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José Manuel Cansino

De la covid a la DANA: el reparto de competencias sigue cobrándose vidas

Poco duró lo que parecía ser una imperiosa demanda de remover trabas que acabaron cobrándose vidas incontables

Actualizada 04:30

La pandemia puso frente al espejo una larga lista de carencias derivadas del reparto de competencias entre administraciones. La dificultad de utilizar las infraestructuras sanitarias entre localidades cercanas por el hecho de pertenecer a comunidades autónomas diferentes fue una de ellas. La negativa o duras reticencias a compartir respiradores, ambulancias y otros recursos entre regiones diferentes fue otra. Las barreras para poder realizar compras de material sanitario en el mercado internacional de manera conjunta o consorciada por los sistemas sanitarios regionales también fue otro doloroso ejemplo. La lista podría extenderse.

Hubo un tiempo en pleno apogeo de las muertes por la covid en el que la mayoría de ciudadanos españoles parecía determinada a no prolongar en el tiempo una estructura administrativa tan ineficaz. Tan irracional. Tan de compartimentos estancos entre el dolor y las necesidades del vecino.

Poco duró lo que parecía ser una imperiosa demanda de remover trabas que acabaron cobrándose vidas incontables. Apenas superada la pandemia, el debate sobre la organización territorial del estado volvió a sacarse de la agenda de tertulias, foros y parlamentos. De la estructura de poder administrativo emanan demasiados recursos, demasiados intereses y modos de vida. Si racionalizar esto suponía arriesgar puestos de trabajo y campañas de patrocinio, también quitaba los votos de los perjudicados, así que mejor ir enfriando la cuestión. Y así fue.

De aquel debate cancelado para no incomodar llegamos con insoportable dolor por las víctimas al «si quieren ayuda, que la pidan». Una macabra línea de tiempo en la que se han sucedido a modo de hitos lacerantes, gobernantes regionales atrapados en su propio error de minusvalorar la dimensión de la tragedia, el presidente del gobierno acomodado en el compás de espera que se toma el fuego para calentar el agua de quien se está cociendo en su propio caldo, la tropa acuartelada en su frustración de saberse esperada sin que llegase la orden de prestar auxilio y, por añadir otro ejemplo, el grupo de bomberos de Bilbao recibiendo hasta tres veces la orden de no subirse a los camiones listos para desplazarse allí donde se necesitaba.

Por encima de las lecciones olvidadas de la pandemia se levantó el puente que une Picaña con Paiporta por el que los medios de comunicación nos regalaronesta vez sin filtrar— las imágenes de miles de voluntarios camino de prestar auxilio. Un puente que se alzaba sobre las mezquindades políticas y los tiempos de respuesta protocolarios.

Cuando se exhibe a un ejército como al español y se te llena la boca de pregonar su modernización, luego no puedes impedir que la sociedad damnificada vuelva sus ojos hacia lo que has mostrado, hacia lo que está acuartelado esperando las primeras sílabas de una orden para salir velozmente. Igual que la riada de voluntarios, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, bomberos y sanitarios, al ejército le repugna lo de «si necesitan ayuda, que la pidan».

Esto no ha hecho más que empezar. En 2019 viví a pie de calle en Chile las revueltas en las calles incendiando estaciones de metro, edificios de empresas, hoteles y alguna que otra iglesia. Una vez que se relajó el estado de excepción, ningún comercio osaba levantar la persiana hasta que no tuviese una patrulla previniendo el pillaje.

España sigue sin saber hasta donde tiene recursos para atenuar, en el menor tiempo posible, los daños de una catástrofe de esta naturaleza. En un tiempo en el que la digitalización y la inteligencia artificial está en los labios de cualquiera que se suba a un atril, la compartimentación de competencias sigue cobrándose vidas. Lo hizo en la pandemia y lo acaba de hacer con la DANA.

Si la marea que cruzaba el puente mantiene huella en su memoria será capaz de conseguir racionalizar lo que una vez más se mostró sin sentido. Las barreras administrativas de esta naturaleza dentro de la nación común, en plena era digital, son un absoluto anacronismo que solo encuentra ancla en localismos trasnochados y mortales.

  • José Manuel Cansino es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, profesor de San Telmo Business School y académico de la Universidad Autónoma de Chile / @jmcansino
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