las consiguientes subidas de los precios de los alimentos. En esta entrevista habla sobre ello y también sobre la polémica falta de diálogo entre Gobierno, sindicatos y empresarios en el terreno laboral

Manuel Pimentel Siles (Sevilla, 1961) fue ministro de Trabajo y Asuntos Sociales en el Gobierno de José María Aznar entre los años 1999 y 2000, pero desde hace años está alejado de la política y quiere hablar poco sobre ella. En 2004 puso en marcha la Editorial Almuzara, que ocupa actualmente gran parte de su tiempo junto con su labor como abogado of counsel de Baker & McKenzie y la de presentador del programa de televisión Arqueomanía. Además de abogado y doctor en derecho, es ingeniero agrónomo, y ahora acaba de escribir el libro La venganza del campo. En él explica a través de una sucesión de artículos su visión sobre los ataques al medio rural y la subida del coste de la cesta de la compra.

–En su libro dice que el campo va a vengarse de su persecución actual con escasez y un encarecimiento brutal en el precio de los alimentos. ¿Qué está pasando?

–Las familias han empezado a darse cuenta de que el precio de los alimentos sube y les pesa la cesta de la compra. Los gobernantes echan la culpa a los distribuidores y a los productores diciendo que quieren aprovecharse de la escasez. Es rigurosamente falso. Los distribuidores aprietan a los agricultores, pero compiten entre sí e intentan deprimir los precios lo máximo posible. Se les puede achacar que aprieten a los agricultores, pero no que generen inflación. No tienen la culpa. Olvidamos algo tan simple y tan antiguo como que los mercados existen.

–¿Qué ha ocurrido con la alimentación?

–Venimos de un periodo en el que el precio de la alimentación había sido muy bajo. Jamás en la historia de la Humanidad había sido tan barato como entre los años 2000 y 2020. Tocamos mínimos históricos porque en Europa ha habido cosecha y porque la globalización permitió traer alimentos de donde eran mucho más baratos. La sociedad se olvidó de la alimentación. Pensó que los alimentos aparecían en el supermercado por generación espontánea. Además llegaron nuevos valores, como la sostenibilidad de la naturaleza, que está muy bien. Se quiere ir al campo a pasear y encontrarlo limpio. Molestan los tractores, los regadíos, los invernaderos, las granjas... Hemos ido produciendo leyes que han castigado al agricultor, dificultando su actividad, llevando a que sean mal percibidos por la sociedad. Eso ha conllevado que se abandone la tierra, que los jóvenes no quieran trabajar en ella, que la producción se restrinja, y se produzca menos. A ello se suma la tormenta perfecta, y es que la globalización deja de funcionar: hay aranceles, dificultades, la geopolítica hace que el mar sea menos seguro y aumenten el riesgo y los fletes. Se sabía que esto iba a pasar. Se está despreciando el campo, y si se sigue así, se vengará con subidas brutales de precios.

–¿Cómo se soluciona?

–En primer lugar, consiguiendo que la sociedad sea consciente de la importancia de la alimentación. Hasta ahora no lo es. Podemos ver en la televisión cómo una misma persona dice que hay que cortar un trasvase y al mismo tiempo protesta porque el precio de la verdura está subiendo. Como sociedad tenemos que optar: ¿queremos o no tener regadíos? Si los tenemos, tendremos empleo, pero sobre todo, mucha verdura barata. Debemos tener una estrategia alimentaria que garantice los alimentos que necesitamos en diversas circunstancias. Para lograrlo, los agricultores, ganaderos y pescadores son aliados, no enemigos. Hay que garantizarles que su trabajo sea valorado y reconocido, una rentabilidad razonable y que puedan vivir con dignidad, y no lo estamos haciendo. Cada norma que sale dificulta, encarece, con lo cual el campo va a seguir vengándose.

–Y encima luego atacan en Francia a nuestros agricultores.

–Eso es imperdonable. Hay una cosa que se llama Europa, unas leyes que debemos respetar, y el suyo ha sido un comportamiento intolerable. Crea una presión mayor sobre la rentabilidad agraria española, la deprime más.

–¿Seguirán subiendo los precios de los alimentos?

–La media de la cesta de la compra va a subir mucho porque la globalización está dejando de funcionar. Vamos a depender más de lo que producimos nosotros mismos, y nos estamos autolimitando la producción. A la PAC (Política Agraria Común) no le preocupa que haya reserva y garantía alimentaria, y todas las normas que se están aprobando encarecen, dificultan y desvalorizan la actividad del agricultor.

–¿Es culpa de políticos como nuestro ministro de Agricultura, Luis Planas?

–No. Es algo más profundo. Está pasando en todos los países de Europa. Es algo sociológico. La sociedad, que es mayoritariamente urbana y no comprende el campo, proyecta su imaginario, que es un campo sin tractores, sin regadío, simplemente para poder pasear por él o, en todo caso, con agricultores bucólicos que tengan una pequeña huerta que otros cultiven. Está muy bien, pero si queremos vivir de esa pequeñísima agricultura tradicional, tendremos que acostumbranos a pagar 100 euros por un tomate. Como sociedad tenemos que elegir si queremos tomates a 100 euros o con un precio más razonable. En el segundo caso debemos tener regadíos, invernaderos.

–El precio de la carne también subirá.

–La sociedad española sigue absolutamente despreocupada de su alimentación. No ha planteado un debate diciendo que no podemos continuar castigando a los productores agrarios. Todas las normas que he visto anunciadas son de encarecimiento de la producción. Ahora mismo se habla de una ley europea de bienestar animal. Los productores cárnicos han dicho que la aprueban, pero avisan de que como consecuencia el precio de la carne va a subir al menos un 30 %.

–¿Se exagera con la persecución a la carne?

–El animalismo es una corriente positiva en su conjunto. Los animales deben tener unos derechos, pero nosotros también tenemos derecho a comer carne y a alimentarnos, y la carne debe ser sana y estar a un precio asequible. Las granjas son imprescindibles, pero se les ataca, y como consecuencia el precio de la carne va a subir muchísimo. Me parece perfecto que haya personas vegetarianas o que se vendan hamburguesas de origen vegetal, pero la forma tradicional de producir carne sigue siendo la más ecológica, saludable, económica y digna que existe. Un animalismo radical conllevaría hambruna y pérdida de salud.

–Hay quien piensa que para contener los precios hay que fijarlos, como la ministra en funciones y ahora líder de Sumar, Yolanda Díaz.

–La gente se queda con el discurso fácil: si sube el precio del huevo, la culpa la tiene el distribuidor, luego vamos a poner un precio fijo a la distribución. El día en que esto ocurra, nos convertiremos en Venezuela. Pasaremos hambre. Esta es una cuestión de oferta y demanda: si cierran las granjas de gallinas, el precio del huevo sube. Es obvio. Sabemos la población que tenemos, que está creciendo y que tenemos que garantizar la alimentación a un precio razonable. Es un tema muy profundo que hay que abordar con serenidad y sin entrar en luchas partidistas. No hay que obsesionarse con el autoabastecimiento, pero debemos garantizar un sistema que nos dé de comer en caso de bloqueo de los mares o de otras dificultades. El paradigma ahora es crear grandes bloques: Occidente por un lado y China por otro. Vamos poniendo muros, y cada muro encarece la alimentación. Y además ahora estamos en guerra. Llevamos más de una década sin crisis alimentarias en el mundo. La globalización había funcionado muy bien, pero se está rompiendo, y con ello se está encareciendo la alimentación. Todos los días nos enteramos de que un país prohíbe la exportación de arroz. Hay riesgo de crisis alimentarias en algunos países pobres. En Occidente el campo solo va a vengarse con subidas de precios, que se suman a las subidas de tipos y a las familias empieza a costarles llegar a final de mes.

–Junto a la sequía, lo poco que se paga a los productores en origen o la dificultad del relevo generacional en las explotaciones agrícolas y ganaderas, van surgiendo cambios en las leyes laborales que quizá pueden ser también un obstáculo para el campo. ¿Lo son?

–En principio no le afecta. El campo tiene una jornada laboral menor de las 40 horas semanales. Tiene unas 36 horas; incluso menos en algunos sitios. La jornada de trabajo se fija desde hace mucho tiempo en los convenios colectivos, y la mayoría ya tienen menos de cuarenta horas. Cada sector posee unas características singulares, una productividad que conocen muy bien el empresario y los sindicatos. ¿Por qué ahora este intervencionismo, que responde claramente a una ideología? Me gusta mucho más la negociación. Me parece un error todo lo que no sea que la jornada laboral se ajuste en los convenios entre los empresarios y los sindicatos.

–Usted se ganó una gran fama de negociador como ministro de Trabajo.

–Creo mucho en el diálogo social. Es una forma de ajustarse, porque cada sector conoce su productividad. No es lo mismo un sector que otro. Las medidas que se han anunciado (en el acuerdo PSOE-Sumar) incluyen varias malas noticias: la reducción de jornada, el encarecimiento de nuevo del despido, los incrementos de permisos... Son medidas que siempre paga la empresa, o, al menos, mayoritariamente. Tomarlas en este momento, en el que se está ralentizando la creación de empleo, es especialmene inapropiado. Las medidas son de cara a la galería e igualan sectores que son distintos. Son un retroceso para el diálogo social y la competitividad.

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